Él os bautizará con el Espíritu Santo

Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».

Jesús ha querido venir a la tierra para que fuéramos salvados y pudiésemos ser hijos de Dios. El camino para vivir como hijos de Dios nos lo enseño El. Este camino, lo hizo El antes, no porque Él lo necesitara, sino porque lo necesitamos nosotros. Así, podremos responder a estas preguntas: ¿por qué quiso Jesús encarnarse?, ¿por qué estuvo sujeto a María y José toda su vida?, ¿por qué oraba Jesús si Él mismo era Dios? Y en el caso que nos atañe en el Evangelio de hoy ¿Por qué se bautiza Jesús? Hasta Juan Bautista trató de disuadirlo “Yo soy el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?” (Mt 3, 13) Indudablemente Jesús no necesitaba hacer ninguna de estas acciones. Entonces ¿Por qué?

El Papa Francisco da estas razones: “Porque quiere estar con los pecadores: por eso se pone en la fila con ellos y cumple su mismo gesto”. Jesús ha querido darnos ejemplo “conviene cumplir con lo justo” (Mt 3, 13), quiere enseñarnos qué es lo mejor para nosotros. Su Bautismo está estrechamente ligado con nuestro Bautismo. Jesús se hace cargo de aquello que necesitamos. Y nosotros somos mendigos del amor de Dios, de nuestro Padre Dios. Esto es lo que celebramos en el día de hoy.

Siguiendo al Papa Francisco, también nosotros podemos imitar a Jesús, bajar y hacernos cargo de las necesidades de los demás, “es también la forma en la que nosotros podemos levantar a los otros: no juzgando, no insinuando qué hacer, sino haciéndonos cercanos, compadeciendo, compartiendo el amor de Dios”.

Estamos llamados a imitar a Cristo, y un modo muy concreto es fijarnos en las necesidades de los demás y no tanto en las nuestras. Salir de nosotros mismos, mirar al necesitado, al que requiere nuestra atención, nuestro tiempo, nuestra sonrisa, etc. … Imitemos a Cristo levantando la mirada al prójimo. Este es el camino de la verdadera felicidad porque hay más felicidad en dar que en recibir.

También el Evangelio de hoy, nos lleva a la consecuencia primera y más importante del Bautismo: somos hijos de Dios. A este respecto escribía san Josemaría: “El Señor, al querernos como hijos, ha hecho que vivamos en su casa, en medio de este mundo, que seamos de su familia, que lo suyo sea nuestro y lo nuestro suyo, que tengamos esa familiaridad y confianza con Él que nos hace pedir, como el niño pequeño, ¡la luna!” (Es Cristo que pasa, 64). Meditar sobre nuestra condición de hijos de Dios es una gozosa realidad. ¡Yo soy hijo de Dios! Si somos conscientes de esto veremos en los demás a una persona que vale mucho.

No vemos si tiene una u otra cualidad, si tiene un color en la piel, si tiene una determinada idea política, etc... Cuando nuestra identidad la configura el hecho de que somos hijos de Dios, vemos que no hay “más que una raza: la raza de los hijos de Dios. No hay más que un color: el color de los hijos de Dios. Y no hay más que una lengua: ésa que habla al corazón y a la cabeza, sin ruido de palabras, pero dándonos a conocer a Dios y haciendo que nos amemos los unos a los otros” (Es Cristo que pasa, 106).

Lo más importante en mi vida, lo que más me configura como persona es que soy hijo de Dios. Pidamos a nuestra Madre Santa María que nos haga ser conscientes de la maravilla de ser hijos de Dios.

+Monseñor D. Samuel G. T.



Enlaces Parroquiales

Parroquia San Gines de Padriñan. Comunidad Parroquial.

"TRANSFORMANDO EL MUNDO HACIENDO IGLESIA"