NAVIDAD: la ALEGRÍA de SENTIRSE SALVADOS!

Carta Pastoral del Arzobispo de Santiago de Compostela, Monseñor Julian Barrio Barrio, para la NAVIDAD 2010.


Queridos diocesanos:  

La Iglesia, en el ritmo de su vida espiritual,  reinicia de nuevo con el Adviento el misterio permanente de su configuración con Cristo por medio de la Palabra y los Sacramentos. Se inicia un año más que debemos afrontar con el coraje de los santos, con la impronta sobrenatural de los hijos de Dios, y con las inquietudes de quienes están llamados a colaborar con Cristo en medio del mundo. En esta perspectiva San Pablo nos dice: “Conocéis, además, el tiempo que nos ha tocado vivir. Ya es hora de que despertéis del sueño, pues nuestra salvación está ahora más cerca de nosotros que cuando empezamos a creer. La noche va muy avanzada y el día se acerca; despojémonos de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. 
Portémonos con dignidad, como quien vive en pleno día. Nada de comilonas y borracheras; nada de lujuria y libertinaje; nada de envidias  y rivalidades. Por el contrario, revestíos de Jesucristo, el Señor, y no fomentéis vuestros desordenados apetitos” (Rom 13, 11-14). En cada momento de nuestra vida, el Señor debe encontrar frutos en ella. Así lo manifiesta al maldecir aquella higuera en la que no encontró el fruto de la misma. Esto nos ha de motivar a no quedarnos en la superficialidad, y a aprovechar este tiempo de Adviento para prepararnos cristianamente a celebrar la Navidad, evitando encubrir con frondosas hojas la falta de frutos.  

Sentido y contenido de la Navidad 
“Brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor. Le inspirará el temor del Señor” (Is 11, 1-2). Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, ha recibido el Espíritu sin medida y realiza toda justicia. De Él, “Hijo único, lleno de gracia y de verdad, Palabra hecha carne que puso su morada entre nosotros” (Jn 1,14), obtenemos frutos de bendición: la gracia que nos trae el perdón, la esperanza y el disfrute de la gloria. 

Estamos ya en las postrimerías de la celebración del Año Santo Compostelano, en el que hemos peregrinado hacia la luz, viviendo el júbilo que siempre nos trae la gracia del Señor para vivir su amistad y ser sus testigos. El Hijo de Dios es la Luz del mundo. “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande. Sobre los que habitaban en una tierra llena de sombras de muerte, resplandece la luz” (Is 9, 1). Pronto la luz brilló en las tinieblas y penetró en lo más íntimo de la persona, poniendo a la vista las consecuencias de nuestro pecado. Es una luz no para ornamentar sino para iluminar los cambios necesarios en nuestros comportamientos y actitudes, haciendo desaparecer las nieblas de nuestro fácil sentimentalismo. Celebrar la Navidad es comprometernos a transmitir esa luz que se manifiesta en el testimonio de nuestras buenas obras. 

Cristo vino a traernos la alegría. “No tengáis miedo, porque os anuncio una gran alegría que será para todo el pueblo” (Lc 2,10). Alegría porque Dios es el Dios con nosotros, que se ocupa de nosotros y se revela como amor y misericordia. “Dios se ha hecho hombre para que el hombre pueda llegar a ser Dios”, expresión repetida por los Santos Padres con la que quieren mostrar que la humanidad nueva, la que Jesús  incorpora a su misterio, se convierte en un modelo a imitar por nosotros, superando nuestros estrechos horizontes que se pierden en las pequeñas alegrías humanas. Por Cristo, con Él y en Él el hombre debe realizarse en la historia 
dando gloria a Dios Padre en el camino hacia la vida eterna.  

La Navidad es un mensaje de salvación, de liberación, de alegría. El Hijo de Dios es el don y la plenitud de bendiciones de Dios Padre (Ef 1,3) para la humanidad. En Cristo nos ha elegido y nos ha predestinado a ser hijos adoptivos suyos. “Todas las cosas han sido creadas por medio de Él y para Él, y Él es antes que todas las cosas y todas tienen en Él su consistencia” (Col 1,17). En su Hijo el Padre ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre y la historia. Por eso el hombre es un misterio que sólo se esclarece en el misterio de Cristo, el Verbo Encarnado.  

Vivir cristianamente la Navidad 
Vivir la verdad del hombre nuevo exige imitar a Cristo en su obediencia filial al Padre hasta la muerte, y también vivir la fraternidad con la gratuidad del amor auténtico, sirviendo a los hombres en el camino del tiempo como lo hizo Jesús. En este sentido la Iglesia como nos acaba de decir Benedicto XVI, acompaña al hombre que ansía la plenitud de su propio ser. El cristiano no es de naturaleza diferente a la de los otros hombres: es un ser humano santificado y esto le exige la perfección de sus virtudes humanas.  Ser más de Dios conlleva ser más hombre. San Agustín tiene una expresión muy bella que nos ayuda a explicar lo que acabo de expresar. Dice así: “Todo hombre es Adán; todo hombre es Cristo. Porque todo hombre procede de Adán y trae su historia de pecado y promesa de redención, y todo hombre es Cristo porque está llamado a participar de la gracia de su vida y ha sido tocado por su misterio desde su concepción”. 

No desvirtuemos la Navidad con el hábito social del intercambio de regalos, olvidando el Don por excelencia que es el Hijo de Dios hecho hombre. Como cristianos hemos de transformarnos en don para los demás, recuperando la sencillez para redescubrir lo auténtico y ofreciendo nuestra ayuda a los necesitados material y espiritualmente, a los que se encuentran sin techo y a las familias que pasan por dificultades económicas.   

¡Feliz y santa Navidad! Os saluda con afecto y bendice en el Señor,


+Julián Barrio Barrio, 
Arzobispo de Santiago de Compostela



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