Domingo XXXII del T.Ordinario. Seremos como ángeles.

MONICIÓN DE ENTRADA

En la eucaristía de este próximo Domingo 3 de Noviembre Jesús nos va a hablar de vida eterna y de la Resurrección de todos, siendo Él el primero. Es, pues, un mensaje que contiene esperanza, amor y gozo. Pero en el origen de la respuesta del Maestro estaba una pregunta mal intencionada del grupo de los saduceos, que no creían ni en la resurrección, ni en casi nada. La pregunta es, a su vez, lo que motivó la famosa frase de “la trampa saducea” que tanto se utiliza como trampa malintencionada. Pero Jesús aprovechó para mostrar un camino de eternidad: “seremos como ángeles”. Y también deciros que oramos hoy, en nuestras peticiones, por el Papa Benedicto XVI y por el éxito pastoral de su viaje a España.


LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 20, 27-38

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron:

- Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.

Jesús les contestó:

- En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.

Palabra del Señor.

Comentario al Evangelio del Domingo.


Los saduceos eran, en tiempos de Jesús, un grupo de poder, bastante tradicionalista. Se podría decir que no creían en la resurrección porque, como les iba tan bien en esta vida, no necesitaban creer en otra, pues la suya no podía ser mejor. Por eso vienen hacia Jesús con una pregunta capciosa, con una pregunta “trampa” y además, envuelta en “palabra de Dios”.

Al citar a Moisés, no sólo buscaban un argumento humano de peso en el que sustentarse, sino que estaban reclamando para sí el apoyo de Dios, porque en la tradición judía todas las leyes que recoge el Antiguo Testamento estaban dictadas directamente por el Señor a Moisés.

El episodio “peregrino” y extraño que proponen a Jesús iría en contra de esa ley citada, y así querían llevar al absurdo la idea de la resurrección. Así, han lanzado la red, y esperan que Jesús, ese nuevo maestro, se enrede en ella. Pero la respuesta del maestro es enérgica, no vacila. En primer lugar, la resurrección es “otra cosa”, los que participan de ella disfrutan de otra forma de existencia, “como ángeles”. Después vendrá la teología a intentar explicar el modo, pero nos debería bastar con hacer esta distinción. Pero sobre todo, lo que más les recrimina Jesús, es que no sepan leer la Escritura, que no reconozcan en ella el gran poder de Dios. Si es verdad que no se habla en muchas ocasiones en el Antiguo Testamento directamente de resurrección, no es menos verdad que la imagen de Dios es la de un dios de Vida, que lucha por ella y que no abandona a los que le aman. Por eso la cita de la zarza ardiente es válida: Abraham, Isaac, Jacob son personajes conocidos por su opción de caminar sin saber detrás de las huellas de Dios. Y Dios no puede fallarles, como tampoco a nosotros, si seguimos sus caminos.

Además, en ese pasaje de la vocación de Moisés, el Señor se revela como el que está al lado de su pueblo, el que está pendiente del sufrimiento y toma cartas en el asunto: a partir de esta explicación de Jesús queda claro que “Yo soy”, Dios mismo no puede negarse a sí mismo, y cuida de los suyos eternamente.

Emilio López Navas, sacerdote

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