Escribe el Párroco: "Nuestro Padre Jesús Nazareno"

COFRADIA DE “NUESTRO PADRE JESUS NAZARENO” ¡EVOCACION!

Jesús Nazareno es el Cofrade Único, convertido en inmejorable referente para los integrantes de las procesiones de Semana Santa a los que también se conoce como tales. Constituye, sin duda, uno de los referentes de la Pasión humanada de Cristo, integrado en la exteriorizada y pública manifestación de fe con proyección al templo y la calle, ad extra y ad intra, en identidad eclesial.
Así, los diversos acontecimientos de la Pasión, muerte y Resurrección del Salvador constituyen la esencia nuclear del transcurrir existencial y biográfico del cristiano en relación con el Triduo Pascual, proyectada a la sacralización del espacio público, enmarcado en inmejorable marco escénico y representativo del lento transcurrir de Nuestro Padre Jesús Nazareno.

Jesús “El Nazareno” representa la máxima cercanía entre lo humano y lo divino. Denominar Padre a Jesús en el más estricto sentido antropológico identifica su pertenencia a la esencia de Dios. La palabra PADRE, escrita con mayúscula, en nuestro argot humano, pequeño, roto y reducido, está indicando la dirección a Dios, en el que la palabra padre adquiere toda su grandeza y realismo de amor y si además se le antepone el adjetivo “NUESTRO” entonces nos hallamos ante una intensísima relación humano-divina. 

Jesús El Nazareno, nos remite a la dimensión humana de Cristo, nos remite a su naturaleza humana, nos remite a la Encarnación, al Jesús Dios-hombre que nació en una pequeña localidad rural de Judea, que vivió y se crió en Nazaret, de dónde le viene el gentilicio de NAZARENO, y, por tanto, por derivación, a todos sus seguidores y cofrades, como discípulos del Cofrade Mayor Cristo. Jesús igual que el cristiano, peregrina, evangeliza, invita con su penetrante mirada elevada al cielo, a seguirle con nuestra cruz, donde solo podremos entender su profundo misterio, íntimamente unida a la cruz Nazarena.  Sus manos aferradas a la cruz y las casi lagrimas que se asoman a sus ojos, se dirigen a la madre, en cuyas firmes entrañas se hundió LA ESPADA de Simeón, haciéndose herencia y donación desde la cruz. 

Con sus manos aferradas a la cruz redentora nos muestra la firmeza de su decisión de entregar su vida por nosotros, en ese trono y signo, desde el que presidirá a la Humanidad gozosa y doliente. 
La empinada y dramática cuesta que asciende hacia el Calvario con un Jesús convertido en portador del Santo Madero, en aceptación espontánea de la Teología de la Cruz, protagoniza el dolor propio y ajeno que humaniza a Dios. Nos remite así, a una Encarnación, en su dimensión sufriente, inherente a la condición humana. Todas las cruces ocultas pesan sobre Jesús Nazareno que asciende transformado y fortalecido para acoger y renovar las manifiestas penalidades comunes a la naturaleza humana, previa su divinizada condición de hijos de Dios. 

Jesús, el Nazareno, procesiona por plazas y calles en multitudinaria y paradójica escena, permaneciendo solitario entre la multitud, en absorta fisonomía, ubicado entre la admiración y la sorpresa, ante un aterrador silencio, inserto en el rito íntimo del corazón de los fieles. Su testimonio queda patente en la silente y acogedora respuesta al compartido dolor de cada uno y de todos, revelando el amor generoso y expresado en esta tierra hacia aquellos a quienes acogía, perdonaba y curaba, significando el amor sin medida hacia la humanidad entera.   

A su encuentro salen las Santas y angustiadas mujeres, además de algunos comprometidos y dudosos seguidores, como el Cirineo y demás curiosos, que se ven interpelados por la sugerente efigie del que asciende doblegado por el dolor que libera. El respeto y la admiración se alejan de la mascarada, del ridículo y de la culpabilidad, mientras la rebeldía, la pena, que no compasión, y el compromiso y lealtad al Dios que asume rendir homenaje de libertad a una humanidad indiferente o alejada. Si de la herida de la lanza de Longinos hundida en el pecho de Cristo nació la Iglesia, y la espada de Simeón se hundió con la misma firmeza en las entrañas de María Madre en inmejorable herencia y donación desde el madero, la Humanidad es regada por la sangre salvadora, en símil a cuantos le esperan a verle pasar por la lúgubre calle de la Amargura. Paralela y bendita corredención de Cristo y María, sangre y leche en símil integrador del género humano. Dios salva a la humanidad por la sangre (perder sangre es perder vida y la transfusión sanguínea es donar vida), en femenino (complemento maternal y virginal). 

El Nazareno sólo o acompañado, individualizado o agrupado se acoge al celestial y estrellado palio celestial presidido por la luna de Nisán, inclinado o reclinado bajo el pesado legado crucífero para proyectar con su rutilante transcurrir nocturno la luz que emerge de la fortaleza henchida por la libertad de quien puede ejercerla ante la inconfundible manera especial de Ser Hombre. Sí. Cristo es el modelo del hombre. Cristo, Nazareno, revela la grandeza del hombre sufriente, silente entregado, azotado y coronado por la moderna sociedad que no quiere saber de dolor ni de hombre, sino de un espantapájaros que puede ser cualquier cosa sin sufrimiento ni dolientes, descarado y desencarnado de todo sentimiento humano procedente de la naturaleza humana aceptada, asumida y abrazada por Cristo Nazareno.

Vedle ahí pasar entre la multitud, cargando con el peso de todos los pecados de todos los hombres, con todas sus cruces ocultas y calladas, como un río de consuelo a quienes no son consolados y de acompañamiento a quienes caminan solos cargados con el estigma de hombres, nunca jamás tan denostados, como hoy. Cristo es el modelo, el agua limpia, el pan sin moho, el compañero, el COFRADE de los hombres en camino. 


+Monseñor Don Samuel García Tacón
Párroco de nuestra Parroquia San Ginés de Padriñan

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Parroquia San Gines de Padriñan. Comunidad Parroquial.

"TRANSFORMANDO EL MUNDO HACIENDO IGLESIA"