Cuenta Esopo la parábola de cuatro bueyes que, por su fortaleza, eran invencibles para el lobo hasta que un día, con gran astucia, ideó enfrentarlos diciéndole a cada uno que los otros lo aborrecían y se burlaban de él. Engañados, al final se separaron y el lobo fue matando uno a uno. Por desgracia, esta historia se repite con demasiada frecuencia en el mundo de los humanos. Unas veces por la maledicencia, otras por la autosuficiencia lograda gracias a los avances tecnológicos, otras por la indiferencia hacia el otro provocada por el consumismo, el caso es que la división, la fragmentación social se hacen fuertes en el día a día y dañan profundamente la vida social.
El reciente informe FOESA de Cáritas nos pone sobre aviso de uno de los graves males que nos acechan en estos momentos: la desvinculación social. Es este un mal que percibimos a diario y que difícilmente puede ser negado.
No es este el sentido que Dios Padre quiso imprimir a su creación: precisamente le dio al hombre una compañera para que le hiciera compañía. El Creador, después de dotar al ser humano de un carácter social, le da la compañía necesaria para realizarse. Y, después de que el pecado reintrodujera en el mundo la ruptura y la desvinculación social, Dios Padre nos envió a su Hijo, el cual, por la encarnación y muerte en Cruz restableció la comunión perdida. Es sintomático también el testimonio de Jesucristo, enviado por el Padre a anunciar la Buena Noticia y a redimir a los pobres. En diversas ocasiones le contemplamos curando a leprosos, sordos, ciegos… Al hacerlo, no sólo atendía a su salud física, sino que procuraba su integración social.
También la Iglesia, últimamente por medio del Papa Francisco, ofrece su orientación y apoyo ante este problema. Ciertamente nos propone, en primer lugar, fortalecer la vida comunitaria. La comunidad es un ámbito adecuado para sanar las heridas que la convivencia diaria causa, para restablecer relaciones rotas, para recomponer los vínculos sociales malheridos, para implementar la caridad. En esta misma línea de trabajo, el Programa pastoral diocesano de este curso que se desarrolla bajo el lema “Y levantándose volvieron a Jerusalén” nos presenta a los dos discípulos de Emaús que, habiendo abandonado la comunidad después de la muerte de Jesucristo, una vez se han encontrado con él en el camino por la explicación de las Escrituras y el compartir el pan, se vuelven a la Ciudad santa para recuperar su condición de discípulos en comunión.
El Papa Francisco, igualmente, nos invita a crear una cultura del diálogo y del encuentro. Cuando en marzo del año pasado visitaba Marruecos, decía que, “para participar en la edificación de una sociedad abierta, plural y solidaria, es esencial desarrollar y asumir constantemente y sin saquear la cultura del diálogo como el camino a seguir… teniendo como referencias inestimables de nuestro actuar los valores que nos son comunes”. Francisco nos invita también a generar una cultura del encuentro. En el mismo viaje decía que “la caridad, especialmente hacia los más débiles, es la mejor oportunidad que tenemos para seguir trabajando en favor de una cultura del encuentro”.
Pasar de la desvinculación a la revinculación en la vida personal y social es, pues, una exigencia de Dios y de su Iglesia y, sobre todo, una cuestión de supervivencia para la humanidad. Los alejados, están invitados a volver a la comunidad eclesial encarnada en la parroquia. Los que están ya dentro, han de sentirse movidos a hacerla más fuerte. Al mismo tiempo, se ha de reforzar el diálogo e intensificar la vida de caridad con los más débiles y necesitados. Y, en fin, para sostener estos compromisos, el cristiano necesita de la Eucaristía. En ella se funda y alimenta la comunión con el Señor y con los hermanos.
+M. Jesús Fernández González
Obispo auxiliar de Santiago de Compostela
Fuente: Revista Nazarenus 2020.
