¡PERDONAR! Y, ...¿ESO MOLA?

Hoy, en el Evangelio, Pedro consulta a Jesús sobre un tema muy concreto que sigue albergado en el corazón de muchas personas: pregunta por el límite del perdón. La respuesta es que no existe dicho límite: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18,22).

El papa Francisco dice: “Estas palabras son centrales en el mensaje de reconciliación y de paz de Jesús. Obedientes a su mandamiento, pedimos cada día a nuestro Padre del cielo que nos perdone nuestros pecados «como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden». Si no estuviésemos dispuestos a hacerlo, ¿cómo podríamos rezar sinceramente por la paz y la reconciliación? Jesús nos pide que creamos que el perdón es la puerta que conduce a la reconciliación. Diciéndonos que perdonemos a nuestros hermanos sin reservas, nos pide algo totalmente radical, pero también nos da la gracia para hacerlo. Lo que desde un punto de vista humano parece imposible, irrealizable y, quizás, hasta inaceptable, Jesús lo hace posible y fructífero mediante la fuerza infinita de su cruz. La cruz de Cristo revela el poder de Dios que supera toda división, sana cualquier herida y restablece los lazos originarios del amor fraterno.”

Para explicar esta realidad, Jesús emplea una parábola. La pregunta del rey centra el tema de la parábola: «¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?». El perdón es un don, una gracia que procede del amor y la misericordia de Dios.

El rey coloca la compasión, el perdón, en definitiva, ”la misericordia”, por encima del dinero que pierde, por encima de la posible autoridad y ejemplaridad para que otros no hagan lo mismo, por encima de las consecuencias de un dinero que no produce, etc., Sin embargo el rey “Se compadeció ... de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda”, dice el texto que comentamos.

Para Jesús, el perdón no tiene límites, siempre y cuando el arrepentimiento sea sincero y veraz. Pero exige abrir el corazón a la conversión, es decir, obrar con los demás según los criterios de Dios.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que el pecado grave nos aparta de Dios. El vehículo ordinario para recibir el perdón de ese pecado grave por parte de Dios es el sacramento de la Penitencia, y el acto del penitente que lo corona, es la satisfacción. Las obras propias que manifiestan la satisfacción son el signo del compromiso personal de comenzar una existencia nueva.

Como explicó santo Tomás de Aquino, el hombre es deudor con Dios por los beneficios recibidos, y por sus pecados cometidos. Por los primeros debe tributarle adoración y acción de gracias; y, por los segundos, satisfacción. El hombre de la parábola no estuvo dispuesto a realizar lo segundo, por lo tanto se hizo incapaz de recibir el perdón.

Señor mira hasta el fondo de mi corazón.

No dejes nada allí que no sea amor con obras que no son buenas palabras.

+Monseñor Don Samuel G. T.

Párroco de San Ginés de Padriñán



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