La Música en Semana Santa

No hay Semana Santa sin olor a incienso, nazarenos, pasos de trono y de palio, costaleros y, sobre todo, sin música. Las marchas procesionales que interpretan las bandas de cornetas y tambores o las agrupaciones musicales y las saetas que se escuchan en cualquier rincón de España son la banda sonora de estos días. Pues muy a pesar del "Coronavirus" seguimos desde nuestras casas los oficios al son de los tambores de nuestra banda, la "Banda de Tambores y Cornetas de la Cofradía del Nazareno y Santo Sepulcro", pues sin ellos los pasos de Semana Santa no serían iguales.


¿Que os parece si hacemos primero un recorrido histórico y luego recordamos las marchas procesionales de otros años a cargo de nuestra banda de cornetas?

A principios del siglo XVI nacen los actuales desfiles procesionales de Semana Santa, pero no es hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando ven la luz las marchas procesionales que recurren, en un principio, a las marchas fúnebres, forma musical muy en boga por esos años. No hay que olvidar que nos encontramos en pleno Romanticismo. Así pues, se adaptan piezas de grandes compositores para ser tocadas en los desfiles, por un lado por el escaso repertorio existente y por otro por la grandiosidad de piezas como la “Marcha fúnebre”, segundo movimiento de la “Sonata para piano nº 2”, de Frederick Chopin; el segundo movimiento de la “Tercera Sinfonía”, de Beethoven; el famoso “Adiós a la vida”, de la ópera.

“Tosca” de Giacomo Puccini; o la espectacular “Marcha fúnebre de Sigfrido” de la ópera “El ocaso de los dioses” de Richard Wagner; entre muchas otras.

Pero no tardará mucho tiempo en aparecer marchas fúnebres compuestas especialmente para los desfiles procesionales. Se considera como uno de los primeros compositores de estas marchas fúnebres procesionales a José Gabaldá Bel (1818-1890), que fue director de la Banda de la Guardia Real de Madrid. Son famosas, entre otras muchas, las tituladas “El llanto”, “Soledad” y “El panteón”, así como la adaptación de la marcha fúnebre de la ópera “Ione” del compositor italiano Enrico Petrella (1813-1877).

A partir de entonces y ya en la segunda mitad del siglo XIX, en muchas regiones españolas, pero fundamentalmente en Andalucía, aparecen gran cantidad de marchas fúnebres compuestas para la Semana Santa. Entre ellas cabría citar la “Marcha Fúnebre, Op. nº 2” compuesta por Rafael Cebreros Bueno (1851-1898) para la Semana Santa de Sevilla, publicada en 1874; “Piedad” compuesta en 1876 por Eduardo López Juarranz (1844-1897) para la Semana Santa de Cádiz en honor a la corporación de la ciudad; y, por último, para no ser exhaustivo, “Un recuerdo” compuesta en 1883 por el cordobés Eduardo Lucena Vallejo (1849-1893), músico destacado del romanticismo andaluz, marcha dedicada expresamente al Ayuntamiento de Córdoba, siendo director de la Banda Municipal de esta ciudad andaluza, formación en la que el propio Lucena, Cipriano Martínez Rücker (1861-1924) y Juan Antonio Gómez Navarro (1845-1923), dejaron un curioso e importante catálogo de marchas fúnebres. Sin embargo, es en la década de los noventa del este siglo XIX, época muy prolífica por cierto, cuando ven la luz marchas como “El Señor de Pasión”, de Ramón González Varela (1837- 1907), compuesta en Sevilla en 1897; “El destierro”, de Vicente Victoria Valls (1846-¿), compuesta en 1891 en la ciudad de Cartagena; “Pange Lingua” y “Sacris Solemnis”, de Camilo Pérez Montllor (1877-1947), compuestas en 1898 en San Fernando (Cádiz); “Virgen del Valle”, de Vicente Gómez-Zarzuela y Pérez (1870 - 1956), compuesta en 1898; y “Quinta Angustia”, compuesta por José Font Marimont (1840-1898) en 1895. Si bien estas dos últimas piezas marcarían el estilo de otras muchas composiciones que le precederían, otras composiciones, como “Un Recuerdo”, “El Señor de Pasión” y “Pobre Carmen” de Eduardo López Juarranz, introdujeron melodías que se podrían denominar “alegres” dentro del patetismo propio de la marcha fúnebre.

A comienzos del siglo XX, concretamente en los años veinte, aparece la revista musical “Harmonía”, fundada y dirigida por el empresario y músico guipuzcoano Mariano San Miguel Urcelay (1879-1935). Como músico, le debemos dos piezas maestras: “El héroe muerto”, compuesta en 1919, y “Mektub”, de 1925. Como empresario, a su revista acudirían a enriquecer sus repertorios las bandas, surtiéndose de piezas famosas y desconocidas. Y es a finales de los veinte, concretamente en 1929, cuando surge una de las marchas que hoy por hoy goza de mayor popularidad. Se trata de “Rocío”, compuesta por Manuel Ruiz Vidriet (1890- 1946), y dedicada a la Virgen del Rocío.

Y es en el primer tercio del siglo pasado cuando aparecen las primeras marchas para bandas de cornetas y tambores. La Banda de Cornetas y Tambores del Real Cuerpo de Bomberos de Málaga fue la primera de todas ellas. Se nutrió de las obras del maestro Alberto Escámez López (1896-1970), músico militar, cuyas marchas de cornetas y tambores procesionales son consideradas como un “clásico” dentro del repertorio de ellas. Compuso marchas como “Nuestra Señora de Consolación y Lágrimas” en 1929, “La Expiración” en 1926, “Virgen de la Paloma”, en 1923, “Virgen del Rocío”, en 1952, o la más famosa de ellas, “Cristo del Amor” compuesta en 1944, siendo referente de las marchas de cornetas y tambores. Las marchas de Alberto Escámez se interpretan hoy día por toda España.

Pero es el sevillano Manuel López Farfán (1872-1944) quien marcó una época en la historia de la marcha procesional a partir de los años 20 del siglo XX, estando al frente de la Banda del Regimiento Soria nº 9. Así, en marchas como “Nuestra Señora del Mayor Dolor”, de 1927, “La Virgen en sus lágrimas”, compuesta en 1926, o “La Victoria de María”, de 1921, se hacen presentes unos amplios pasajes en los que las tubas cobran gran protagonismo.

Las consecuencias de la guerra civil (1936-1939) se dejaron sentir, también, a todo lo que concierne a las cofradías, afectando, lógicamente, a la música procesional, que pasa malos momentos. Y también afectó a los compositores, como por ejemplo a Manuel Font de Anta (1889-1936), autor de la memorable “Amarguras” (1919), que encuentra la muerte a muy temprana edad. Muchas bandas subsisten de forma muy precaria, algunas cofradías dejan de procesionar, desciende el número de composiciones de marchas procesionales, y las que ven la luz, presentan una marcada tristeza y seriedad.

Con la postguerra, poco a poco se vuelve a la normalidad, y la música, al igual que el arte al servicio de las cofradías, se recupera. Entra en escena la llamada generación de la postguerra, y en muchas ciudades aparecen músicos que logran superar el difícil momento y dedican a las imágenes sagradas sus melodías. Entre un buen número de compositores, destacan, entre otros muchos, Manuel Borrego Hernández (1899-1958), con su obra “El Sexto Dolor”; Antonio Pantión Pérez, compositor de “Jesús de las Penas” en 1943; Emilio Cebrián Ruiz (X), autor de “Nuestro Padre Jesús”, sin duda alguna, y con diferencia, la marcha más universal en España, estando presente en los atriles de bandas de toda la geografía nacional; Pedro Gámez Laserna (1907-1987), con su “Salve Regina Martyrum” de 1952; y el asturiano Pedro Braña Martínez (1902-1995), sin duda uno de los compositores más destacados de la posguerra, tiene entre sus obra “Angustia”, de 1945, y “Salmo Penitencial”, de los años noventa.

A mediados de los años setenta, en Sevilla aparecen los hermanos costaleros que dan el relevo a los costaleros profesionales provenientes del puerto sevillano que descargaban los costales de los buques, de ahí su nombre. Su influencia sobre las marchas procesionales fue grande: empezaron a seleccionarse aquellas marchas que, según su opinión, favorecían el ritmo y el paso del costalero,
rompiéndose con el hábito que suponía que el costalero, únicamente, fuera el encargado de llevar el paso.

Ahora, la música queda supeditada al paso, llegándose al punto de que los compositores se ven obligados a componer para el costalero, quedando en segundo plano criterios estrictamente musicales.

De esta época son los compositores Abel Moreno Gómez (1944), que con sus marchas sencillas, agradables al oído e interpretables para cualquier tipo de banda, es uno de los más populares. Entre sus obras, “Cristo de la Presentación” de 1985, “Cristo de la Agonía” de 1991 y la obra que lo encumbró, “La Madrugá” firmada en 1987; Perfecto Artola Prats (1904-1992) que de entre sus casi cuarenta marchas, destacan “Llanto y Dolor” de 1956, “Soledad” de 1989, y “Sentencia” de 1990; Rafael Hernández Moreno (1914-1994) autor de las marchas “Lágrimas y Favores” de 1985, y “Reina de los Mártires” de 1992; y Sebastián Valero Jiménez, (1926-2002) que de entre sus marchas procesionales más célebres destacan “Cristo de la Salud” de 1986, “Virgen de los Dolores” de 1993, y “Flor del Carmelo” de 2001.

Hoy día, los compositores se encuentran en una complicada situación. De un lado, aquellos que quieren componer están abocados a innovar, encontrándose, no pocas veces, con la oposición de los intereses y la moda. Del otro, están los que hacen música siguiendo los cánones preestablecidos, adaptándose a los moldes que marcan la industria, dando demasiada importancia a solos de determinados instrumentos o insertando melodías que nada tienen que ver con la música procesional. Aquellos difícilmente se hacen notar, estos gozan de los privilegios y del prestigio que pone a su servicio el sistema.

Últimamente ha surgido una especie de movimiento historicista que pretende dignificar la esencia de los compositores clásicos de marchas. Podríamos destacar, entre los muchos que hay, a Gabriel Robles Ojeda, Francisco Javier Moreno Ramos, José Antonio Molero Luque, Miguel Pérez Díaz, Santiago J. Otero Vela, Eloy García López Sergio Bueno de la Peña, José María Fernández Moreno, Manuel Bonilla Cascado, Francisco Javier Alonso Delgado, José de la Vega, Pedro Morales, los hermanos Juan y José Velázquez Sánchez, Juan José Puntas Fernández, Francisco Pastor Bueno, Camilo Jesús Irizo Campos, David Hurtado Torres, José Manuel Bernal, Juan García Sánchez, José Manuel Delgado Rodríguez, Juan Antonio Barros Jódar, Jacinto Manuel Rojas Guisado, Pablo Ojeda Jiménez, Francisco Pizarro Gómez, Manuel Marvizón Carvallo, Jorge Aguilar Ordo- ñez, José María Sánchez Martín, Antonio Hanna Rivero, Arístides Pérez Fariña, Jesús Agomar Gonzá- lez Guillama, José Luis Peiró Reig y Javier Pérez Garrido.

En Galicia, aun no teniendo una gran tradición musical ligada a la Semana Santa, existen numerosas composiciones de marchas de procesión de una buena cantidad de compositores. Entre ellos destaca Reveriano Soutullo Otero (1880-1932), famoso zarzuelista pero también autor de más de una decena de marchas procesionales, como “Al Calvario”, “Dolorosa”, “Perdón” y “Piedad”. Otros famosos compositores gallegos que aportaron marchas procesionales a la Semana Santa gallega, fueron Ricardo Dorado Janeiro (1907-1988), autor de “Mater Mea” (1962) que se interpreta con asiduidad en toda España y Ginés Sánchez Torres (1928-1999), autor, entre otras de “Virgen del Carmen” (1991), “Virgen de las Nieves” (1996) y “Cristo de Medinaceli” (1999).

D. Luís Carreto Clavo
Hermano desde el año 1951 de la Hermandad de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Nuestra Señora Reina de los Mártires, que tiene su sede en la Real Colegiata de San Hipólito de Córdoba.

VÍDEOS PARA RECORDAR

DOMINGO DE RAMOS

MARTES SANTO


JUEVES SANTO


VIERNES SANTO


Fuente: Revista Nazarenus, Banda de Tambores y Cornetas de Sanxenxo

Enlaces Parroquiales

Parroquia San Gines de Padriñan. Comunidad Parroquial.

"TRANSFORMANDO EL MUNDO HACIENDO IGLESIA"