Domingo de Pentecostés (12/06/2011).

MONICIÓN DE ENTRADA

Recibid todos nuestra más alegre y cordial a la Eucaristía del Domingo de Pentecostés. Hoy vamos a asistir a un milagro prodigioso. Un grupo de hasta entonces atemorizados pescadores se convierte, por influjo del Espíritu Santo, en un equipo de eficaces misioneros. Pedro lanza una predicación con una fuerza inusitada, e inicia, con ella, la misión permanente de la Iglesia: llevar la Palabra de Dios hasta los confines del mundo. Con Pentecostés terminamos un largo camino que hemos recorrido juntos, y que se inició un ya un poco lejano miércoles de ceniza. Hemos vivido con emoción la Cuaresma, el Triduo Pascual, la Pascua, la Ascensión… Y estamos dispuestos a llevar la enseñanza del Espíritu vivida en esos días santos –la Palabra de Dios—hasta los confines de la tierra. Eso mismo hacen hoy muchos seglares lanzados a la evangelización en sus ambientes. La Iglesia celebra hoy el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. Los laicos, gracias al Espíritu, tiene su importantísimo lugar dentro de la Iglesia misionera…

1ª LECTURA: LECTURA DEL LIBRO DE LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES 2, 1-11

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.

Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban:

-- ¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.

Palabra de Dios

SALMO RESPONSORIAL. SALMO 103

R.- ENVÍA TU ESPÍRITU, SEÑOR, Y REPUEBLA LA FAZ DE LA TIERRA. 

Bendice, alma mía, al Señor: 

¡Dios mío, qué grande eres! 
Cuántas son tus obras, Señor; 
la tierra está llena de tus criaturas. R.-

Les retiras el aliento, 
y expiran y vuelven a ser polvo; 
envías tu aliento, y los creas, y
repueblas la faz de la tierra. R. -

Gloria a Dios para siempre, 
goce el Señor con sus obras. 
Que le sea agradable mi poema, 
y yo me alegraré con el Señor. R. -

2ª LECTURA: LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 12, 3b-7. 12-13

Hermanos:

Nadie puede decir: “Jesús es Señor”, si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.

Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Palabra de Dios.

SECUENCIA
  
Ven, Espíritu divino, 
manda tu luz desde el cielo. 
Padre amoroso del pobre; 
don, en tus dones espléndido; 
luz que penetra las almas; 
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma, 
descanso de nuestro esfuerzo, 
tregua en el duro trabajo, 
brisa en las horas de fuego, 
gozo que enjuga las lágrimas 
y reconforta en los duelos. 

Entra hasta el fondo del alma, 
divina luz, y enriquécenos. 
Mira el vacío del hombre, 
si tú le faltas por dentro; 
mira el poder del pecado, 
cuando no envías tu aliento. 

Riega la tierra en sequía, 
sana el corazón enfermo, 
lava las manchas, 
infunde calor de vida en el hielo, 
doma el espíritu indómito, 
guía al que tuerce el sendero. 

Reparte tus siete dones, 
según la fe de tus siervos; 
por tu bondad y tu gracia, 
dale al esfuerzo su mérito; 
salva al que busca salvarse 
y danos tu gozo eterno. 

ALELUYA

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor


LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

-- Paz a vosotros

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

-- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

-- Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Palabra del Señor.


Comentario al Evangelio del Domingo.

DEJAR QUE EL ESPÍRITU INUNDE NUESTROS CORAZONES

1.- FUERZAS NUEVAS.- El profeta vislumbra los acontecimientos que habían de ocurrir en los tiempos mesiánicos, aquellos días en los que las promesas dejarían de serlo para convertirse en gozosa realidad. El Espíritu de Dios se derramará sobre toda carne, llegará hasta los hombres infundiéndoles el hálito vital que les transformará, inyectando en ellos una fuerza nueva que les haga ver plenamente la maravilla de ser hijos de Dios, un impulso interno que les empuje a cumplir la divina ley del amor.

Envía de nuevo, Señor, tu Espíritu para que renueve la faz de la tierra. Necesitamos que nos siga sosteniendo su fuerza, que nos siga encendiendo el fuego de su amor, a fin de ser brasas encendidas que iluminen y caldeen a este nuestro viejo mundo, tan frío y tan oscuro, tan muerto. Haz que cada uno de los que hemos sido bautizados seamos testigos del Evangelio, profetas que anuncian con su vida, más que con palabras, ese mensaje de fuego con el que Cristo quiso incendiar al mundo.

Salvación. Estar metidos en el peligro, viendo que todo se hunde a nuestro alrededor, temiendo que llegue el momento en que todo se acabe, sintiendo un miedo indefinible a todo eso que está más allá, tan desconocido, tan cierto, tan tremendo, tan definitivo.

Salvación, liberación. Vivir con una profunda sensación de libertad, seguros, siempre optimistas, persuadidos de que ningún mal ocurrirá, sin miedo a nada ni a nadie. Tranquilos también en los momentos difíciles, en las horas de lucha e incertidumbre. Salvados, alegres, contentos, felices.

Y esto, todo esto, lo lograremos invocando el nombre del Señor. Invocarlo, no sólo pronunciarlo, no sólo decir Señor Jesús. Se trata de algo más, de algo que sólo se puede conseguir bajo la moción del Espíritu Santo. Por eso te pedimos, Señor, que venga y llene los corazones de tus fieles con el fuego de tu amor, que nos ayude hasta conseguir ese invocar a Jesús que es creer en Él, amarle sobre todas las cosas, esperar con toda confianza en su poderosa ayuda. Invocando el nombre del Señor, sólo así seremos salvados, en la vida y en la muerte.

2.- EL AGUA Y EL ESPÍRITU.- Como en otras ocasiones, san Juan nos habla de una fiesta. En ese marco festivo nos recuerda, una vez más, las palabras del Señor. Es un detalle que se repite, hasta el punto de que hay autores que dividen el texto evangélico de san Juan basándose en las diferentes fiestas judías que se van enumerando. Es como si el Discípulo amado quisiera recordarnos que toda la vida de Cristo fue, lo mismo que la nuestra debe ser, una gran fiesta. Sobre todo se fija en la fiesta de Pascua, hablando de ella por tres veces al menos, mientras que los Sinópticos sólo hablan de una fiesta pascual. La fiesta que se recoge en este pasaje es la de los Tabernáculos, caracterizada especialmente por los ritos del agua y las plegarias para pedirla a Dios.

El último día, el más solemne, Jesús exclama con fuerza: “El que tenga sed que venga a mí y beba…”. Su clamor vuelve a resonar hoy por medio de la liturgia. Dios sabe cuánta sed padecemos con frecuencia, cuánta insatisfacción nos devora por dentro, cuánta frustración sentimos al vernos tan miserables. Jesús, lo mismo que la Sabiduría del Antiguo Testamento, nos invita a llegarnos hasta Él, a creer en Él. Si lo hacemos, el agua brotará a borbotones, un agua viva y clara que saciará nuestra sed permanente, y que calmará esas hondas ansias que tanto nos atormentan.

Jesús al hablar de esa agua que brotará del pecho de quien viniera a Él y le creyera, se refería al Espíritu Santo que habrían de recibir después de su muerte y resurrección. Ya el profeta Ezequiel hablaba del agua y del Espíritu. Y también Jesús se refería a esto en el diálogo con Nicodemo, cuando le dijo que era preciso renacer del Espíritu y del agua.

En esta fiesta de Pentecostés que hoy celebra la Iglesia vuelve a correr el agua que lava y purifica, que fecunda e impulsa, que sostiene y da vida. Sólo es preciso abrir el alma, creer en Jesucristo y dejar que el Espíritu Santo inunde nuestros corazones.

Por Antonio García-Moreno

Fuente: Betania, Fano (Diócesis Málaga)

Enlaces Parroquiales

Parroquia San Gines de Padriñan. Comunidad Parroquial.

"TRANSFORMANDO EL MUNDO HACIENDO IGLESIA"