Escribe el Párroco: "Sálvame que perezco"

Como nos gustaría ver un espectáculo donde el mago camina sobre las aguas. Pero a Jesús no le interesa el espectáculo, ni la admiración sensible, ni la ilusión óptica, siempre irreal. Le interesa nuestra salvación, nuestra santidad.


Lo primero que nos enseña Jesús en esta escena del evangelio es la necesidad de la oración, si queremos empeñarnos en el reto de la Santidad y de la Salvación.
Jesús nos enseñó, con su conducta, que para hacer la voluntad de Dios debemos estar en contacto constante con el Padre Dios, solo así podremos conocer su voluntad y recibir de Él la fuerza para cumplirla.


En segundo lugar, observamos como la vida nuestra y la de la Iglesia, -la barca con los apóstoles- será frecuentemente zarandeada por todo tipo de tormentas. Pero con la presencia del Señor no perecerá.

En tercer lugar, aprendemos como no hay tormenta en la que no podamos vencer, si confiamos en la presencia activa, misericordiosa y sanante de Jesús, en nuestro caminar hacia el padre.

Veamos parte por parte:
1) San Mateo dice que Jesús después de despedir a la gente: “subió al monte a orar a solas”, hasta la noche. Esta actitud del Hijo de Dios encarnado subraya la importancia capital de la oración para nosotros. Necesitamos dedicar un tiempo a estar a solas con el Señor. El Catecismo así lo recoge y nos lo enseña: “Jesús se retira con frecuencia a un lugar apartado, en la soledad, en la montaña, con preferencia durante la noche, para orar”. Lleva a los hombres en su oración, ya que también asume la humanidad en la Encarnación, y los ofrece al Padre, ofreciéndose a sí mismo”. ¡Que gran confianza saber que Jesús se ha hecho hombre y ha orado por nosotros al Padre! El hace que nuestra oración sea grata a Dios y sea también escuchada como la de su Hijo, en especial en los momentos de oscuridad o dificultad, o tormentas como las que narra este evangelio.

2) Mientras Jesús ora al Pdre, los discípulos navegan solos, de noche y con un fuerte viento en contra. Con el miedo y la confusión no reconocen a Jesús caminando sobre el lago y se imaginan un fantasma. En cambio, Jesús, les transmite la seguridad y la paz conquistadas en la oración: “Tened confianza, soy yo”.

3) Con su habitual ímpetu, Pedro pide a Jesús caminar sobre las aguas como Él, y el Señor accede a su petición. Pero después de unos instantes, Pedro duda y se llena de miedo al sentir que se hunde. Jesús acude en su ayuda y le reprocha su falta de fe; suben a la barca y el viento se calma. Entonces los discípulos, llenos de admiración, lo adoran.
Al comentar este hecho El Papa Francisco decía: “este relato del Evangelio contiene un rico simbolismo y nos hace reflexionar sobre nuestra fe, ya sea como individuos o comunidad eclesial. (…). La barca es la vida de cada uno de nosotros, pero es también la vida de la Iglesia; el viento contrario representa las dificultades y las pruebas. La invocación de Pedro: ‘¡Señor, manda que vaya hasta a ti!’ y su grito: ‘¡Señor, sálvame!’ se asemejan mucho a nuestro deseo de sentir la cercanía del Señor, pero también el miedo y la angustia que acompañan los momentos más duros de la vida”.
Gran lección sobre la fe cristiana, es decir, sobre la confianza en Jesús, en sus fuerzas. no en las nuestras. Como a los discípulos Jesús nos invita a la confianza en Él; también a nosotros nos pide no tener miedo y reconocer que el Maestro nunca dejará que la barca de los suyos naufrague, aunque a veces nos parezca demasiado fuerte el viento de la dificultad. Hay que descubrir su cercanía real en medio de la prueba y no confundirlo con un fantasma. Para ello, cuidemos la oración, como hacía Jesús.

Como recomienda san Josemaría, “si tienes presencia de Dios, por encima de la tempestad que ensordece, en tu mirada brillará siempre el sol; y, por debajo del oleaje tumultuoso y devastador, reinarán en tu alma la calma y la serenidad”.

+Monseñor Don Samuel G. T.
Párroco de San Ginés de Padriñán


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