Homilía en la Solemnidad de Santiago Apóstol.

Excma. Sra. Delegada Regia,
Queridos Hermanos en el Episcopado,
Excmo. Cabildo Metropolitano,
Queridas Autoridades,
Queridos sacerdotes, Vida Consagrada y laicos,
Miembros de la Archicofradía del Apóstol Santiago,
Televidentes y Radioyentes,
Peregrinos:


Damos gracias a Dios por el Apóstol Santiago el Mayor, que nos habló por experiencia de algo grande y nuevo que responde plenamente a lo que espera nuestro corazón. Esta celebración solemne nos motiva a llevar una vida sobria, honrada y religiosa (cf. Tit 2,11-13), y a hacer un discernimiento creyente de la realidad, sabiendo que “la razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios” (GS 19).
Una vida religiosa siempre posibilita espacios de libertad y de diálogo, mientras que la irreligiosidad lleva al hombre a fabricar ídolos que no le salvan y que le ofrecen una visión reduccionista de su dignidad sin respuesta a sus profundas inquietudes. Lo esencial de la religión es la relación del hombre con lo trascendente que la fe llama Dios, y la facultad de entrar en esta relación original por encima de lo sensible y de lo mensurable. El hombre necesita una respuesta que él mismo no es capaz de darse. En el entramado de relaciones esenciales que constituyen fundamentalmente su vida,  la buena relación con Dios, la primera de todas ellas, favorece la bondad y la verdad de las otras. Así, la fe cristiana con su autoridad moral es una aportación única al bien común y un valioso activo para la sociedad.
“Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene  de nosotros” (2Cor 4,7). La verdadera razón de ser de la persona humana es Dios, “origen de nuestro ser y cimiento y cúspide de nuestra libertad; no su oponente”. “Dejadme, dijo el Papa en Santiago, que proclame desde aquí  la gloria del hombre, que advierta de las amenazas a su dignidad por el expolio de sus valores y riquezas originarios, por la marginación o la muerte infligidas a los más débiles y pobres. La Europa de la ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y de la cultura, tiene que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad con otros continentes, al Dios vivo y verdadero desde el hombre vivo y verdadero. Esto es lo que la Iglesia desea aportar: velar por Dios y velar por el hombre, desde la comprensión que de ambos se nos ofrece en Jesucristo”.
 “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. En la cultura actual la autonomía humana se ha convertido en el valor más decisivo, el progreso ha sustituido a la providencia, y el papel de Dios en gran parte ha desaparecido de la conciencia. Pensamos que es más fácil aceptar lo que nos parece útil y oportuno en cada circunstancia. Pero la vida del hombre debe definirse por el origen del que venimos y el destino hacia el que caminamos. Concienciarnos de esta realidad, en relación con las personas y con las cosas, es el secreto del sentido de la vida. Para ello es necesario salir de nuestra autosuficiencia que nos dificulta asumir la actitud obediencial. “Sólo Dios puede representar en sentido verdadero y pleno esta autoridad porque sólo él es nuestro creador y salvador, aquel del que venimos y nos espera, aquel que nos conoce hasta el fondo y que constituye la plena felicidad de nuestro ser”. Dios nunca privará al hombre de su libertad pero actuar con un fin contrario al bien de nuestra naturaleza humana no es libertad verdadera, ya que la libertad se ordena hacia el bien. “La ley civil, en cuanto sea acorde con el orden moral y, por tanto, con la verdad del hombre, no violenta la libertad del ciudadano que es requerido a obedecerla. La Iglesia fortalece la convivencia social y sirve al bien común cuando recuerda a sus fieles y a todos los hombres que las leyes justas, aunque puedan y aun deban perfeccionarse, obligan en conciencia. Una ley civil que, rebasando los límites de su competencia, contradiga la verdad del hombre, no reconociendo sus derechos fundamentales o incluso atropellándolos, carece de fuerza obligatoria”. El origen de la autoridad no es crear un sistema de dominio sino el esfuerzo de trabajar por el bien común y gastar la vida en bien de los demás, pensando que estos son como un tesoro que pertenece a Dios y que lo ha colocado bajo el cuidado de los hombres.
 “¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? Mi cáliz lo beberéis”. Ser discípulo de Cristo significa acabar junto al Señor compartiendo su mismo destino, servir y no ser servido, sufrir junto a Él. El cristiano ha de movilizar todas las fuerzas del alma y del bien contra el pecado y el círculo del mal, siendo probado de forma misteriosa en el sufrimiento, como crisol donde germina la libertad y el amor. La lúcida aceptación del peso de la historia y la paciencia ante el sufrimiento que la fidelidad lleva consigo, tienen fuerza santificadora aceptando la voluntad de Dios en un mundo en el que hemos de transformarnos por la renovación de la mente, para saber  discernir  cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que agrada, lo perfecto (cf. Rom 12,2). El hombre debe vivir la vida de Cristo en orden a comprenderse a si mismo, a mantener la propia identidad, y a enriquecer la libertad y la fidelidad donde se percibe la calidad de la relación humana. Sólo la verdad manifestada por Dios en la historia y en la vida de cada uno de nosotros, nos lleva a afirmar nuestra adhesión a Cristo. “No hay mayor tesoro que podamos ofrecer a nuestros contemporáneos”.
Así lo refleja el Papa Benedicto XVI cuando con el lema “Arraigados y edificados en Cristo. Firmes en la fe” convoca a los jóvenes para la Jornada Mundial de la Juventud que se celebrará en Madrid en agosto. En su Mensaje nos dice: “Ya en 1989, algunos meses antes de la histórica caída del Muro de Berlín, la peregrinación de los jóvenes hizo un alto en España, en Santiago de Compostela. Ahora, en un momento en que Europa tiene que volver a encontrar sus raíces cristianas, hemos fijado nuestro encuentro en Madrid” (cf. Col 2, 7). Os invito a participar en este evento tan importante para la Iglesia en Europa y para la Iglesia universal. Además, quisiera que todos los jóvenes, tanto los que comparten nuestra fe, como los que vacilan, dudan o no creen, puedan vivir esta experiencia, que puede ser decisiva para la vida: la experiencia del Señor Jesús resucitado y vivo, y de su amor por cada uno de nosotros”.
Peregrinando con el Apóstol Santiago avivemos la conciencia de nuestra filiación con Dios y de nuestra fraternidad con los demás, reconociendo que el hombre es el sentido del mundo creado por Dios en la certeza de que la verdadera libertad no nace del subjetivismo, de la espontaneidad o del aislamiento, sino de la apertura, de la comunión y de la inserción solidaria.
Dios no dicta nuestras decisiones en el orden social, económico y político, pero la realidad de lo humano y de la vocación suprema del hombre la conocemos a la luz de Cristo. “Lo esencial del cristianismo es el encuentro que Dios ha hecho del hombre en Cristo”. La Iglesia, como sal de la tierra y luz del mundo, no da órdenes al mundo, pero le ofrece las respuestas de lo específico de su mensaje para ayudarle a salir de su confusión. “Hermoso estado el de la Iglesia cuando solamente es sostenido por Dios”. El cristiano ha de vivir con el irrenunciable sentido de responsabilidad y con la conciencia de la originalidad de su identidad cristiana. “Ser cristiano es en si mismo algo vivo, algo moderno, que configura y plasma nuestra modernidad y que, en este sentido, la abraza en toda regla”. Es necesario crear puntos luminosos de humanidad nueva pero no vamos a encontrar los elementos necesarios para superar la crisis, si no cambiamos en nuestro interior con una actitud de conversión. Si queremos una ciudad de los hombres más acogedora, debemos dejar que la ciudad de Dios la permeabilice con aquella forma originaria de vida que Jesús nos ha traído. Si el hombre tiene la mirada dirigida a Dios, aprenderá de Él la verdadera humanidad.
Con confianza poño sobre o Altar a vosa ofrenda, Sra. Oferente. Encomendo coa intercesión do Apóstolo Santiago a todos os pobos de España, de xeito especial ao pobo galego, ás familias para que coa colaboración necesaria poñan todo o seu empeño na nobre tarefa de formar ás xeracións máis xóvenes, animándoos a construír unha sociedade onde se vivan os principios morais e espirituais que garantan o respecto sagrado á persoa. Encomendo os frutos espirituais da Xornada Mundial da Xuventude. No medio da crise económica teño en conta de maneira especial as persoas mais afectadas, situándonos nun horizonte moral para recuperar a confianza. Lembro as persoas que morreron polas consecuencias do terrorismo sempre irracional. Pido polos nosos gobernantes e por todas aquelas persoas que están ofrecendo os seus mellores esforzos para responder ás esixencias do ben común e construir unha sociedade mellor. Amigo do Señor, asiste e protexe á Igrexa que peregrina en España para que nos manteñamos fieis a Cristo ata o remate dos tempos. Co teu patrocinio, Santo Apostolo, pido que o Señor bendiga ás súas Maxestades e a toda a Familia Real, e tamén á Vosa Excelencia, Sra. Oferente, á súa familia e aós seus colaboradores. “Astro brillante de España, apóstolo Santiago; o teu corpo descansa na paz; a túa gloria pervive entre nós. Inúndanos desde o alto con resplandores celestillas, e escoita a acción de grazas que ledos te expresamos”. Amén.


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