Domingo XIII Ordinario A


El discurso de Jesucristo que recoge el Evangelio leído hoy, resulta desconcertante. Y para aquellos judíos de entonces, todavía menos inteligible. Porque no penséis en lo que hoy sabemos sobre la fe cristiana. Pensad en aquella gente, sencilla en su mayor parte: qué podían entender entonces de lo que acabamos de escuchar. No es que las palabras fuesen difíciles.
Era que su sentido volvía del revés los puntos de vistas más comunes del mundo: "El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará", o pedía cosas desatinadas: "El que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí". Sin embargo, bien mirado, una primera riqueza brilla en estos párrafos del Evangelio. Y esta "riqueza' aparece cuando nos planteamos personalmente el dilema encerrado en ese contrasentido. O bien, quien lo dice es un loco y no hay que hacerle caso alguno, porque contraviene todo lo "normal"; o bien, quien lo propone ha demostrado ser lo que dice ser -el Hijo de Dios-, en cuyo caso  mucho de cuanto damos por seguro y válido en este mundo, no lo es tanto. Porque, si lo que dice es cierto, entonces quien ha de cambiar el punto de vista es el mundo que nos rodea y nosotros mismos. Y muchos de los planteamientos humanos más en boga distan bastante de ser los correctos. "Pero esto sería terrible  puedes pensar. Y te contesto: ¿no has visto que la vida de los santos siempre choca con su momento histórico? ¿Que siempre son malentendidos o perseguidos? Es por eso, porque contradicen los comportamientos mayoritarios.
Ésta es la primera parte. Más importante de lo que parece, porque el temor a quedar mal, a que nos tomen por locos o exagerados, a ser marginados, etc., es una tenaza que impide al cristiano seguir a Jesucristo como Él nos indicó.
En la Epístola a los Romanos, San Pablo explica el porqué de ese contraste paradójico: "Por el bautismo nos incorporamos a Cristo, a su muerte. ..para que así como El. resucita... así nosotros andemos en una vida nueva". "Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él". Estamos en el meollo de la fe cristiana: la resurrección de Cristo, y nuestra participación en ella. Somos hombres y mujeres nuevos del todo, muertos al pecado yvivos para Dios. Cuanto somos y hacemos, está ahora presidido por una mirada que se dirige a Dios mismo. Es posible que nuestra vida sea muy parecida a la de miles de seres humanos que nos rodean. Mas el parecido físico tiene poco que ver con las actitudes del alma El corazón cristiano se orienta hacia un norte muy definido: cumplir en su vida la voluntad de Dios para él. Una Voluntad que culmina haciéndonos partícipes de su bienaventuranza eterna. Y esto es algo de otro mundo; muy diferente de éste.
Palabra —Manuel Ordeig
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