Las consideraciones hechas en torno a esta parábola de Jesús han sido numerosísimas.
Yo quisiera fijarme en que esas cuatro situaciones ante la palabra de Dios, no sólo se aplican al
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgGQhRk2y39WhLtsU_maDLoQBon4QpdS3ITOR6rOwhewELTNm9q0RYoq4zkf9kJrpxCJQfAW9ZtApt_AhWB5_J_QyLyaplwNRwgXLJur69UT0pN5zTxfTxhNXIbVii74RMc6fkKGLCMeaA/s320-rw/Imagen1.png)
Hay exigencias del Señor que no queremos ni oír. Nos parece que no van con nosotros; quizá sean válidas, pero para otros. Bien sea porque nos parecen muy difíciles, o porque no se adaptan a nuestro gusto o manera de pensar; bien sea porque tenemos experiencia de que aquello no podemos alcanzarlo. Y es un error, naturalmente. Toda palabra de Dios tiene algo que decir a cada uno.
Un segundo grupo de planteamientos de Cristo, nos parecen estupendos y nos ilusionan. Incluso deseamos comenzar a ponerlos en práctica; pero no pasa de ser un deseo. En la práctica, nos falta la raíz espiritual que proporciona la fuerza para llevarlos acabo, y desistimos antes de comenzar. Hemos acogido la Palabra con ilusión humana, pero ésta no es suficiente. Las cosas de Dios sólo salen adelante si las enraizamos en los medios sobrenaturales: sacramentos, oración, sacrificio.
La semilla que cae entre espinos simboliza aquellos propósitos buenos, que comenzamos con buen pie. Pero la vida es complicada, los obstáculos se multiplican, nos falta tiempo... O quizá tenemos una multitud de intereses y caprichos personales que no nos dejan energías y espacio para dedicarlo a Dios. Los propósitos se ahogan en la multitud de intereses secundarios que nos llenan la vida.
Finalmente, parte de la semilla arraiga bien en nuestro corazón y da fruto. Mas también aquí el Señor dice que unos dan más fruto que otros; y nosotros mismos damos más fruto en unos aspectos que en otros. No se trata ya de pecados que nos apartan de Dios; es que filtramos lo que oímos por el tamiz de nuestro personal punto de vista: cuando nos gusta y nos parece bien, ponemos más interés; y cuando no, nos esforzamos a medias. Tenemos que pensarlo despacio. ¿Qué fruto doy tras haber escuchado lo que Dios me pide? ¿Sé poner todo mi interés y aceptar lo que la Voluntad de Dios me propone para hoy, aunque no coincida con mis gustos o con mi punto de vista? Esta pregunta nos ayuda a dar a Dios lo que espera.
PALABRA — Manuel Ordeig
Descargar Domingo XV de tiempo Ordinario