Oye... ¿Eres trigo limpio?. Y... qué hacemos con la cizaña

La parábola de la cizaña es una de las siete que Mateo narra en el capítulo 13. Entre otras cosas, la parábola enseña a no catalogar a las personas de modo excluyente: buenos y malos.

Empecemos por notar que el sembrador siembra buena semilla en su campo, en cambio la cizaña tiene un origen muy distinto. Constatada la existencia del mal, la cizaña, sembrada con nocturnidad y envidia, ¿que debemos hacer.
¿Arrancarla? Es decir, ¿arrancaríamos al hombre la libertad, humana y limitada, que hace posible la siembra del maligno?

El punto de inflexión en la lógica del relato lo encontramos en las palabras del dueño del campo: "dejadlos crecer juntos hasta la siega".

“No la arranquéis, que podríais arrancar también el trigo”, dice el dueño de la siembra. Aquí encontramos la profundidad del mensaje. La cizaña es una hierba muy parecida al trigo, y no se puede distinguir de él hasta que produce el fruto. Pero, aunque se distinguiera perfectamente una de otra, al intentar arrancarla, se podría arrancar, sin querer, el trigo, porque las raíces de ambas plantas están completamente entrelazadas: si tiras de la cizaña, el trigo puede ser arrancado sin pretenderlo y terminaríamos sin cosecha.

Si nos miramos a nosotros mismos aplicándonos la parábola, esta mezcla inextricable de bien y de mal en nosotros, no es un defecto de fabricación, sino fruto de nuestra libertad limitada y de la envidia del maligno que deja a nuestra naturaleza, con una “cecitas” en la inteligencia y con una “infirmitas” en la voluntad. Dejaríamos de ser humanos, si anuláramos nuestra posibilidad de fallar y de acertar.

Nadie es esencialmente bueno ni malo. Todo ser humano va desplegando la bondad que hay en él a través de su vida. Y, al no vencer al mal, va contaminado todo cuanto toca, incluida la naturaleza “que gime con dolores de parto, esperando ser liberada” No solo conviven en cada uno de nosotros la cizaña y el trigo, sino que lo que hay de trigo se puede transformar en cizaña y lo que tenemos de cizaña se puede transformar en trigo.

No seamos intransigentes, sino tolerantes, es decir, amemos apasionadamente a nuestros hermanos y convirtamos la presencia de la cizaña en ocasión de una mayor profundización en la fe, en la caridad y en la esperanza. Y estemos vigilantes para no dejar que invada nuestro corazón el veneno de la cizaña, que impide ver a los demás como hermanos, como compañeros de viaje, como campo donde el buen trigo terminara brillando y haciendo feliz al sembrador y al segador.

Démonos todos las oportunidad que el dueño del campo nos regala. Todos estamos a tiempo de dominar y enderezar nuestras vidas hacia Dios. Luchemos por una convivencia fraterna, por una fuerte formación religiosa y por un constante y apasionado dialogo con los hermanos, en búsqueda de la Verdad.

+Monseñor Don Samuel G. T.
Párroco de San Ginés de Padriñán


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