Testigos de Cristo

Homilía de monseñor Julián Barrio en la Solemnidad del Apóstol Santiago, 25 de julio de 2021

“Santo Apóstol Santiago, haz que desde aquí resuene la esperanza”. ¡Muchas gracias, Majestades, por su presencia para presentar la Ofrenda al Apóstol Santiago, Patrono de España, en este Año Santo, tiempo de gracia, de sanación y de encuentro en el que se nos convoca a cultivar la memoria penitencial para liberar el futuro de las propias insatisfacciones, confusiones o proyecciones, sabiendo que “el que pierda su vida por Cristo, la encontrará” (Mt 10,39)!

Esta es la novedad liberadora  que acucia los ojos de nuestra alma para dar  respuestas creíbles a nuestras preguntas, reconociendo que no podemos sustituir la realidad por la ideología en el intento de liberar los asuntos humanos de la propia vulnerabilidad tan palpable en el pórtico de la Gloria de nuestra Catedral. “Paradójicamente en el corazón de la Gloria están las llagas que identifican al Resucitado con el Crucificado y al Transfigurado con el Desfigurado… El Resucitado no se avergüenza de sus heridas, no las esconde como si fueran marcas para olvidar, sino que las manifiesta muy claramente porque sin ellas no seríamos capaces de reconocerlo”[1]. El sentimiento de lo desconocido está generando incertidumbre ante el futuro y afectando a certezas que parecían consolidadas. Es necesario volver a las raíces. “La tempestad, decía el papa Francisco, nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. Pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas iniciativas de anestesiar con aparentes rutinas salvadoras, incapaces de apelar a nuestra raíces”. En una civilización occidental con el alma mermada, ya surgen no pocas voces de pensadores fuera del cristianismo, que afirman que necesitamos a Cristo. Ciertamente sólo Él da la esperanza para que la vida no se vea condenada a la insignificancia. Pero la esperanza es inseparable del amor solidario. “Vivir en la caridad es pues un gozoso anuncio para todos, haciendo creíble el amor de Dios que no abandona a nadie”. El hombre desorientado necesita razones verdaderas para seguir esperando. Nuestro mañana reflejará la esperanza del hoy.

Con el Apóstol Santiago hacemos memoria de la necesidad de identificarnos con la historia y persona de Cristo, en la búsqueda paciente de la verdad para promover la cultura del cuidado común que nos posibilita comprender la unidad y la historia de los pueblos de España, vertebrada con lo común de todos y lo específico de cada uno. No es la irracionalidad, sino el afán de verdad lo que promueve la fe cristiana, decía Benedicto XVI porque “cuando se renuncia a la distinción entre lo que es verdadero y lo que es falso, entonces el espíritu enferma” (Guardini).

El misterio del hombre sólo se revela en Cristo quien “le descubre la grandeza de su vocación” (GS 21), sedienta de la plenitud en Dios. “La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando hasta el extremo”[2]. En el contexto de una cultura neopagana el hombre sigue buscando el signo de una esperanza alegre y generosa, como norma inspiradora de todo auténtico progreso que forja una convivencia de todos en justicia y caridad. Experimentamos que “cuando se secan los oasis utópicos, se extiende el desierto de la banalidad y desconcierto”. “La dinámica cristiana no es retener con nostalgia el pasado, sino acceder a la memoria eterna de Dios Padre, y esto sólo es posible viviendo la caridad”, que nos compromete a edificar el presente y proyectar el futuro desde la verdad auténtica del hombre, desde la libertad que respeta esa verdad y desde la justicia para todos.

“¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?”. Santiago y su hermano Juan manifestaron su disponibilidad. Con Cristo podemos afrontar los desafíos antropológicos, sociales y espirituales, animando una profunda renovación cultural cristiana a través de la fraternidad, del esfuerzo, de la austeridad y de la solidaridad. Sin duda, en la persona hay deseo de bien, de ser feliz y amada a pesar de la fragilidad, sabiendo que no se trata tanto de dar sentido al mal cuanto de permanecer ante el que se ve afectado por él, compartiendo su sufrimiento.

“También nosotros creemos y por eso hablamos”, siendo testigos de Cristo, que nos libera del miedo, e interpela a los desencantados que han perdido el sentido de la trascendencia, niegan a Dios, y no perciben la diferencia entre el bien y el mal. “La libertad recibida de Cristo y el servicio debido al prójimo son los fundamentos de la moral cristiana”[3] que nos compromete a recrear en la situación histórica concreta las actitudes de Cristo “que ha venido a servir y dar su vida”. Es necesario amar lo que hemos de hacer. El individualismo y el egoísmo inspiran actitudes insolidarias y escépticas. “Sólo el espíritu de renuncia gratuita a todo lo propio nos hermana, porque no nace del heroísmo del fuerte y del que da pero no recibe, sino de la acogida del otro y de la experiencia de la propia debilidad”.

“Mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús”, dice San Pablo. “El cristianismo, escribe Chesterton, ha muerto muchas veces y ha resucitado porque tenía un Dios que conocía el camino para salir de la tumba”. La incomprensión será la reacción normal en el mundo contra el que da testimonio de la  resurrección de Cristo. “¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese Nombre?” El dinamismo de la aversión gratuita al cristianismo es signo de la presencia operante del misterio de Cristo en sus discípulos llamados a centrar su persona y su vida en Él: “Pues, mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal…sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante Él”.

A Igrexa ten como misión levar aos homes a Deus, ao seu destino eterno. Pero non se desentende das tarefas humanas; pola súa mesma misión espiritual, move aos seus fillos e os homes de boa vontade a que tomen conciencia da raíz de onde proveñen os males, e urxe a que poñan remedio ás inxustizas e ás deplorables condicións en que viven moitas persoas. Os discípulos de Xesús Cristo habemos de ser sementadores de fraternidade. Rezo polas persoas que morreron no accidente ferroviario e por as falecidas na pandemia, pedindo que canto antes nos vexamos liberados dela e agradecendo a dedicación e entrega do persoal sanitario, e por quenes perderon a vida por causa da violencia sempre irracional. Pido pola Igrexa en España, polos peregrinos que chegan a venerar a túa tumba neste Ano Santo, e por todos os nosos gobernantes para que teñan fortaleza, xenerosidade e constancia na busca da renovación ética e moral da nosa sociedade. Acollo a vosa ofrenda, Maxestade, encomendando á intercesión do Apóstolo Santiago a todos os pobos de España, para que manteñamos unha convivencia fraterna non esquecendo as nosas raíces. Que Deus, co teu patrocinio, Santo Apóstolo, bendiga ás súas Maxestades e a toda a Familia Real, sempre sensibles a toda realidade que afecta ao noso pobo. Deus nos axuda e tamén o Apóstolo Santiago.

[1] BERT DAELEMANS, La vulnerabilidad en el arte. Un recorrido espiritual, PPC 2021, 7.

[2] BENEDICTO XVI, Spe salvi, nº 26 y 27.

[3] O. GONZALEZ DE CARDEDAL, La gloria del hombre, Madrid 1985, 266.

Fuente: Archidiócesis de Santiago de Compostela



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