Escribe el Párroco: "NO DEJES PARA ¡después no!, LO QUE PUEDES HACER ¡ahora!"

Jesús habla de una boda en la que un retraso excesivo en la llegada del novio provocó el desconcierto entre las amigas de la novia. Algunas poco previsoras, al retrasarse tanto el esposo, se quedaron sin aceite para salir con sus lámparas a recibirlo y, mientras iban a comprar lo necesario, se cerró la puerta y se quedaron fuera.

El Maestro se sirve de esta parábola para recomendar la necesidad de estar siempre bien preparados para recibir al Señor cuando se presente, ya que no sabemos el día ni la hora.

Vendrá al final de los tiempos, pero también saldrá al encuentro de cada uno de nosotros cuando llegue el final de nuestra vida terrena para juzgarnos. Ese día iremos al encuentro de quien dio su vida por nosotros; al encuentro de aquel por quien hemos sufrido, luchado y trabajado siguiendo su camino. Confiamos plenamente en su gracia para caminar con generosidad en mantener siempre la lámpara de nuestra fe y de nuestra esperanza encendidas; confiamos en su gracia para vivir cada día como si fuera el ultimo o el primero de un encuentro lleno de amor y de entrega a la voluntad de Dios, para preparar la gran fiesta del cielo.

La imprevisión o el atolondramiento, el retrasar el arrepentimiento o la confesión, dilatar las decisiones de entrega, pueden privarnos para siempre de la gloria. En cambio, una vida vivida cara a Dios, sin descuidar detalles, nos puede abrir la puerta del cielo, como sucedió a aquellas amigas de la novia, que fueron previsoras, y entraron a disfrutar de la fiesta, mientras que las otras se quedaron fuera.

Aquellas muchachas no descubrieron a tiempo que era posible perder el banquete, aun habiendo sido invitadas. Como nos puede suceder a nosotros, que con frecuencia dejamos para mañana el arrepentimiento y el propósito, y cedemos a las comodidades y perezas y no nos damos cuenta de que el Señor vendrá cuando menos lo esperamos, sin haber cumplido bien la misión o vocación que se nos encomendó.

Podemos reflexionar sobre estas preguntas que nos hace San Josemaría: “¿Por qué no encontramos a veces esos minutos, para terminar amorosamente el trabajo que nos atañe y que es el medio de nuestra santificación? ¿Por qué descuidamos las obligaciones familiares? ¿Por qué se mete la precipitación en el momento de rezar, de asistir al Santo Sacrificio de la Misa? ¿Por qué nos faltan la serenidad y la calma, para cumplir los deberes del propio estado, y nos entretenemos sin ninguna prisa en ir detrás de los caprichos personales? Me podéis responder: son pequeñeces. Sí, verdaderamente: pero esas pequeñeces son el aceite, nuestro aceite, que mantiene viva la llama y encendida la luz”

+Monseñor Don Samuel G. T.
Párroco de San Ginés de Padriñán



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