Escribe el Parróco: "Tiempo de espera ¡Podemos mejorar!"

La espera santa del Adviento. Venimos preparándonos desde hace ya dos semanas a otra nueva conmemoración del nacimiento de nuestro Dios. ¡Que no nos acostumbremos a esta espera ni nos cansemos de ella! Qué bueno sería que, en nuestro interior y también en nuestro exterior, se notara esta espera ilusionada que produce cambios reales y grandes, aunque parezcan pequeños. Es que aguardamos un nuevo renacimiento de Dios en cada uno.
El fundador del Opus Dei contemplaba, también ilusionado, este tiempo litúrgico, con su especial exigencia: Ha llegado el Adviento. ¡Qué buen tiempo para remozar el deseo, la añoranza, las ansias sinceras por la venida de Cristo!, ¡por su venida cotidiana a tu alma en la Eucaristía! — Ecce veniet! —¡que está al llegar!, nos anima la Iglesia.

Un buen modo, y muy eficaz, de vivir el Adviento es cuidar mejor la Comunión eucarística. No es posible esperar como es debido a Dios de cualquier modo. Otro modo de vivir mejor el Adviento es dedicar un poquito más de tiempo a hablar a solas con cada hijo. También puede ser un buen modo de concretarlo el manifestar tu amor a tu esposa con frases concretas de amor: ¡te quiero!, ¡qué guapa estas!, ¡como haces para no envejecer!, ¡siempre estás en todo!, ¡gracias!... Y tantos otros campos y modos de vivir esta espera del Niño Dios, para ser mejores en todos los aspectos de la vida.

¿Y cuándo fue tu ultima confesión? Quizás este sería un modo estupendo de vivir el Adviento, ¿no crees? ¿Te cuesta mucho? Pues ya está..., ofrécelo al Niño Dios, y adelante; seria tu modo de hacer como María: “hágase en mi según tu palabra”.

San Juan Bautista sigue gritando, como en su primera venida, al comienzo de nuestra era: «Haced recto el camino del Señor». Sin duda, es lo primero: una personal disposición de querer agradar a Dios con la vida que llevamos. ¿Quién no lo desea? Quien más quien menos quiere estar a bien con Dios. Claro, eso no es suficiente. No basta una disposición tan genérica, tan poco concreta y, por ello, tan ineficaz. Algo así difícilmente puede impulsar a rectificar el camino, a cambiar actitudes y conductas que, con el Evangelio en la mano, desdicen de un hijo de Dios.

En nuestro tiempo tenemos muchas voces, como la de Juan Bautista, que nos pueden ayudar. Por ejemplo, escuchar al Papa Francisco, que es como la voz que clama en el desierto.

Dedicar un tiempo a esa escucha, a esa lectura de lo que cada semana, y en otros momentos por cualquier circunstancia, declara para los hijos de la Iglesia. El Papa nos aconseja de continuo pautas precisas para las circunstancias de cada tiempo. No es difícil, a partir de esas ideas, personalizar. Habremos de dedicar luego un tiempo, por poco que sea, a la reflexión, a la meditación, a la oración. Es imprescindible si quieres seguir, aunque sea un poquito, a Jesús. Imprescindible para la salvación. No hay salvación sin la oración.

Otro punto que es importantísimo revisar en este adviento es tu Examen de Conciencia en la presencia del Señor, que siempre nos ve y nos oye. Notaremos que nos cuesta, pero no debe ser eso una razón que nos retraiga. Quien nos amó primero y quiso vivir como hombre entre los hombres, nunca nos abandona. Él mismo nos inunda con su Gracia. Siempre nos acompaña en la aventura fascinante de nuestra santidad.

Los éxitos y los fracasos, el dolor y el gozo, los adelantos y lo que parece marcha atrás en el camino por la santidad, se suceden, y se suceden también los frutos de amor a Dios y apostolado. La piedad sencilla de San Josemaría se manifiesta espontánea en la mediación de lo que estas fechas suponen para el cristiano: Navidad. Me escribes: “al hilo de la espera santa de María y de José, yo también espero, con impaciencia, al Niño. ¡Qué contento me pondré en Belén!: presiento que romperé en una alegría sin límite. ¡Ah!: y, con El, quiero también nacer de nuevo...” — ¡Ojalá sea verdad este querer tuyo! Especialmente gozosa se hace la espera, sabiéndonos acompañados de Santa María. A Ella encomendamos la Navidad de todo el pueblo fiel, y la de cuantos aún no conocen la alegría de ser hijos de Dios.

+Monseñor Don Samuel G. T.
Párroco de San Ginés de Padriñán

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