Carta Pastoral en Pentecostés.


DÍA DE LA ACCIÓN CATÓLICA Y DEL APOSTOLADO SEGLAR “APÓSTOLES PARA LA NUEVA EVANGELIZACIÓN” 

Nuestro momento eclesial y social 
En el presente año 2012 celebramos la solemnidad de Pentecostés y con ella  el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar en un contexto eclesial y social que connota significativamente tanto la fiesta litúrgica como la jornada de reflexión en la que los cristianos laicos de la diócesis comparten fraternalmente su vivencia y vocación de “apóstoles de la  nueva evangelización”.  
Muchos conciudadanos nuestros se ven gravemente afectados por la acuciante crisis económica que desde el año 2008 constriñe el progreso  de los pueblos, pone a prueba los logros del estado de bienestar y con la falta de trabajo y merma de protección social genera desesperanza y sufrimiento en multitud de familias y personas
“El momento actual –decían los obispos españoles ya en 2009- requiere tomar conciencia del sufrimiento de nuestros hermanos más afectados por la crisis, y un compromiso más solidario de todos, especialmente de los que tienen más capacidad para poner a disposición de los demás los bienes y recursos recibidos de Dios”
Además, la Iglesia, en general, y nuestra iglesia diocesana en particular,  está constatando que los nuevos escenarios en que ha de anunciar a Jesucristo le exigen el  nuevo ardor, los nuevos métodos y las nuevas expresiones que preconiza la Nueva Evangelización.  
Por otra parte, el próximo cincuentenario del Concilio Vaticano II y la convocatoria del Año de la Fe por el Santo Padre, nos urgen en la misma dirección: todos los discípulos de Cristo estamos llamados a plantar el nombre de Dios en la plaza pública, tal como el mismo Benedicto XVI nos lo pidió en su inolvidable visita a Santiago: “Por eso, es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa; que esa palabra santa no se pronuncie jamás en vano; que no se pervierta haciéndola servir a fines que le son impropios. Es menester que se profiera santamente. Es necesario que la percibamos así en la vida de cada día, en el silencio del trabajo, en el amor fraterno y en las dificultades que los años traen 
consigo”.  
El Concilio, hace cincuenta años, desveló la belleza, grandeza y dignidad de la vocación y misión del cristiano, que, bautizado en el nombre del Señor, es ya para siempre  miembro de su Iglesia, llamado a la santidad, y enviado a ser testigo al tiempo que colaborador de la realidad creciente del reino de Dios. Benedicto XVI, al convocar el Año de la fe, nos propone la urgencia de este testimonio: “Hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe”.  

“Apóstoles para la Nueva Evangelización” 
 Llega, pues, este Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, por una parte, con la llamada a intensificar el esfuerzo de renovación de la Iglesia por el Concilio Vaticano II, con la urgencia de la Nueva Evangelización y con la convocatoria del Año de la fe para, en palabras de Benedicto XVI,  “iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo  renovado del encuentro con Cristo”. La situación económica y social, por su parte, es un signo de nuestro tiempo que nos emplaza en el escenario donde se ha de plantar el nombre de Dios al tiempo que la esperanza y la liberación de los que más sufren: “El testimonio de la caridad de Cristo mediante obras de justicia, paz y desarrollo forma parte de la evangelización, porque a Jesucristo, que nos ama, le interesa todo el hombre. “Sobre estas importantes enseñanzas se funda el aspecto misionero de la doctrina social de la Iglesia, como un elemento esencial de evangelización”.
En este hermoso día de Pentecostés, pues, el Espíritu de Cristo nos hace desbordar de gozo y reviste a su Iglesia con “traje de gala y de triunfo, como esposa que se adorna para su esposo o novia que se adorna con sus joyas” (Is 61, 10). Éstas no son otras que sus dones de santidad y de gracia, de comunión y misión.  
Por estos dones los cristianos laicos, como “Apóstoles de la nueva evangelización”, son llamados a la renovación de su vida personal, asumiendo la fe como un fuego irresistible prendido en el amor de Cristo, y profiriéndola como el pregón  de una nueva y necesaria esperanza.  Las tareas propuestas por la Nueva Evangelización nos urgen en primer lugar a la conversión personal y a la santidad.  No hemos de olvidar la necesidad de formación en todos los órdenes: espiritual y eclesial, teológica y bíblica. Es necesario que el Itinerario de Formación Cristiana de Adultos siga difundiéndose y sea el centro radiante de creación de nuevos grupos de reflexión y compromiso cristianos. Pedimos especialmente a los militantes de Acción Católica el esfuerzo generoso de promover grupos de iniciación, terminen o no perteneciendo a la Acción Católica. Estamos urgidos en esta hora a ser lúcidos, esto es, a caer en la cuenta  de  que  la  fe  no  se  vive  en  soledad  ni privadamente sino que la fe de cada cristiano no es otra que la fe de la Iglesia en la que ha renacido por el bautismo y en la que se alimenta y crece por la Eucaristía. “El cristiano –dice Benedicto XVI- no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree. La Iglesia en el día de Pentecostés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y del anunciar a todos sin temor la propia fe. Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso. La misma profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario. En efecto, el primer sujeto de la fe es la Iglesia”
Es necesaria esta toma de conciencia en todos los cristianos. La santidad personal, la fidelidad al Señor como discípulos suyos, conlleva sentirse Iglesia, llamados y enviados, comprometidos en ella y con ella para proferir en voz alta el nombre del Salvador y mostrarlo con obras de justicia y amor.
Revestidos de los dones del Espíritu, los frutos no pueden ser sino acciones de solidaridad y misericordia, gestos y signos de acogida y preferencia por los que más sufren el desempleo, la incertidumbre y la pobreza.  No será suficiente reducirnos a paliar el desgarro y el sufrimiento de los más desfavorecidos, tendremos que realizar los signos que anuncien y promuevan los cambios necesarios inspirados en la justicia y la caridad en la verdad. “Sostenidos por la fe, miramos con esperanza a nuestro compromiso en el mundo, aguardando «unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia» (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1)”. 
María, reina del cielo, que se alegró con la resurrección de su Hijo y en Pentecostés acompañó a la Iglesia en la recepción del Espíritu, aliente en mis queridos diocesanos el sentido misionero de su fe para que, a ejemplo de nuestro patrón Santiago, se afanen por cuidar aquí y ahora el crecimiento de las semillas y dones que el Espíritu Santo derrama sin medida (cfr Jn 3, 34). 
   
+ Julián Barrio Barrio, 
Arzobispo de Santiago de Compostela 


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