Educar en la familia: premios y castigos.

Para educar es necesario que los padres se hayan puesto previamente de acuerdo en lo que quieren para su hijo y, una vez consensuado, cumplirlo a rajatabla para no crear incertidumbres en el niño: el niño debe saber siempre a qué atenerse y que las normas no son cambiantes. Y, nunca, quitarse la autoridad o discutirla delante de los hijos, porque estos, por instinto, se pondrán siempre de parte del cónyuge que más les favorezca, aunque no tenga la razón. Sabio consejo: los padres no discuten sus discrepancias en privado; las hablan, las comentan, conscientes de que están queriendo hacer las cosas bien.

Hay distintos tipos de premios: premio extraordinario, premio de estudios, premio gordo, premio de consolación, premio al esfuerzo…Pero, a la persona que cumple con su deber, a lo sumo, a fin de mes, le dan un sueldo. Pienso que debe ocurrir lo mismo con nuestros hijos. Si el niño cumple con su deber, con sus estudios, con su ayuda en casa, debe tener su paga, la que se haya pactado de acuerdo con su edad y circunstancias. Si no cumple, debe ser penalizado de modo proporcional: el que no trabaje, que no coma, decía San Pablo. Soy partidario de que los niños tengan su paga para que aprendan a administrar el dinero con responsabilidad.

No soy nada partidario de que a los niños se les regale dinero para gastárselo en lo que quieran con motivo, por ejemplo, de un cumpleaños. Si esto ocurriera, los padres deberán intervenir para que se lo gaste en algo necesario y conveniente.

Pienso que no se debe castigar. Soy partidario de que cuando un niño hace algo mal, debe hablarse con él con calma, razonándole porqué está mal lo que ha hecho o dejado de hacer, hasta que lo comprenda. Llegados a este punto, si reincidiera, que lo hará, se le puede sentar en una silla a pensar en qué hizo mal y porqué lo hizo, y que luego nos lo explique hasta que nosotros lo entendamos. No hay que olvidar que un niño tiene la misma capacidad de ser humillado que un adulto.

Termino. Una cosa es corregir y otra, muy distinta, desahogar nuestra indignación con la persona que se ha equivocado.

Pepe Landín

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