Domingo 6º Ordinario A

Las lecturas de la liturgia de hoy dan mucho que pensar. Plantean una opción radical entre el bien y el mal: 'Ante ti están puestos el fuego y el agua... la muerte y la vida: lo que escojas, eso se te dará" (Sir 15,16-21). Y Nuestro Señor, en el Evangelio, nos exhorta a no conformarnos con los mandamientos antiguos, sino a buscar lo mejor: "Habéis oído que se dijo: 'no matarás'.. Pero yo os digo: todo el que se llene de ira con su hermano será reo de juicio" (Mt 5.21-22).

Lo cual significa que no basta con evitar el mal: el pecado más grave. El discípulo de Cristo debe buscar lo mejor: hacer todo el bien que pueda; y hacerlo del mejor modo posible. Dios sabe que somos débiles y que, a pesar de nuestras buenas intenciones, muchas veces hacemos el mal. Pero esto es una cosa, y otra muy distinta no querer evitar el mal. Dios no premia los resultados; conoce el corazón y premia o castiga de acuerdo con nuestros más íntimos deseos.

En el Evangelio el Señor se esfuerza en hacernos entender este planteamiento nuevo, que distingue radicalmente el Antiguo del Nuevo Testamento. Los diez mandamientos de Moisés son eso: mandamientos. "No matarás, no robarás..
Jesús, en cambio, no manda; Jesús invita, para que elijamos con libertad. Y nos invita a lo mejor, a lo que podemos alcanzar con la ayuda de su gracia "Habéis oído que se dijo: ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo... si alguien te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la otra" (Mt 5,38.39). Parecería imposible vivir así, pero es posible con una doble condición: el apoyo en la misericordia divina y fomentar en el alma el deseo de lo mejor.
La gracia y la misericordia de Dios son imprescindibles para hacer el bien. San Agustín libró una fuerte batalla doctrinal, allá por el año 400, para defender que toda obra buena que hace el hombre, está precedida y acompañada por la gracia de Dios. Por lo tanto, si quieres hacer el bien, lo primero que has de hacer es pedir a Dios su ayuda. Sin ella no irás muy lejos, por más buenos propósitos que albergues en tu alma. Y en segundo lugar, agrandar tus deseos. Muchos cristianos no son malos, pero son "escuálidos' Como un árbol frutal esmirriado, que no está muerto, pero no da fruto por su languidez y escasa vitalidad. Allá por el año 100, san Ignacio de Antioquía escribió: "El cristianismo no es cuestión de persuasión sino de grandeza de alma".
Solo si aspiras a algo más que medianías, seguirás a Jesucristo de cerca Él no se detuvo en los mínimos; se entregó totalmente hasta la muerte en la Cruz. Para enseñarnos que el caminar de un cristiano, junto con la gracia, debe ir presidido por el deseo firme de no detenerse en mediocridades, sino de llegar a amar como Cristo mismo nos amó. PALABRA—Manuel Ordeig
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