Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (17/04/2011).

MONICIÓN DE ENTRADA

La Procesión de las palmas simboliza el recibimiento entusiasta del pueblo de Jerusalén a Jesús de Nazaret. Y ahora vamos a iniciar la Eucaristía de este Domingo de Ramos que es el gran pórtico de la Semana Santa. Jesús en estos días va a consumar su entrega y, por tanto, la redención del género humano, tal como Dios Padre desea y pone en las manos de su Hijo Unigénito. Os deseamos, claro está, nuestra más cordial bienvenida a la celebración eucarística en la que vamos a escuchar, entera, la pasión del Señor narrada por San Lucas en su evangelio. Relato formidable que nos prepara e informa para mejor vivir los días grandes de nuestra fe. Iniciemos pues con emoción esta tan especial asamblea de hermanos en, también, un día muy importante para todos nosotros

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 21, 1-11

Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús mandó dos discípulos, diciéndoles:

-- Id a la aldea de enfrente, encontraréis enseguida una borrica atada con su pollino, desatadlos y traédmelos. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto.

Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta: "Decid a la hija de Sión: 'Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila'."

Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba:

-- ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!

Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada:

-- ¿Quién es éste?

La gente que venía con él decía:

-- Es Jesús, el Profeta de Nazaret de Galilea.

Palabra del Señor

MISA DE LA PASIÓN

1ª LECTURA: LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 50, 4-7

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído. Y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

Palabra de Dios

SALMO RESPONSORIAL. SALMO 21

R.- DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?

Al verme, se burlan de mí, 
hacen visajes, menean la cabeza: 
Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; 
que lo libre, si tanto lo quiere. R.-

Me acorrala una jauría de mastines, 
me cerca una banda de malhechores; 
me taladran las manos y los pies, 
puedo contar mis huesos. R.- 

Se reparten mi ropa, 
echan a suertes mi túnica. 
Pero tú, Señor, no te quedes lejos; 
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R.-

Contaré tu fama a mis hermanos, 
en medio de la asamblea te alabaré. 
Fieles del Señor, alabadlo; 
linaje de Jacob, glorificadlo; 
tenedlo, linaje de Israel. R.-

2ª LECTURA: LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS FILIPENSES 2, 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre"; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble --en el cielo, en la tierra, en el abismo--, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre.

Palabra de Dios


ACLAMACIÓN Fil 2, 8,9

Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el “Nombre-sobre-todo nombre”


EVANGELIO

Nota importante.- El presente texto del Evangelio está editado para que sea leído por varios lectores, siguiendo la tradición litúrgica de la escenificación solemne. Así los párrafos iniciados con la cruz (+) corresponden a las palabras pronunciadas por Jesucristo y las lee el sacerdote. Con la ese (S) son otros personajes, también llamados “sinagoga”, y con la ce (C) el cronista. Asimismo se ha marcado con espacio lugares de pausa –donde aparece uno de nuestros dibujos de final de lectura-- o hay instrucciones de culto

 PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN MATEO 26, 14-27, 66

C. En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:

S. -- ¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?

C. Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.

C. El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:

S. -- ¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?

C. Él contestó

+ -- Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: "El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos."

C. Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.

C. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:

+ --Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.

C. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:

S. -- ¿Soy yo acaso, Señor?»

C. Él respondió:

+ -- El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.

C. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:

S. -- ¿Soy yo acaso, Maestro?

C. Él respondió:

+ --Tú lo has dicho.

C. Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:

+ --Tornad, comed: esto es mi cuerpo.

C. Y, cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias y se la dio diciendo:

+ -Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre.

C. Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos.

C. Entonces Jesús les dijo:

+ -- Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: "Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño." Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.

C. Pedro replicó:

S. -- Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré.

C. Jesús le dijo:

+ -- Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces.

C . Pedro le replicó:

S. -- Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.

C.- Y lo mismo decían los demás discípulos.

C. Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo:

+ -- Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.

C. Y, llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse.

Entonces dijo:

+ -- Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo.

C. Y, adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y oraba diciendo:

+ -- Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.

C. Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos.

Dijo a Pedro:

+ -- ¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil.

C. De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:

+ -- Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.

C. Y, viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque tenían los ojos cargados. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba, repitiendo las mismas palabras.

Luego se acercó a sus discípulos y les dijo:

+ --Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora, y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.

C. Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña:

S. -- Al que yo bese, ése es; detenedlo.

C. Después se acercó a Jesús y le dijo:

S. -- ¡Salve, Maestro!

C. Y lo besó. Pero Jesús le contestó:

+ -- Amigo, ¿a qué vienes?

C. Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote.

Jesús le dijo:

+ -- Envaina la espada; quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría enseguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene que pasar.

C. Entonces dijo Jesús a la gente:

+ -- ¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis.

C. Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.

C. Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía de lejos, hasta el palacio del sumo sacerdote, y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello.

Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos, que dijeron:

S. -- Éste ha dicho: "Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días."

C. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:

S. -- ¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?

C. Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:

S. -- Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.

C. Jesús le respondió:

+ --Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: Desde ahora veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo.

C. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo:

S. -- Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?

C. Y ellos contestaron:

S. -- Es reo de muerte.

C. Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon, diciendo:

S. -- Haz de profeta, Mesías; ¿quién te ha pegado?

C. Pedro estaba sentado fuera en el patio, y se le acercó una criada y le dijo:

S. --También tú andabas con Jesús el Galileo.

C. Él lo negó delante de todos, diciendo:

S. -- No sé qué quieres decir.

C. Y, al salir al portal, lo vio otra y dijo a los que estaban allí:

S. -- Éste andaba con Jesús el Nazareno.

C. Otra vez negó él con juramento:

S. -- No conozco a ese hombre.

C. Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro:

S. -- Seguro; tú también eres de ellos, te delata tu acento.

C. Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar, diciendo:

S. -- No conozco a ese hombre.

C. Y enseguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces.» Y, saliendo afuera, lloró amargamente.

C. Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y, atándolo, lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador.

C. Entonces Judas, el traidor, al ver que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y ancianos, diciendo:

S. --He pecado, he entregado a la muerte a un inocente.

C. Pero ellos dijeron:

S. --¿A nosotros qué? ¡Allá tú!

C. Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, recogiendo las monedas, dijeron:

S. -- No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas, porque son precio de sangre.

C. Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo escrito por Jeremías, el profeta: «Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor.»

C. Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:

S. --¿Eres tú el rey de los judíos?

C. Jesús respondió:

+ --Tú lo dices.

C. Y, mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:

S. -- ¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?

C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Había entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, les dijo Pilato:

S. -- ¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?

C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:

S. -- No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.

C. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús.

El gobernador preguntó:

S. -- ¿A cuál de los dos queréis que os suelte?

C. Ellos dijeron:

S. -- A Barrabás.

C . Pilato les preguntó:

S. -- ¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?

C. Contestaron todos:

S. -- Qué lo crucifiquen.

C. Pilato insistió:

S. -- Pues, ¿qué mal ha hecho?

C. Pero ellos gritaban más fuerte:

S. -- ¡Qué lo crucifiquen!

C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia de la multitud, diciendo:

S. -- Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!

C. Y el pueblo entero contestó:

S. -- ¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!

C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

C. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él, diciendo:

S. -- ¡Salve, rey de los judíos!

C. Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.

C. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir: «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa, echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de su cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.

C. Los que pasaban lo injuriaban y decían, meneando la cabeza:

S. -- Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.

C. Los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también, diciendo:

S. -- A otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz, y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?

C. Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.

C. Desde el mediodía hasta la media tarde, vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:

+ -- Elí, Elí, lamá sabaktaní.

C. (Es decir:

+ -- Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?)

C. Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron:

S. -- A Elías llama éste.

C. Uno de ellos fue corriendo; en seguida, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio a beber.

Los demás decían:

S. -- Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.

C. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.

(Todos se arrodillan, y se hace una pausa)

C. Entonces, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron. Las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a muchos.

El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, el ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:

S. -- Realmente éste era Hijo de Dios.

C. Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos.

C. Al anochecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Éste acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí, sentadas enfrente del sepulcro.

C. A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:

S. -- Señor, nos hemos acordado que aquel impostor, estando en vida, anunció: "A los tres días resucitaré." Por eso, da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, roben el cuerpo y digan al pueblo: "Ha resucitado de entre los muertos. La última impostura sería peor que la primera.”

C. Pilato contestó:

S. --Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis.

C. Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro.

Palabra del Señor


Comentario del Evangelio del Domingo de Ramos.

1.- El encuentro de este domingo, mis queridos jóvenes lectores, recuerda dos tradiciones litúrgicas. La primera parte compuesta de la proclamación de la Palabra, bendición de ramos y entrada solemne, tiene su origen en la iglesia de Jerusalén, la iglesia madre. La segunda, toda ella celebrada dentro del recinto, es fiel a la tradición de Roma, la que preside a la Iglesia Católica. Esta última es semejante a la de cualquier domingo. Una es rica en colorida, la otra repleta de austeridad.

2.- Una de las entradas de Jesús en la Santa Sión, tuvo mucha importancia. Era el cumplimiento de las profecías, la purificación del lugar santo y el auto-reconocimiento de su mesianidad. Esta actitud irritó a los que mandaban en el Templo. Aunque el cogollo de este lugar, el Santuario, había conseguido con su vaciedad, expresar que la Fe de Israel era en un Dios espiritual, los atrios que lo rodeaban también participaban de su santidad. En el lugar más santo ya no estaba ni el Arca de la Alianza, ni el Propiciatorio, ni las tablas de la Ley, ni la vara de Aarón, ni nada que pudiera insinuar idolatría, que pudiera estimular la imaginación de un dios material o mágico. Jesús no se entrometió allí. Pero los soportales que circundaban la gran explanada, participaban, de su religiosidad, y lo que empezó siendo una ayuda para el peregrino que no podía ofrecer limosnas más que en moneda propia del lugar, o víctimas que era incapaz de trasportarlas desde su domicilio, acabó convirtiéndose en un espacio de negocio que lo profanaba. Explicados estos detalles, comprenderéis la importancia que tuvo para las gentes, la entrada que celebramos hoy.

3.- Jesús se dirigió esta vez solemnemente desde su residencia habitual cuando estaba en Judea: la casa de sus amigos, los hermanos, Lázaro, Marta y María hacia Jerusalén. Era momento álgido, pero se mostró Él a su manera, con la humildad que le era propia. En otros tiempos el borrico podía gozar de prestigio, por entonces los poderosos viajaban a caballo. Le acompañaban al señor los Apóstoles. Seguramente nadie se fijó en Él hasta que, acabada la subida, montó en el jumento y al poco, empezó a descender. La falda de la montaña que llamamos de los olivos, por la abundancia de estos árboles, era lugar de recreo. La gente no estaba ocupada en solucionar sus pequeños problemas sin tener tiempo para nada, como ocurre hoy, estaba en situación apta para descubrir cosas mejores. Se propagó la noticia de quien pasaba por el camino y con ingenuidad se apresuraron a aclamarle. Gritaban hosanna, como en nuestros tiempos hubieran dicho viva o bravo. Cortaron palmas y ramas de olivo y las agitaron, como ahora hubieran aplaudido. Todo solemne, pero sencillo, quien le reconocía no era gente importante, ni poderosa: era el pueblo con sus criaturas ingenuas, las que si callaban, exigirían que hablasen las piedras.

4.- Celebrar esta entrada en la acción litúrgica, debe hacerse con espíritu alegre y fervoroso. Lamento observar que algunos portan sus ramos sin entusiasmo, colgados de la mano, casi arrastrándolos. A los niños más pequeños les han comprado palmas elegantes, con trenzados, las levantan sin saber porque lo hacen. Me decepciona que una vez sus padres han lucido a su retoño y le han sacado la correspondiente fotografía, se vuelven a casa. Por TV observo la procesión en Roma, en la plaza de San Pedro, miro las caras de la juventud. También la bajada hacia Jerusalén de los fieles de la Santa Ciudad. Los forasteros van emocionados, los religiosos y religiosas recogidos en oración, la juventud con su fanfarria, bombo y platillo incluido, atruenan el ambiente. No hay ni rastro de aburrimiento.

5.- ¡Cuánto me gustaría que os reunierais la gente joven, que trayendo ramos grandes, los levantarais como el deportista que triunfa levanta su trofeo, que cantarais con entusiasmo himnos, a Jesús reconociéndolo como vuestro Maestro, Señor y Amigo! Letras como “Christus vincit, Chistus regnat…” cantadas en sus diferentes versiones, penetrarán en vuestro corazón y lo llenarán de Esperanza.

6.- Porque comprobareis que los triunfadores envejecen y declinan sus cualidades, los conjuntos musicales, pierden creatividad, a los líderes políticos se les descubre que no son tan limpios como un día se supuso. Pero la honradez y lealtad del Señor, nunca desaparecen. Tal vez no entusiasmará histéricamente a quinceañeros o quinceañeras, pero nunca os engañara, nunca os traicionara, nunca os abandonará.

Como ejemplo, la lectura evangélica de la Pasión de Cristo, será una demostración de lo que es capaz de aceptar el Señor por los que ama. Cuando queda fija en la imaginación la imagen de Cristo carente de todo y crucificado, tantas cosas que satisfacen nuestra vanidad, nos damos cuenta de que no tienen ningún valor…

7.- La lectura de la Pasión no es un aguafiestas, su testimonio es el patrón con el que mediremos el valor que tiene lo que hacemos y de que, gracias a su sacrificio generoso, del que todos nos podemos aprovechar viviendo en la Iglesia y participando sacramentalmente, podremos, en nuestra vida, realizar grandes cosas por el Reino de Dios.

Por Pedrojosé Ynaraja

Fuente: Betania.

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