Domingo III de Cuaresma (27/03/2011).

MONICIÓN DE ENTRADA

Sed bienvenidos a esta nuestra Eucaristía del III Domingo de Cuaresma. Vamos avanzando hacia la Pascua recibiendo la enseñanza de Jesús de Nazaret que es Él mismo que nos ofrece la catequesis necesaria para este tiempo de conversión. Hoy en su conversación con la mujer de Samaría, con la Samaritana, ofrece un agua de eternidad que calmará siempre la sed. Y es verdad que nuestra insatisfacción cotidiana, nuestra sed de poder y riquezas, de consumismo y egoísmos, sólo puede calmarse con esa agua que da Jesús y que viene directamente del manantial de la vida eterna. Ahora, ya en la mitad de la cuaresma, debemos de recapacitar sobre nuestras insatisfacciones y carencias y como la Samaritana aceptar el agua que Jesús nos ofrece. No perdamos la oportunidad de beber para no tener nunca más sed.

1ª LECTURA: LECTURA DEL LIBRO DEL ÉXODO 17, 3-7

En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés:

- ¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?

Clamó Moisés al Señor y dijo:

- ¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen.

Respondió el Señor a Moisés:

- Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo.

Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Massá y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo:

- ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?

Palabra de Dios

SALMO RESPONSORIAL. SALMO 94

R.- OJALÁ ESCUCHÉIS HOY LA VOZ DEL SEÑOR: «NO ENDUREZCÁIS VUESTRO CORAZÓN.»

Venid, aclamemos al Señor, 
demos vítores a la Roca que nos salva; 
entremos a su presencia dándole gracias, 
vitoreándolo al son de instrumentos. R.-

Entrad, postrémonos por tierra, 
bendiciendo al Señor, creador nuestro. 
Porque él es nuestro Dios, 
y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. R.-

Ojalá escuchéis hoy su voz: 
«No endurezcáis el corazón como en Meribá, 
como el día de Massá en el desierto; 
cuando vuestros padres me pusieron a prueba 
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.» R.-

2ª LECTURA: LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 5, 1-2. 5-8

Hermanos:

Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

En efecto, cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos - en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir -; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

Palabra de Dios

ACLAMACIÓN Jn 4,42 y 15

Señor tu eres de verdad el Salvador del mundo; dame agua viva así no tendré sed.


 LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 4, 5-42

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice:

- Dame de beber.

(Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.) 

La samaritana le dice:

- ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? 

(Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.)

Jesús le contestó:

- Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.

La mujer le dice:

- Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?

Jesús le contestó:

- El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.

La mujer le dice:

- Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla. 

Él le dice:

- Anda, llama a tu marido y vuelve.

La mujer le contesta:

-  No tengo marido.

Jesús le dice:

- Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.

La mujer le dice:

- Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.

Jesús le dice:

- Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.

La mujer le dice:

- Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo. 

Jesús le dice:

- Soy yo, el que habla contigo.

En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: "¿Qué le preguntas o de qué le hablas?" La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente:

- Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste el Mesías?

Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían:

- Maestro, come.

Él les dijo:

- Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis.

Los discípulos comentaban entre ellos:

- ¿Le habrá traído alguien de comer?

Jesús les dice:

- Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros recogéis el fruto de sus sudores.

En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer:

- Me ha dicho todo lo que he hecho.

Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer:

- Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.

Palabra del Señor

Comentario al Evangelio del Domingo.

En el precioso mensaje del papa Benedicto XVI para la Cuaresma de 2011, nos dice lo siguiente sobre el Evangelio de este domingo: "La petición de Jesús a la Samaritana: "Dame de beber" (Jn 4,7) expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del "agua que brota para la vida eterna": es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos "verdaderos adoradores", capaces de orar al Padre "en espíritu y en verdad". ¡Sólo este agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo este agua que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, "hasta que descanse en Dios", según las célebres palabras de S. Agustín".

La pasión de Dios por todo hombre, expresada en Jesucristo, que se acerca a nuestra sed, nos hace descubrirnos siempre amados primero: "Si el alma busca a Dios, mucho más la busca su Amado a ella" (Ll 3,28), nos dice san Juan de la Cruz. Y en el diálogo entre Jesús y la Samaritana, ve Sta. Teresita de Lisieux la sed de Dios por su criatura: «Porque ese mismo Dios que declara que no tiene necesidad de decirnos si tiene hambre, no vacila en mendigar un poco de agua a la Samaritana. Tenía sed... pero al decir: "Dame de beber", lo que estaba pidiendo el Creador del universo era el amor de su pobre criatura. Tenía sed de amor».

Sólo podemos amar cuando el amor brota dentro de nosotros como "un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna". Por eso, Jesús insiste a la Samaritana que le acoge, que "beba del agua que yo le daré", pues, "por medio de Jesucristo, por Él, el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado". Por la fe tenemos acceso a las fuentes del amor de Dios que brotan en Jesucristo. La alegría de sentirnos amados, salvados, liberados de la esclavitud de buscar y no encontrar, con las consecuentes heridas, y cansancios que dejan en la vida, nos empujan a darlo a conocer. La experiencia de encuentro con Dios "en espíritu y en verdad" gracias a Jesús, conduce a la Samaritana a favorecer también el encuentro de Jesús con sus vecinos.

La alegría de la salvación es evangelizadora y el amor de Dios no se puede contener, nos empuja a comunicarlo. Muchos de nuestros contemporáneos parecen no desear ser salvados ni liberados, pero, la prueba de que la pasión de Dios por todo hombre permanece intacta es que "Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros". La insistencia de Dios en el amor llega hasta el extremo de desconcertar a la criatura: "¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?"; y se convierte en la gran fuerza que nos cambia: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva". ¿No se siente desconcertada la Samaritana cuando Jesús se dirige a ella, a pesar de todos los "impedimentos" creados por los hombres? Nada desarma más nuestras resistencias que sentirnos amados; por eso, el ofrecimiento del amor gratuito de Dios a su criatura ha sido y seguirá siendo la mayor fuerza evangelizadora.

Antonio Eloy Madueño, sacerdote

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