Palabra del Señor


Jesús salió de la casa y le esperaba una multitud. Los milagros que había hecho, el tono de su predicación, la pasión por las almas, su actitud de servicio optimista, congrega multitudes que le siguen sin pestañear. Quieren lograr curaciones, favores, consuelos ... Y un largo etc. Le estrujan, hablan todos a la vez... Jesús busca estar con ellos con calma, porque, ciertamente, son -como había dicho- “como ovejas que no tienen pastor”.
Lleva a la multitud hasta la ribera y allí, entre redes y barcos, pescadores y pescados, les dirige la palabra subido a la proa de la barca de Simón, que con sus compañeros remiendan las redes, con rostro adusto, porque “han bregado toda la noche y no han cogido nada” En este marco maravilloso, salen a borbotones la palabras del señor, describiendo la “parábola del sembrador”, con todo su colorido, detalles, alegrías y pesares de un sembrador al que no todo le sale a pedir de boca, como la vida misma.


No repetiremos la parábola, la encontrareis en los textos litúrgicos de la Hojita parroquial de este Domingo XV del T. Ordinario A 2020.

Pero si deseo traer a la memoria la profecía de Isaías, -1ª lectura de la Misa de hoy-.
“Esto dice el Señor: «Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo»”.

Es decir, que sembrador, tierra, y labrador, están todos implicados en la misma realidad. Dios implica a todos en esta verdad sublime: la Palabra de Dios que es vida, que da fruto, que salva, que se enraíza en nuestra inteligencia, y se hace aceite de nuestra voluntad. Al fin no importa como sea cada uno, que tipo de tierra seamos, porque la Palabra no vuelve vacía a Dios, como enseña la profecía.

El amor de Dios nunca es ineficaz, aun en el caso de que alguna sea infecunda; de algún modo esa palabra empapa y fecunda esa tierra, y si ahora no produce, quizás lo haga mañana.

No cabe duda, que mientras la tierra este ahí, está llamada a ser fecundada, sembrada, semillada por la Palabra salvadora de Dios.

El éxito de unas tierras, su superávit, servirá para subsanar las deficiencias de las otras. Es decir: apostolado. Ninguna semilla puede crecer sola, al margen de las demás, aunque sean tierras menos cultivadas.

Todas están llamadas a recibir la Semilla y a producir el treinta, el sesenta o el ciento por uno. “Ahí es nada; todos, hasta los mas zoquetes como yo, podemos dar algún fruto”.

+Monseñor Don Samuel G. T.
Párroco de San Ginés de Padriñán


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