Escribe el Párroco: "¡Santos! Tú también puedes

 “Una gran multitud que nadie podía contar”, cuenta la primera lectura de la misa de hoy tomada del libro del Apocalipsis.

San Juan Pablo II muestra, en una homilía del año1981, cuál es la situación gloriosa que gozan los santos en el cielo, tras la muerte: «La sangre del Cordero que se ha inmolado por todos ha ejercitado en cada ángulo de la tierra su universal y eficacísima virtud redentora, aportando gracia y salvación a esa muchedumbre inmensa”.

Después de haber pasado por las pruebas y de ser purificados en la sangre de Cristo, ellos -los redimidosestán a salvo en el Reino de Dios y lo alaban y bendicen por los siglos».

¿Para que se le revelo a Juan evangelista, hermano de nuestro Santiago, estas escenas tan consoladoras y animantes que aparecen en la primera lectura de la misa de hoy? Para fomentar el afán de imitar a estos cristianos, que fueron como nosotros y que ahora se encuentran ya victoriosos en el Cielo.

Para lograr esa santidad, a la que nos llama el Señor a cada uno, tenemos que pedir mucho, como la Iglesia nos aconseja. Un buen ejemplo lo tenemos en la oración colecta de la Misa de los Protomártires romanos, el 30 de Junio: «Señor, Dios nuestro, que santificaste los comienzos de la Iglesia romana con la sangre abundante de los mártires; concédenos que su valentía en el combate nos infunda el espíritu de fortaleza y la santa alegría de la victoria».

Somos hijos de Dios (1 Jn 3, 1-2). La filiación divina es una realidad espléndida por la que Dios da gratuitamente a los bautizados una dignidad estrictamente sobrenatural, que nos introduce en la intimidad divina y nos hace domestici Dei, familiares de Dios (cfr. Ef 2,19). Asi se expresa en este sentido San Josemaría en “Es Cristo que pasa, n. 133: “Ésa es la gran osadía de la fe cristiana: proclamar el valor y la dignidad de la humana naturaleza, y afirmar que, mediante la gracia que nos eleva al orden sobrenatural, hemos sido creados para alcanzar la dignidad de hijos de Dios”.

La condición de bienaventuranza que ofrece el Señor Jesús a sus discípulos no debe confundirse con un salvoconducto hacia la comodidad.

No es una dicha barata ni una felicidad ligera como la que ofertan los fabricantes de li bros de autoayuda. Jesús sabe que la fidelidad al proyecto de Dios acarrea hostilidad por parte de gobernantes e instituciones de poder.

Es necesario mantenerse estrechamente unido en la oración para resistir al desaliento y la hostilidad. Quienes realizan servicios de promoción comunitaria, lo mismo que quienes alientan alguna iniciativa de cambio social pacífico por causa de su fe cristiana, saben que no es fácil perseverar alegremente en dicho compromiso.

Nuestra condición de hijos de Dios nos estimula a sumarnos a los proyectos encaminados a mejorar nuestra sociedad y nuestra casa común. Es una manera efectiva de vivir la esperanza cristiana.

+Monseñor Don Samuel G. T. 
Párroco de San Ginés de Padriñán



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