Domingo XV de tiempo Ordinario


La parábola del sembrador, que hemos escuchado, plantea las diferentes maneras de acoger la Palabra de Dios. Unos la desprecian; a otros les gusta pero su gusto es muy pasajero; en algunos, las solicitudes y afanes de la vida la ahogan; y en otros, por fin, da fruto, a veces más, a veces menos.
Las consideraciones hechas en torno a esta parábola de Jesús han sido numerosísimas.
Yo quisiera fijarme en que esas cuatro situaciones ante la palabra de Dios, no sólo se aplican al conjunto de los hombres, sino también a cada uno de nosotros. En efecto, todos aprovechamos muy distintamente la Palabra de Dios que oímos: según las explicaciones que escuchemos, según las circunstancias del momento y según nuestras disposiciones ante lo escuchado.
Hay exigencias del Señor que no queremos ni oír. Nos parece que no van con nosotros; quizá sean válidas, pero para otros. Bien sea porque nos parecen muy difíciles, o porque no se adaptan a nuestro gusto o manera de pensar; bien sea porque tenemos experiencia de que aquello no podemos alcanzarlo. Y es un error, naturalmente. Toda palabra de Dios tiene algo que decir a cada uno.
Un segundo grupo de planteamientos de Cristo, nos parecen estupendos y nos ilusionan. Incluso deseamos comenzar a ponerlos en práctica; pero no pasa de ser un deseo. En la práctica, nos falta la raíz espiritual que proporciona la fuerza para llevarlos acabo, y desistimos antes de comenzar. Hemos acogido la Palabra con ilusión humana, pero ésta no es suficiente. Las cosas de Dios sólo salen adelante si las enraizamos en los medios sobrenaturales: sacramentos, oración, sacrificio.
La semilla que cae entre espinos simboliza aquellos propósitos buenos, que comenzamos con buen pie. Pero la vida es complicada, los obstáculos se multiplican, nos falta tiempo... O quizá tenemos una multitud de intereses y caprichos personales que no nos dejan energías y espacio para dedicarlo a Dios. Los propósitos se ahogan en la multitud de intereses secundarios que nos llenan la vida.
Finalmente, parte de la semilla arraiga bien en nuestro corazón y da fruto. Mas también aquí el Señor dice que unos dan más fruto que otros; y nosotros mismos damos más fruto en unos aspectos que en otros. No se trata ya de pecados que nos apartan de Dios; es que filtramos lo que oímos por el tamiz de nuestro personal punto de vista: cuando nos gusta y nos parece bien, ponemos más interés; y cuando no, nos esforzamos a medias. Tenemos que pensarlo despacio. ¿Qué fruto doy tras haber escuchado lo que Dios me pide? ¿Sé poner todo mi interés y aceptar lo que la Voluntad de Dios me propone para hoy, aunque no coincida con mis gustos o con mi punto de vista? Esta pregunta nos ayuda a dar a Dios lo que espera.
PALABRA — Manuel Ordeig
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