Escribe el Párroco: "A cada uno lo suyo".

El emperador de Roma, exigía a los súbditos que desde los 14 a los 65, pagaran un impuesto personal, al erario publico, de un denario anual. Era el tributum capitis (tributo por cabeza) para el que se hacían los odiosos censos que provocaban a veces revueltas. Hacer un recuento del número de personas que pertenecen a Dios, equivalía para el israelita piadoso substraerlas a la autoridad del Señor y a someterlas a un poder humano.

Un día, unos fariseos acompañados por los simpatizantes de Herodes, se presentan a Jesús y de manera un tanto obsequiosa, después de haber reconocido su amor por la verdad y su rechazo de compromisos, le ponen una pregunta insidiosa: “Maestro, nos consta que eres sincero, que enseñas con fidelidad el camino de Dios, que no te fijas en la condición de las personas porque eres imparcial. Dinos tu opinión ¿es lícito pagar el tributo al César o no?” Los encontramos aliados contra Jesús porque éste molestaba a ambos bandos: era leal y rechazaba toda forma de hipocresía.

La pregunta está formulada de tal manera como para no dejar escapatoria a Jesús: si se pronuncia contra el pago del tributo, podría ser denunciado a las autoridades romanas como un rebelde; si se declara favorable, se atrae las antipatías del pueblo que odiaba a los colonizadores romanos.

Jesús se da cuenta de la trampa que le han tendido, pero no elude la pregunta; como suele hacer, conduce hábilmente a sus interlocutores a la raíz del problema. Pide, en primer lugar, que le muestren la moneda del tributo y ellos, ingenuamente, hurgando dentro de la túnica, se la presentan.

Después de haber observado la moneda, dice Jesús: “¿De quién es esta imagen y esta inscripción?”.

“Del César”, le responden. “Entonces les dijo: Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” .

El primer mensaje que Jesús quiere dar es claro: es un deber moral, además de civil, contribuir al bien común con el pago del tributo; no hay razón que justifique la evasión fiscal y el robo al estado. Sea cual sea la línea política y económica escogida por el gobierno, el discípulo de Cristo está llamado a ser un ciudadano honesto y ejemplar, comprometido activamente en la construcción de una sociedad justa, alejado de subterfugios y optando por políticas que favorezcan a los más débiles, no sus propios intereses.

Así lo recomienda el Apóstol a los cristianos : “Den a cada uno lo debido: al que se debe impuestos, impuestos; al que se debe contribución, contribución; al que respeto, respeto; al que honor, honor” (Rom 13,1-7).

La respuesta de Jesús, sin embargo, no se limita a afirmar el deber de contribuir al bien común con el pago de las tasas, sino que añade: “Den a Dios lo que es de Dios”. El verbo que usa significa más exactamente: “restituir”. Dirigiéndose a los presentes dice: “Den, pues, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Ellos no solamente están reteniendo el dinero que hay que entregar al emperador, sino que han entrado en posesión, de manera ilegal e injusta, de una propiedad de Dios y deben restituírsela inmediatamente porque Él la exige, es suya. ¿Qué propiedad? Esta propiedad era el hombre que debía ser restituido a Dios. De hecho, creándolo había dicho: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” y “a imagen de Dios lo creó”.

Si la moneda debe ser “restituida” al César porque en ella está impresa la imagen de su dueño, el hombre debe ser “restituido” a Dios. El hombre es la única criatura en quien está impreso el rostro de Dios, es sagrada y nadie puede apropiársela. Quien la hace suya (la esclaviza, la oprime, la explota, la domina, la usa como objeto…) debe restituirla inmediatamente a su Señor. ¿Estamos dispuestos a reconocer, agradecer y valorar esta propiedad de Dios, dejándonos guiar por El, buscando siempre su voluntad?

+Monseñor Don Samuel G. T.
Párroco de San Ginés de Padriñán

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