Domingo XXXIV del T.Ordinario - Reflexión Misionera

El anuncio misionero de un Rey que acabó en una cruz

Existen las “Siete Palabras de Jesús en la cruz”. Pero existen también las “siete palabras dichas a Jesús en la cruz”. Las primeras son tema de abundantes sermones y textos espirituales. Pero también las segundas se prestan a oportunos comentarios y reflexiones. En el pasaje del Evangelio de Lucas encontramos hoy cuatro palabras dichas a Jesús: por las autoridades (v. 35), por los soldados (v. 36-37) y por uno de los dos malhechores crucificados junto a Jesús (v. 39-42). Estas palabras tienen en común, salvo ligeras diferencias, el reto lanzado a Jesús: “demuestra quién eres (el Cristo, el rey…), sálvate a ti mismo, baja de la cruz… Las palabras de las autoridades, de los soldados y de uno de los malhechores son injuriosas, despectivas, sin piedad. El cliché se repite siguiendo una lógica humana de total incomprensión y tergiversación de la identidad de Cristo.
El letrero sobre la cabeza de Jesús habla por sí solo: “Éste es el rey de los judíos” (v. 38). Lo dice todo sobre esa condena. Pero ¿cómo descifrar ese letrero? ¿Quién lo entiende en su verdad plena? Para las autoridades religiosas y políticas son palabras de burla; sin embargo, para Dios y el cristiano de corazón sincero son palabras que dicen la verdad, que se ajustan plenamente a la identidad de ese condenado tan singular. Ese letrero es un reto que atraviesa los siglos: o se acepta o se rechaza. ¡Con el éxito consiguiente! “El pueblo estaba mirando” (v. 35): mudo y perplejo, entre curiosidad e impotencia, no entendía nada de lo que estaba ocurriendo, no sabía qué hacer… Poco después, sin embargo, cuando el espectáculo acabó en horrible tragedia, “se volvieron golpeándose el pecho” (v.48).
Es posible captar el significado de esa muerte por las palabras del segundo de los malhechores, el famoso ‘buen ladrón’, el único que capta el sentido del letrero y la identidad de Jesús. No pide a Jesús una clamorosa liberación, sino estar con él: “Acuérdate de mí…” (v. 42). Una petición aceptada inmediatamente: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (v. 43). ¡Es la primera sentencia del nuevo Rey! Jesús tiene tan sólo palabras de salvación plena: ¡hoy, en el paraíso! El silencio de Jesús, su gesto de perdón, las pocas palabras (con el Padre, la madre, los amigos…) revelan el misterio de un rey espléndido y poderoso, que, sin embargo, acaba en una cruz. La suya es una realeza atípica: ha dejado boquiabiertos a Herodes, a Pilatos, a Tiberio, a las autoridades, al pueblo… Es una realeza difícil de comprender y más aún de aceptar. ¡Una realeza a menudo incomprendida, tergiversada!  Sin embargo, para el que la acepta, es una realeza auténtica, capaz de dar sentido pleno a la vida. (*)
La clave del misterio de esa muerte radica en la respuesta a las ‘lógicas’ preguntas de todos: “¿Por qué no bajas de la cruz? ¿Por qué no lo aclaras todo cumpliendo el milagro? Has hecho muchos y extraordinarios milagros, para otros… Si tú bajaras de la cruz, todos te creerían”. Sin embargo, ¿en qué creerían? “En el Dios fuerte y poderoso, en el Dios que vence y humilla a los enemigos, que devuelve golpe tras golpe a las provocaciones de los impíos, que infunde temor y respeto, que no bromea… Éste no es el Dios de Jesús. Si bajara de la cruz, desvirtuaría su mensaje anterior, traicionaría su misión: avalaría la idea falsa de Dios que los guías del pueblo tienen en su cabeza. Confirmaría que el Dios verdadero es el que los poderosos de este mundo siempre han adorado, porque sería semejante a ellos: fuerte, arrogante, opresor, vengativo, humano. Este Dios fuerte es incompatible con el Dios que Jesús nos revela en la cruz: un Dios que ama a todos, aun a los que se oponen a Él, un Dios que perdona siempre, que salva, que se deja derrotar por amor” (Fernando Armellini).
Esta reflexión tiene repercusiones inmediatas en el terreno de la misión: ¿Qué Dios anunciamos? ¿Qué rostro de Dios revela la misión que realizamos: un Dios que opta por la pobreza y la debilidad o un Dios en busca de reconocimientos y poder? Un Dios así estaría en sintonía con la lógica humana y con los reyes de la tierra. En la manera de hacer misión, a veces hay concesiones, se tiene miedo a anunciar, con las palabras y con los hechos, a un Dios que pierde, perdona, sufre, es derrotado… Y, por tanto, no se favorece el crecimiento de una Iglesia pobre, humilde, dispuesta a perder... La abundancia de medios humanos puede, a veces, quitar transparencia al anuncio. Es más evangélica una misión que se realiza con medios débiles, que anuncia a Dios desde la pobreza, humillación, expulsión, persecución, destrucción… Porque ¡es la lógica del Rey que vence y reina desde la cruz! Un rey así estorba nuestros planes, porque nos exige un cambio de vida, capacidad de perdón, acogida para todos, tiempos largos, perspectivas incómodas… Las condiciones son exigentes, pero, al lado de Él, ¡el éxito de la misión está garantizado!


“No es el poder lo que redime, sino el amor. Éste es el distintivo de Dios: Él mismo es amor. ¡Cuántas veces desearíamos que Dios se mostrara más fuerte!... El Dios, que se ha hecho cordero, nos dice que el mundo se salva por el Crucificado y no por quienes le crucifican. El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres”.
Benedicto XVI
Homilía en el solemne inicio del Pontificado, 24 de abril de 2005


Fuente: OMP

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