Mirarnos y mirar a los demás con la Mirada de Cristo

 “Al desembarcar vio una gran multitud y se llenó de compasión por ella, porque estaban como ovejas que no tienen pastor”. Jesús -y sus apóstoles con El- están tan apasionados en la predicación del Reino, que casi se olvidan de descansar y comer. Jesús se da cuenta y busca un sitio para tener un día de descanso y relax. Se van en una barca al lugar elegido.

Pero las gentes buscan a Jesús. Así que la noticia se filtra y, por tierra, llega al lugar una multitud ansiosa de estar con Él y escucharle.

Cuando Jesús llega, se encuentra con esas gentes que parecen “como ovejas sin pastor”. Al Señor se le conmueve el corazón y, compadecido, se sienta con ellos. Se disponen a descansar, El y los suyos, atendiendo a esta gente. Ya no tiene prisa, se siente a gusto, pareciera que el Señor está descansando entre aquella gente, hablándoles y escuchándolos. ¡Qué maravilla!

El Señor descansa cuando esta contigo y conmigo: “Mi alegría es estar con los hijos de los hombres”.

Así, así descansa Jesús: escuchándonos, hablándonos, caminando a nuestro lado, asumiendo todo lo que nos pasa, bueno o malo. En una palabra, santificándonos. Y no le importa el tiempo. El evangelio cuenta que estuvo con ellos largamente, con muchísima calma.

¿Qué día más extraordinario!: descansar con Jesús, compartir toda nuestra vida con El y con los demás.

Y, así, nos enseña cómo el verdadero descanso nace del amor. El descanso que nace del amor regenera, permite mirar al otro y gozar con él.

Al contrario, cuando nos miramos a nosotros mismos, cuando buscamos descansar pensando únicamente en nosotros, entonces ningún descanso regenera, ningún descanso es suficiente.

A veces creemos necesitar ciertos desahogos porque estamos a disgusto con nuestro trabajo y queremos huir de él. Y buscamos entretenimientos que nos evaden de la realidad, de la vida, de los demás. Y, al final, ese descanso deja una insatisfacción interior. Jesús sabe que la única manera de descansar es abriéndose a los demás. Lo que nos hace descansar no es no hacer nada, sino descubrir el amor que hay detrás de nuestra vida. Claro, descubrir el Amor de Dios, que nos permite contemplar nuestra vida y la de los otros con otros ojos, con ojos contemplativos, compasivos, de acompañamiento o festivos o asistencial … Necesitamos parar descansar, para poder conmovernos y mirar al otro con gozo.

Precisamente, Dios nos ofrece el Domingo para descansar. Dios nos dice: “para, para un poco; date cuenta de quién eres; no vayas tan deprisa por la vida; si vas deprisa pierdes el horizonte”.

Necesitamos parar para contemplar este mundo y gozarlo, para vivir en la alabanza y gratitud, para mirar a nuestra familia, amigos, trabajo y decir: “¡Qué bonita es la vida!”. Para ver qué llevamos en el corazón, si durante esa semana lo hemos llenado de ceniza o de fuego enamorado.

En definitiva, para descubrir que somos hijos de Dios. Como nos aconseja san Josemaría: “Descansa en la filiación divina. Dios es un Padre –¡tu Padre! – lleno de ternura, de infinito amor. –Llámale Padre muchas veces, y dile –a solas– que le quieres, ¡que le quieres muchísimo!: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo” (Forja 331).

Jesús descansa conmoviéndose interiormente, mirando con gozo a aquellos hombres y mujeres. Nosotros descansaremos cuando sepamos reencontrar, con Cristo, el sentido de nuestros trabajos y quehaceres, cuando nos conmovamos interiormente ante nuestro marido, mujer, hijos, hermanos, amigos, y los miremos con gozo. Mirarnos y mirar a los demás con la mirada de Cristo.

+Monseñor D. Samuel García Tacón

Párroco de la Parroquia San Ginés de Padriñán



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