“Salgamos al encuentro… Abramos puertas”.


 Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado. Carta Pastoral 2012.

Queridos diocesanos: 
Este año la Iglesia en la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado nos propone salir al encuentro de los emigrantes y refugiados, abriendo las puertas para acogerlos fraternal y solidariamente. Tener que dejar la propia tierra y buscar refugio en otra tierra extraña es una de las experiencias dolorosas que puede vivir una persona. La persona percibe que el lugar que habita originariamente, llega a ser un poco prolongación de si misma. Se tiene la impresión de que estar en su tierra afirma la libertad mientras que habitar en tierra extranjera diluye la propia identidad, generándose la sensación de inseguridad y desvalimiento, que son no pocas veces consecuencia de la indiferencia o de la desconfianza de  quienes no miran con buenos ojos al extranjero, que lo discriminan y que fácilmente lo hacen responsable de cualquier calamidad emergente.  


Integración social y comunión eclesial 
En nuestra Archidiócesis se constata una mayor presencia de emigrantes de diferentes países con diferentes lenguas, creencias y culturas, dando lugar a una sociedad pluricultural y plurirreligiosa. Esto lo percibimos en el día a día de la vida de las parroquias. “La acogida  a los emigrantes y refugiados no es sólo una cuestión  de solidaridad y de compartir, es una oportunidad providencial para renovar el anuncio del Evangelio en el mundo contemporáneo”, escribe el Papa en su mensaje para esta Jornada mundial. En el contexto de la nueva evangelización no hemos de ahorrar esfuerzo alguno a la hora de lograr la integración social y la comunión eclesial de quienes dejando su país vienen al nuestro, buscando condiciones más favorables para su vida. 
Es necesario que a quienes ya han encontrado a Jesucristo, les ofrezcamos una comunidad cristiana viva y responsable que les ayude a reafirmar su fe, a fortalecer su esperanza cristiana en medio de las dificultades del desarraigo de su entorno y a animar su caridad. Pero soy consciente, y así lo he podido comprobar en las visitas pastorales, de que también ellos nos pueden ayudar a remover las aguas a veces estancadas de nuestras comunidades cristianas. La señal evidente de la vitalidad eclesial es el espíritu misionero y evangelizador.  
En el peregrinar de su existencia hacia la patria definitiva, la ciudadanía de los santos, el cristiano  se sabe acompañado por Cristo que nos recuerda que cada vez que acompañamos a los demás, le acompañamos a Él  (cf. Mt 25,40). Quienes por diferentes motivos han tenido que salir a otros países, han experimentado la necesidad de sentirse acompañados.  
Comenta el Papa que llegan hasta nosotros “hombres y mujeres provenientes de diversas regiones de la tierra que aún no han encontrado a Jesucristo o lo conocen solamente de modo parcial”. Los católicos no podemos sentirnos ajenos a esta situación, y a  través de un diálogo respetuoso y del testimonio de nuestra solidaridad hemos de mostrar que el Dios en quien creemos “es el Dios del amor, de la justicia, de la ternura y de la misericordia”. 
Nos damos cuenta de que “el más hermoso testimonio se revelará a la larga impotente si no es esclarecido, justificado -lo que Pedro llamaba dar razón de nuestra esperanza-, explicitado por un  anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús”.

Nuestra experiencia de emigración 
No olvidemos que la emigración ha formado parte de nuestra historia gallega. Siguen vivos los recuerdos, los afectos y las emociones cuando hacemos memoria de esta realidad. También Dios le recuerda al pueblo de Israel: “Amaréis al emigrante porque emigrantes fuisteis en Egipto” (Dt 10, 19), indicándoles cómo tenían que acoger a quienes venían de otros países. Jesús nos recordará que al final de nuestros días se nos preguntará si hemos dado hospitalidad al forastero (Mt 25,35). En este sentido, el Papa nos invita a que “las comunidades cristianas presten una atención particular a los trabajadores inmigrantes y a sus familias, a través de acompañamiento de la oración, de la solidaridad y de la caridad cristiana;  la valoración de lo que enriquece recíprocamente, así como la promoción de nuevos programas políticos, económicos y sociales que favorezcan el respeto  de la dignidad de toda persona humana, la tutela de la familia y el acceso a una vivienda digna, al trabajo y a la 
asistencia”. Nuestro mundo debería ser  una casa común y hemos de esforzarnos para acercarnos a esta realidad. “No debe olvidarse, ciertamente, que nadie puede ser excluido de nuestro amor, desde el momento que con la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a cada hombre”.

Pidiendo la intercesión de la Sagrada Familia que vivió la experiencia de salir de su tierra, para los emigrantes y refugiados, os saluda con afecto y bendice en el Señor, 
   
+ Julián Barrio Barrio, 
Arzobispo de Santiago de Compostela 

Descargar Carta Pastoral en PDF (castellano / gallego).

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