Escribe el Párroco: "Amor la palanca del mundo".

Hoy, nos recuerda la Iglesia un resumen de nuestra “actitud de vida” («De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas»: Mt 22,40). San Mateo y San Marcos lo ponen en labios de Jesucristo. Siempre en forma de diálogo. Probablemente le harían al Señor varias veces preguntas similares. Jesús responde con el comienzo del Shemá (She-ma yisrael, adonai eloheinu, adonai ejad...):

oración compuesta por dos citas del Deuteronomio y una de Números, que los judíos fervientes recitaban al menos dos veces al día. Recitándola se tiene conciencia de la presencia de Dios en el quehacer cotidiano, a la vez que recuerda lo más importante de esta vida: Amar a Dios sobre todas las cosas, sobre todos los “diosecillos” que nos vamos fabricando cada uno o socialmente; y al prójimo como a sí mismo.

Al acabar la Última Cena, y con el ejemplo del lavatorio de los pies, Jesús pronuncia un “mandamiento nuevo”: amarse como Él nos ama, con “fuerza divina". Con este mandamiento se nos da la elevación, la capacidad para amar como Jesús, “que dio su vida por los que ama”.

Hace falta la decisión de practicar, de hecho, este dulce mandamiento en el trato con los demás: hombres y cosas, trabajo y descanso, espíritu y porque todo es criatura de Dios.

Por otro lado, recordamos que este mandato nos impregna del Amor de Dios, que nos toca en todo nuestro ser, quedando capacitados para responder “a lo divino”, es decir, como Jesús, a este Amor.

Dios Misericordioso no sólo quita el pecado del mundo, sino que nos diviniza, nos hace “partícipes” (solo Jesús es Hijo por Naturaleza) de la naturaleza divina; somos hijos del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo.

A san Josemaría le gustaba hablar de “endiosamiento”, palabra que tiene raigambre en los Padres de la Iglesia. Por ejemplo, escribía san Basilio: «Así como los cuerpos claros y trasparentes, cuando reciben luz, comienzan a irradiar luz por sí mismos, así relucen los que han sido iluminados por el Espíritu. Ello conlleva el don de la gracia, alegría interminable, permanencia en Dios... y la meta máxima: el Endiosamiento».

¡Deseémoslo! Y junto al deseo ¡procurémoslo! Podemos ir concretando, en el día a día, ese amor al prójimo, en una sonrisa, en una visita, en un una ayuda, una actitud... Y como a andar se aprende andando ,,, pues ¡anda y practícalo!. El amor es la palanca del mundo porque Dios es amor y El es el que mueve nuestro mundo.

+Monseñor Don Samuel G. T.
Párroco de San Ginés de Padriñán


Enlaces Parroquiales

Parroquia San Gines de Padriñan. Comunidad Parroquial.

"TRANSFORMANDO EL MUNDO HACIENDO IGLESIA"