23 ENERO - Jornada de Infancia Misionera. "Con los niños de Oceanía... seguimos a Jesús".

LEMA: "Con los niños de Oceanía... seguimos a Jesús".

“Con los niños de Oceanía... Los niños de Infancia Misionera iniciaron hace dos años el recorrido por los cinco continentes. Ya se han encontrado con los niños de Asia y de África. Este año se trasladan a Oceanía para invitar  a los niños de allí a sumarse a ellos y, juntos, seguir a Jesús. En efecto, lo buscaron con los niños de Asia, lo encontraron con los de África y ahora toca seguirle con los de Oceanía.

... seguimos a Jesús” Una vez han entrado en contacto con los niños de Oceanía y han descubierto sus costumbres, todos miran a Jesús, escuchan su voz y se ponen en camino con Él. Esto es lo que hicieron sus discípulos y lo que hacen los cristianos. Para ello hay que dejar muchas cosas, estar ligeros de equipaje y poner las pisadas sobre las huellas de Jesús. Él, como buen amigo, va por delante, con paso firme y la mirada en el horizonte. Sabe adónde se dirige y cómo se llega a la meta.

MENSAJE DE LA JORNADA DE INFANCIA MISIONERA 2011.

Este año la Infancia Misionera, en su repaso a los continentes, ha llegado a Oceanía. Hace dos años, este recorrido comenzó “con los niños de Asia... buscamos a Jesús”; continuó el año pasado “con los niños de África... encontramos a Jesús”. Este 2011 “con los niños de Oceanía... seguimos a Jesús”, un lema que es la definición resumida de lo que significa ser cristiano. ¿Qué es ser cristiano? Seguir a Jesús, seguir su camino...; es correr hasta ponernos a su altura y, así, continuar el camino conversando con este amigo que nunca te falla.
Sí, lo de caminar lo llevamos los cristianos en la sangre. Es lo que nos hace ser misioneros. Somos caminantes, seguidores, enviados... a anunciar a Jesús. Todo expresa movimiento. Pero, como el mensaje que anunciamos es el mismo Jesús que está vivo y al que seguimos y nos acompaña, también somos compañeros, amigos, comunidad, es decir, Iglesia.
Toda la historia de la Iglesia, la historia de los cristianos, está llena de caminantes, de seguidores de Jesús, siempre acompañados. Solo hay que acordarse de los primeros amigos de Jesús, los apóstoles. Se pusieron a caminar hacia todos los confines del mundo para anunciar la Buena Nueva. San Pedro llegó hasta Roma, Santo Tomás hasta la India, San Pablo... San Pablo no paró de caminar y seguir a Jesús. Santiago vino hasta España y nos dejó en herencia el Camino de Santiago. Un “camino” que nos muestra lo cercana que es al cristiano la idea de seguir, de caminar. Los grandes santos, San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús..., no se estaban quietos, siempre estaban en camino. Pero incluso aquellos santos que se dedicaban a adorar a Jesús en los monasterios “seguían” espiritualmente a este amigo que nunca nos abandona. La Patrona de las Misiones, Santa Teresita del Niño Jesús, es la mejor muestra.
El mayor ejemplo de misionero, San Francisco Javier, recorrió medio mundo por seguir a Jesús, llegando en un viaje que duró años –paraba sólo y únicamente para predicar a Jesús– hasta el Pacífico, hasta las aguas de Oceanía, el continente del lema de este año.

A todos ellos, como a todos los misioneros, como a ti y a mí, nos acompaña Jesús. Pero ir con Jesús, seguirlo, ir a su paso, no es lo mismo que seguir a cualquier otro. Jesús camina firme y no duda. Sabe adónde va y adónde te lleva. Te da la mano y, si tú no quieres, Él no te suelta.

Jesús camina firme y no duda. Tenemos que mirarle y aprender a caminar como lo hace Él. La mejor forma para ello es leer el Evangelio, sentir su frío en el pesebre, ver sus gestos al curar a los enfermos, oír sus palabras a las multitudes y a sus apóstoles. Sin duda, esta es la mejor manera de aprender a caminar como Él, de aprender a seguirle. El Santo Padre Benedicto XVI ponía un ejemplo de cómo ver a Jesús y sus gestos, leyendo el Evangelio: “Jesús lleva aparte a un hombre sordo y mudo y, tras haber realizado algunos gestos simbólicos, alza los ojos al cielo y le dice: «¡Effetá!», es decir: «¡Ábrete!». En aquel instante, relata el evangelista, al hombre le fue restituido el oído, se le desató la lengua y hablaba correctamente. Los gestos de Jesús están llenos de atención amorosa y expresan profunda compasión por el hombre que está ante Él: le manifiesta su interés concreto, lo saca de la confusión de la multitud, le hace sentir su cercanía y comprensión mediante algunos gestos llenos de significado. Le pone los dedos en los oídos y con la saliva le toca la lengua. Le invita después a dirigir con Él la mirada interior, la del corazón, hacia el Padre celestial. Finalmente, lo cura y lo devuelve a su familia, a su gente. Y la multitud, asombrada, no puede sino exclamar: «¡Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos!» (Mc 7,37)” (discurso a los participantes en la Conferencia Internacional sobre pastoral con no oyentes, 20 de noviembre de 2009).

Sabe adónde va y adónde te lleva. En el Evangelio, el apóstol Tomás le dice: “Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?” (Jn 14,5). Jesús nos lleva hacia su Padre, hacia Dios, hacia la Felicidad Plena, hacia todo lo que de verdad queremos… En el mundo hay guerras, Él nos lleva a la verdadera paz; en el mundo hay tristeza, Él nos lleva a la verdadera alegría; en el mundo hay odio, Él nos lleva al amor. Por eso, hay que tener una confianza plena en Él, para no dejarnos eclipsar por otras cosas que irán apareciendo en nuestro seguimiento de Jesús. Ni tener muchas cosas, ni pasárselo bien a todas horas olvidándonos de los demás, ni creernos los más listos o los más guapos o los mejores; nada de eso puede sustituir a la verdadera alegría de seguir a Jesús.

Te da la mano y, si tú no quieres, Él no te suelta. Es un amigo, el mejor amigo. Él siempre estará para escucharte en la Eucaristía; nunca te dejará. Él no se enfada, ni te echa en cara nada; solo quiere que le digas que sí, que le sigas.
Hace unos años el Papa Benedicto XVI tuvo un encuentro con un grupo de niños de primera comunión. Le preguntaron qué recuerdo tenía de su propia primera comunión: “Fue un hermoso domingo de marzo de 1936; o sea, hace 69 años. Era un día de sol; era muy bella la iglesia y la música; eran muchas las cosas hermosas, y aún las recuerdo. Éramos unos treinta niños y niñas de nuestra pequeña localidad, que apenas tenía 500 habitantes. Comprendí que entonces comenzaba una nueva etapa de mi vida –tenía 9 años– y que era importante permanecer fiel a ese encuentro, a esa comunión. Prometí al Señor: «Quisiera estar siempre contigo» en la medida de lo posible, y le pedí: «Pero, sobre todo, estate Tú siempre conmigo». Y así he ido adelante por la vida. Gracias a Dios, el Señor me ha llevado siempre de la mano y me ha guiado incluso en situaciones difíciles. Así, esa alegría de la primera comunión fue el inicio de un camino recorrido juntos. Espero que, también para todos vosotros, la primera comunión, que habéis recibido en este Año de la Eucaristía, sea el inicio de una amistad con Jesús para toda la vida. El inicio de un camino juntos, porque yendo con Jesús vamos bien, y nuestra vida es buena”. (encuentro con los niños de primera comunión, Plaza de San Pedro, 15 de octubre de 2005).

Por si fuera poco, siempre tendremos a nuestra Madre al lado: la Virgen Santísima nos enseñará cómo hay que seguir a Jesús, porque nadie le ha seguido mejor que Ella. Ponte al paso de Jesús, síguele, habla con él: es tu amigo.


Por Mons. Francisco Pérez González
Arzobispo de Pamplona-Tudela y Director Nacional de OMP





ESTUDIO PASTORAL.

Oceanía es un continente insular constituido por la plataforma continental de Australia, las islas de Nueva Guinea y Nueva Zelanda, y los archipiélagos coralinos y volcánicos de Micronesia, Polinesia y Melanesia. Todas estas islas están distribuidas por el Océano Pacífico. Con una extensión de 9.008.458 km², se trata del continente más pequeño del planeta.

Querido amigo lector, esta descripción de Oceanía no es sin más una presentación o una parte del diseño de este artículo. Sirve para preguntarte: ¿qué sabes de Oceanía? ¿Sabes situarla en el mapa del mundo y hacerlo con exactitud? Describir sus países, sus tradiciones, su cultura, posiblemente sería ya más complicado. Hoy es fácil recurrir a Internet e informarnos, interesarnos por este continente e, incluso, realizar algún viaje virtual por alguna de sus islas. Espero que a ti, como me ha pasado a mí al escribir este artículo, se te abra el corazón hacia un lugar de la Tierra, pienses en sus gentes, en sus problemas y dificultades, en sus ilusiones y esperanzas y, más allá de un viaje virtual, eleves una oración al Dios Creador y Padre de todos los hombres.
Te brindo la oración que los obispos de Oceanía rezaron al final del Sínodo para este continente, que se desarrolló en Roma en el año 1988. Es la mejor forma de leer estas páginas; rezando por Oceanía, en comunión con sus gentes y deseando que el mensaje de Cristo continúe llegando a todos los rincones de la Tierra. En esta oración se habla de seguir a Jesús, proclamar su verdad, vivir su vida y adquirir el compromiso misionero de buscar a los extraviados. Dice así:
«Dios eterno, míranos con benevolencia… en Jesucristo. Él es tu Verbo hecho carne que nos invita a seguir su camino, a proclamar su verdad y a vivir su vida. Nosotros,  los pueblos de Oceanía, que vivimos en un territorio tan vasto y tenemos tradiciones tan diversas, nos comprometemos a anunciar al mundo su amor, a buscar a los extraviados y a llevarlos a Ti. María, Reina de la Paz, intercede por nosotros, tus hijos, que hacemos esta oración en nombre de Jesús».

«Sígueme»

Como cada año, Infancia Misionera nos invita a fijar nuestra mirada en un continente y a rastrear el Evangelio en busca de la Palabra que Jesús quiere hacer llegar a nuestra vida. “Con los niños de Oceanía... seguimos a Jesús” es el lema de esta campaña. Nos hemos situado en el lugar, Oceanía, y queremos ahora escuchar a Jesús y su Palabra para aprender nuevas cosas o renovar las que ya sabemos, de cara a nuestra misión en cualquier parte del mundo.
La palabra este año es “sígueme” y, a través de los niños, va a llegar hasta nosotros. ¿Podemos encontrar en la relación de Jesús con los niños retazos para describir una vida de servicio misionero? Intentémoslo a través de algunos relatos entrañables del Evangelio.

1. Acoger lo que somos
“Y Jesús, llamando a un niño, lo puso delante” (Mt 18,3)
Los discípulos se acercaron a Jesús con una pregunta: “¿Quién es el más grande?”. Nosotros nos acercamos a Jesús para preguntarle con sencillez: “¿Quién puede ser misionero? ¿A quién eliges?”. Jesús se jugaba mucho en aquella respuesta, pues se trataba de una forma de vivir, y, sorprendentemente, llamó a un niño. “Jesús va a responder con un gesto incomprensible y elocuente a la vez. Convoca a un pequeño a una reunión de adultos en discusión. Un niño esllamado por Jesús. Diríamos que es un niño con vocación. Es llamado y responde con la presteza de un inocente que se fía de quien llama. Con presteza y docilidad responde a la llamada del Maestro… No son las capacidades de la persona las que suscitan la llamada del Señor; más bien la incapacidad es la que se vuelve susceptible de una elección por parte de Dios. El niño es, en este pasaje, el más pobre, incapaz y pequeño de los que están con Jesús” (R. Belda, Al paso de los niños, Edicep, 2008, p. 191). 
Qué hermosa lección del Señor, que aplicamos a la misión. Nos elige porque nos ama y al más pequeño le sitúa en el centro, le pone como modelo. No sabemos el nombre de este niño, pero este pequeño nos da una lección que agradecemos. Si para entrar en el Reino de Dios hay que hacerse como niños, podemos afirmar también que para anunciar el Reino de Dios, para extenderlo por toda la Tierra, hay que hacerse como un niño.

2. Presentar lo que tenemos
“Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces, pero qué es eso para tanta gente” (Jn 6,9)
De nuevo un niño, un niño anónimo, pero al que podemos atribuir un dato: estaba cerca de Jesús, le seguía como uno más entre la multitud. Sin él saberlo, llevaba todo lo necesario para que Jesús pudiera realizar uno de sus mayores prodigios, que no fue únicamente dar de comer a la multitud que le seguía, sino manifestarse a sí mismo como el Pan de vida. Y para ello necesitó de un niño y, una vez más, de la pobreza ofrecida con generosidad. El niño pone de manifiesto el rasgo de la generosidad, del desprendimiento, de la humildad. Es un gran misionero, primero porque admira a Jesús, le sigue entre los suyos, quiere aprender de Él y quiere hacer cosas con Él. Al estar cerca de Jesús tanto el niño como el misionero experimentan la compasión por la gente, la comprensión de las dificultades de todos, la posibilidad siempre real de solucionar el hambre de las personas, la confianza total en que la presencia de Jesús lo puede todo. El niño deja hacer a Jesús ofreciendo lo que tiene.
Se nos presenta el estilo de vida de la misión: la pobreza ofrecida, que atrae la bendición de Dios, la multiplicación de la gracia. “Todo apunta a lo mismo: la debilidad, la pequeñez, la humildad; el ser niño y saberse pobre, no solo no es obstáculo para la manifestación de Jesús, sino su mejor instrumento, su idóneo cooperador… Y todo gracias a un niño discípulo, pobre, oblato, eucaristía…”    (R. Belda, Al paso de los niños, p. 221).

3. Anunciar al Salvador
“Jesús, tomándolo de la mano, lo hizo levantar y el muchacho se puso en pie” (Mc 9,27)
De nuevo un niño se hace protagonista evangélico de un relato salvador. El pasaje es muy rico en datos y detalles, pero retendremos únicamente los que nos invitan a centrar nuestra mirada en una humanidad enferma y necesitada de salvación. ¿Qué salvación? La de Jesucristo, único Salvador de los hombres. El relato de la difícil curación radical de un niño nos ofrece todo el Misterio salvador encerrado en la humanidad de Cristo. Nuestro mundo puede asemejarse a este niño enfermo, y este niño, este mundo, necesita, en primer lugar, alguien que le lleve ante Jesús. “Te he traído a mi hijo… Por favor, si algo puedes, compadécete de nosotros y ayúdanos”. Nos acercamos a la primera enseñanza del texto de cara a la misión: la oración por el necesitado, la confianza en Jesús, la búsqueda de la curación. ¡En cuántos lugares del mundo, aún hoy, la Iglesia no ha llegado a anunciar al Señor por falta de mensajeros! La llamada continúa siendo acuciante, nuestros hermanos los hombres necesitan a Dios y alguien que les lleve a Él. Es el arranque de la vocación cristiana, de la vocación misionera: ver la necesidad de Dios que el mundo tiene.
El texto se nos revela como un camino de fe. La enfermedad, la situación crítica y la salvación que llegará por la fe. El texto, de múltiples maneras, conduce a la fe en Jesús y a la confianza en Dios, llegando a superar la incredulidad, el desamor, la enfermedad y la muerte. Hay un camino de fe en este padre angustiado, pues se acerca a Jesús, le abre el corazón, le manifiesta su necesidad, acoge la Palabra hasta manifestar su fe en la persona del Señor.
En el contexto de la misión de la Iglesia, este pasaje evoca un mundo enfermo, nos sitúa ante un mundo lleno de problemas y necesidades, que en ocasiones llevan a la angustia y a la ruina ante situaciones humanamente degradantes de pobreza y humillación. El texto nos muestra, asimismo, cómo la presencia de Dios eleva al hombre a su verdadera dignidad. En la misión se hace presente Cristo Salvador. Él es quien responde a la angustia del hombre. Jesucristo es quien, en toda su vida, se ha compadecido de nosotros y nos ha ayudado: “Si algo puedes, compadécete de nosotros y ayúdanos”. Él es quien ha hecho posible el amor auténtico, la solución de cualquier drama humano: “Todo es posible para el que tiene fe”. Él es quien salva: “Espíritu sordo y mudo, te ordeno que salgas y que no vuelvas a entrar”. Él es quien levanta al hombre de todo mal: “Tomándolo de la mano, lo levantó, y él se puso en pie”.

4. Aclamar y confesar el nombre de Jesús
“Y los niños gritaban: Hosanna al Hijo de David” (Mt 21,15)
Los niños en el Evangelio nos presentan un modelo de seguimiento. Nos hemos acercado previamente a tres relatos en los que ellos son protagonistas: el niño llamado por Jesús, el niño de la multiplicación de los panes, la curación de un niño gravemente enfermo. Invito al lector a pensar en otros pasajes del Nuevo Testamento y aplicarlos a la misión: los niños inocentes (Mt 2,13.18), los niños a los que Jesús bendice (Mc 10,13), los niños que revelan el amor del Padre (Lc 10,21), los niños enfermos y resucitados (Mc 9,14 y Mc 5,21), los niños modelos para la oración (Mt 7,7-11).
Concluimos con una mirada a los niños que alaban a Jesús y confiesan su fe en Él con libertad y entusiasmo, en medio de la gente y ante la mirada, a veces asombrada de los mayores. El Evangelio pone en boca de los niños la confesión de fe en Jesucristo: “Hosanna al Hijo de David”. Asimismo muestra la forma de realizar esta confesión: alabando, bendiciendo y cantando. Mientras que los sabios y entendidos pueden seguir discutiendo e intentando impedir la presencia de Jesús en nuestra sociedad, los niños en el Evangelio, y los misioneros entre nosotros, hablan al mundo con claridad: Jesús es el Hijo de Dios, el Salvador. El estilo de vida del misionero –su alegría desbordante, sus obras de amor eficaces ante las situaciones de mayor pobreza, la oración continua– es el que más se asemeja a los niños del Evangelio. Jesús dice que a ellos el Padre les ha revelado los secretos del Reino.
Únicamente aquel a quien le ha sido revelado el Reino por su condición de pobre, de humilde, de sencillo, de niño, puede a su vez hacerse mensajero de este Reino, pues dará de lo que ha recibido. Y lo hará al estilo del niño que sigue a Jesús, atendiendo a la llamada de Jesús en su pobreza, entregando todo lo que tiene hasta quedarse sin nada, mostrando a Jesús como Salvador, caminando con Él hasta reconocerle como Salvador y Mesías, alabando y cantando las maravillas del Señor.

Stella Maris, luz de los océanos

Miramos a la Madre del Dios hecho niño y retomamos nuestra mirada sobre la Iglesia en Oceanía para aplicar a aquellos lugares lo que, a través de los niños, hemos aprendido. Lo hacemos dirigiéndonos a María en oración, con las palabras finales de la exhortación apostólica Ecclesia in Oceania. Ellas son una síntesis de lo que todo misionero desea para su vida y lo que nosotros queremos pedir para la Iglesia en cualquier lugar del mundo: la fuerza para anunciar, el coraje para proclamar, la alegría para vivir.

Oh, Stella Maris, luz de los océanos
y Señora de la profundidad,
que la Iglesia en Oceanía                    
no cese de mostrar a todos
el rostro glorioso de tu Hijo,
lleno de gracia y de verdad,
para que Dios reine
en los pueblos del Pacífico
y encuentren la paz
en el Salvador del mundo.
Intercede por la Iglesia en Oceanía
 para que tenga la fuerza de seguir 
fielmente el camino de Jesucristo,
 de proclamar con energía la verdad 
de Jesucristo, de vivir alegremente
 la vida de Jesucristo.
Auxilio de los cristianos, protégenos. 
Luminosa estrella del mar, guíanos.
Nuestra Señora de la paz, 
ruega por nosotros.

Por Juan Ignacio Rodríguez Trillo 
Director del Secretariado de la Subcomisión Episcopal de Catequesis



Fuente: OMP.

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