Domingo 1º de Cuaresma A


Las lecturas de la misa de hoy describen con toda su fuerza el antagonismo del bien y el mal, del pecado y la virtud. La primera narra la creación del hombre, el mandato de Dios y la desobediencia de Eva y Adán. En la segunda, san Pablo enfrenta aquella desobediencia con la obediencia de Cristo:
por el delito del primer hombre entró el pecado en el mundo; ahora, la justicia de un solo hombre -Jesucristo- también justificará a todos. Y el evangelio recoge esa misma dialéctica y ese mismo combate, en el interior de la persona humana. En este caso Jesucristo, Dios verdadero pero también hombre verdadero, es tentado -como Adán- y sometido a la prueba de la libertad: elegir los mandatos de Dios o los atractivos del mundo y de la soberbia. Pero, a diferencia de aquél, Cristo vence al demonio y sus tentaciones y se mantiene fiel a Dios. Es una lucha grandiosa, viva y constante desde el momento de la creación del hombre. Pero, a la vez, es la misma lucha corriente y ordinaria que mantenemos todos cada día de nuestra vida. La nuestra es una lucha en tono menor, no está en juego el destino de la humanidad; pero está en juego el destino personal y, con él, el de mucha gente que nos rodea.
El problema de Adán y Eva fue que tenían claro el precepto, pero también tenían la plena libertad de seguirlo o no. Dios no les recortó lo más mínimo su libertad. Y al ejercitarla, se dejaron llevar del gusto (la fruta era apetecible) y de las razones personales (seréis como dioses), en contra del mandamiento divino. Cuando Dios les creó libres, sabía que corría el riesgo de que la criatura se volviese contra EL y así sucedió. Pero no les limitó su libertad. También tú y yo somos libres para creer y amar a Dios, o apartarnos de Él con desprecio. Es el riesgo de nuestra libertad.
En pocas semanas asistiremos al remedio que Dios buscó para el hombre, llevado de su infinita misericordia. jesucristo vino al mundo para reencaminar lo que la desobediencia de Adán había tergiversado. Pero de momento estamos contemplando el drama de nuestra libertad. De una u otra manera, todos los días hemos de luchar contra las tentaciones que el demonio nos presenta. El cielo es un regalo, porque está más allá de nuestras fuerzas humanas, pero necesita nuestro querer. Nadie irá al cielo que no quiera ir; el misterio de la libertad se nos hace presente todos los días.
¿Cómo ejercitas tu libertad cada día, eligiendo libremente lo que Dios te invita a cumplir y rechazando las múltiples insinuaciones del mal? Ni el bien, ni el mal te son impuestos. Igual que Jesucristo en el desierto, toda elección supone renuncias; yla elección por el bien las supone especialmente, porque los gustos e intereses pretenden siempre prevalecer. Es el momento de pedir ayuda a Jesucristo para elegir como Él eligió.  PALABRA — Manuel Ordeig
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