Domingo IV de Cuaresma. El Domingo de la Alegría y de la luz.

MONICIÓN DE ENTRADA

Bienvenidos queridos hermanos a la Eucaristía de este IV domingo de Cuaresma. Siempre, durante muchos siglos, se ha llamado a este domingo, el de la alegría, el domingo “laetare” que significa “alegraos”, tal como dice la antífona de entrada con la que el sacerdote inicia esta celebración. Pero es también el domingo de la Luz. Cristo nos permite ver. Cura nuestra ceguera y nos muestra la belleza del mundo que nos rodea. Jesús es luz y camino. Verdad y vida. Y para verle hay que convertirse, hacerse humilde ante quien siendo Dios se humilló para enseñarnos a vivir. La Cuaresma avanza y el próximo domingo –el quinto—ya será el último. Al siguiente comienza la Semana Santa. Seguimos, pues, subiendo la Cuaresma, camino de la Cruz y de la Resurrección.

1ª LECTURA: LECTURA DEL PRIMER LIBRO DE SAMUEL 16, 1b. 6-7. 10-13 a

En aquellos días, el Señor dijo a Samuel:

- Llena la cuerna de aceite y vete, por encargo mío, a Jesé, el de Belén, porque entre sus hijos me he elegido un rey.

Cuando llegó, vio a Elías y pensó:

- Seguro, el Señor tiene delante a su ungido.

Pero el Señor le dijo:

- No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón.

Jesé hizo pasar a siete hijos suyos ante Samuel; y Samuel le dijo:

- Tampoco a éstos los ha elegido el Señor.

Luego preguntó a Jesé:

- ¿Se acabaron los muchachos?

Jesé respondió:

- Queda el pequeño, que precisamente está cuidando las ovejas. 

Samuel dijo: 

- Manda por él, que no nos sentaremos a la mesa mientras no llegue. 

Jesé mandó a por él y lo hizo entrar: era de buen color, de hermosos ojos y buen tipo. Entonces el Señor dijo a Samuel:

- Anda, úngelo, porque es éste.

Samuel tomó la cuerna de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. En aquel momento, invadió a David el espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante.

Palabra del Señor

SALMO RESPONSORIAL. SALMO 22

R.- EL SEÑOR ES MI PASTOR, NADA ME FALTA.


El Señor es mi pastor, 
nada me falta: 
en verdes praderas me hace recostar; 
me conduce hacia fuentes tranquilas 
y repara mis fuerzas. R.-

Me guía por el sendero justo, 
por el honor de su nombre. 
Aunque camine por cañadas oscuras, 
nada temo, porque tú vas conmigo: 
tu vara y tu cayado me sosiegan. R.-

Preparas una mesa ante mí, 
enfrente de mis enemigos; 
me unges la cabeza con perfume, 
y mi copa rebosa. R.-

Tu bondad y tu misericordia me acompañan 
todos los días de mi vida, 
y habitaré en la casa del Señor 
por años sin término. R.-

2ª LECTURA: LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS EFESIOS 5, 8-14

Hermanos:

En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz), buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas. Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: "Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz."

Palabra de Dios


ACLAMACIÓN Jn 8, 12

Yo soy la luz del mundo, dice el Señor; quien me sigue tendrá la luz de la vida.


LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 9, 1-41

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron:

- Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?

Jesús contestó:

- Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.

Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo:

- Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).

Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:

- ¿No es ése el que se sentaba a pedir?

Unos decían:

- El mismo.

Otros decían:

- No es él, pero se le parece.

Él respondía:

- Soy yo.

Y le preguntaban:

- ¿Y cómo se te han abierto los ojos?

Él contestó:

- Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver.

Le preguntaron:

- ¿Dónde está él?

Contestó:

- No sé.

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.

Él les contestó:

- Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.

Algunos de los fariseos comentaban:

- Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.

Otros replicaban: 

- ¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?

Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:

- Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?

Él contestó:

- Que es un profeta.

Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:

- ¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?

Sus padres contestaron:

- Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse.

Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos; porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: "Ya es mayor, preguntádselo a él."

Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron:

- Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador. 

Contestó él:

- Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo. Le preguntan de nuevo:

- ¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?

Les contestó:

- Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?

Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:

- Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.

Replicó él:

- Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.

Le replicaron:

- Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros? 

Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: 

- ¿Crees tú en el Hijo del hombre?»

Él contestó:

- ¿Y quién es, Señor, para que crea en él?

Jesús le dijo:

- Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.

Él dijo:

- Creo, Señor.

Y se postró ante él.

Jesús añadió:

- Para un juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos.

Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:

- ¿También nosotros estamos ciegos? 

Jesús les contestó: 

- Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.

Palabra del Señor


Comentario al Evangelio del Domingo.

Jesucristo está tan cerca de nosotros como lo estuvo de sus apóstoles. Vivir desde la fe esta verdad nos hace estar abiertos a su presencia viva, a la luz que irradia en nuestro corazón y a la escucha de su Palabra.

También a nosotros nos dice las palabras que profirió al ciego de nacimiento, una vez curado y probado por muchas contradicciones: "¿Tú crees en el Hijo del hombre? Soy yo, el que está hablando contigo". Hacia este diálogo personal y sincero conduce Jesús a todo hombre para que descubra en Él al Dios que habla y salva a su criatura. Todo encuentro es fruto de un diálogo, y un diálogo no se produce sin una iniciativa de apertura al otro: es Jesucristo el que toma la iniciativa y quiere iluminar la oscuridad de cada hombre. Él ha sido enviado para acompañar al hombre en la oscuridad de su tiempo, para que se vea libre de sus miedos, sintiédose abrazado y sosegado por su presencia, para que camine en la vida con la alegría de la luz y no con la tristeza de las tinieblas. Pero, ¿quién es ese “Yo” que está hablando conmigo?

Saber responder adecuadamente, poner rostro y sentido es fundamental para que esa voz transforme mi vida e ilumine mi corazón. Según la respuesta que demos, podremos comprobar el lugar que ocupa Jesucristo en nuestras vidas y, por tanto, la capacidad de influencia que tiene en ellas. Si Jesús es "ese hombre que se llama Jesús", aunque haya intervenido en nuestra vida dándonos luz exterior en alguna circunstacia de oscuridad, no dejaría de ser "ese hombre que se llama Jesús". Es un hombre, bueno por supuesto, pero que no me afecta vitalmente a la hora de tomar decisiones, de orientar mi conducta, de decidir el camino a seguir. Pero si la semilla cae en tierra buena, da mucho fruto: a medida que el ciego de nacimiento, en diálogo con sus vecinos, toma conciencia de la trascendencia de tener vista, va descubriendo "que ese hombre que se llama Jesús" es alguien más. Tiene que ir definiendo su postura, y, ante las contradicciones e incredulidades, la experiencia vital de la luz, aunque todos lo nieguen, le lleva a dar un paso más, esta vez más personal y comprometido: se abre a la trascendencia, descubre la irrupción de Dios en su vida, y llama a Jesús, profeta: "si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder". Llamar a Jesús profeta supone descubrir en Él que Dios se le ha acercado y que se ha preocupado por él. Esto empieza a cambiar todo su universo interior; no sólo porque ve la luz del día, sino porque descubre la luz de Dios en su interior. Aún no sabe que Jesucristo es Dios, pero sabe que Dios ha actuado y actúa a través de Jesús en su vida. Descubrir a Dios en Cristo y en Cristo a Dios es la clave de la fe en nuestro tiempo y en todos los tiempos.

Antonio Eloy Madueño, sacerdote


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