Carta Pastoral en el Día del Seminario. Marzo 2011.

El sacerdocio, don de Dios 

Queridos diocesanos: 

  El Día del Seminario me ofrece la oportunidad de escribiros, refiriéndome a nuestros seminaristas que se preparan para ser los futuros sacerdotes. Esta reflexión se hace más urgente cuanto mayor es la necesidad de los llamados al ministerio sacerdotal, recordándoos que “el sacerdote es un regalo de Dios para el mundo” y pidiéndoos vuestra colaboración en el fomento de las vocaciones al sacerdocio.  

   El sacerdote, regalo de Dios 
  
Un sacerdote que vive con autenticidad su ministerio sacerdotal, es un regalo para la sociedad en general y para los cristianos en particular. La identidad presbiteral encuentra su mejor expresión en la caridad pastoral que “pone en la iglesia a los sacerdotes como servidores autorizados del anuncio del Evangelio a toda criatura y como servidores de la plenitud de la vida cristiana de todos los bautizados” (PDV 15). Esto se manifiesta en el desempeño de las actividades específicamente eclesiales, edificando y acompañando a la comunidad eclesial en medio de los problemas y desafíos idénticos al resto de personas que componen la sociedad en la que se hace presente la Iglesia. Es responsabilidad del ministro ordenado conducir a la comunidad cristiana de tal modo que esta llegue a ser verdadera “luz del mundo” (Mt 5,16). El sacerdote a través de su existencia concreta, su estilo de vida, sus gestos y palabras, contribuye a desvelar el rostro trinitario de Dios, trasluciendo en su actitud sacerdotal misericordia, hospitalidad, entrega, y rezando por el mundo en medio de su conflictividad inherente. “En compañía de Cristo y de los hermanos, cualquier sacerdote puede encontrar  las energías necesarias para poder atender a los hombres, para hacerse cargo de las necesidades espirituales y materiales con las que se encuentra, para enseñar con palabras siempre nuevas, que vienen del amor, las verdades eternas de la fe de las que también tienen 
sed nuestros contemporáneos”. 

   Necesidad de sacerdotes 

  Sentimos la urgente necesidad de sacerdotes aunque en medio de nuestra situación religiosa y cultural algunos piensan que el ministerio sacerdotal es cosa del pasado. Así, el sacerdote es visto como un “funcionario” por algunos bautizados no practicantes. Para otras personas, indiferentes en materia de religión, carece de significación pública alguna. Los miembros de otras religiones lo consideran un representante oficial de la Iglesia. Pero no es menos cierto que los cristianos practicantes, con diversos grados de compromiso apostólico, consideran el sacerdote  como guía espiritual, mediador del encuentro sacramental entre Dios y el hombre, y animador de la comunidad, de los ministerios y de los carismas que la constituyen. 
  En este horizonte contamos con algunos jóvenes recios y arriesgados que han decidido decirle sí al Señor a la llamada a la vocación  sacerdotal, conscientes de que como nos dice el Papa, “donde el hombre ya no percibe a Dios, la vida se queda vacía; todo es insuficiente. El hombre busca después refugio en el alcohol o en la violencia, que cada vez amenaza más a la juventud. Dios está vivo. Nos ha creado y, por tanto, nos conoce a todos. Es tan grande que tiene tiempo para nuestras pequeñas cosas: "Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados". Dios está vivo, y necesita hombres que vivan para Él y que lo lleven a los demás. Sí, tiene sentido ser sacerdote: el mundo, mientras exista, necesita sacerdotes y pastores, hoy, mañana y siempre”. 
   
  Proceso de formación de los seminaristas 

  El Papa en su carta a los seminaristas escribía: “Quien quiera ser sacerdote debe ser sobre todo un "hombre de Dios", como lo describe san Pablo (1 Tm 6,11)… Por eso, lo más importante en el camino hacia el sacerdocio, y durante toda la vida sacerdotal, es la relación personal con Dios en Jesucristo. El sacerdote no es el administrador de una asociación, que intenta mantenerla e incrementar el número de sus miembros. Es el mensajero de Dios entre los hombres. Quiere llevarlos a Dios, y que así crezca la comunión entre ellos. Por esto, queridos amigos, es tan importante que aprendáis a vivir en contacto permanente con Dios”.  
 Después de referirse a la Eucaristía, como el  centro de nuestra relación con Dios y de la configuración de nuestra vida ya que la participación en ella nos hace cristianos entregados totalmente al servicio de un mundo más fraterno, recuerda la necesidad de frecuentar el sacramento de la Penitencia porque en cuanto perdonados, podemos perdonar, y reconocer nuestra fragilidad nos ayuda a ser más tolerantes y comprensivos con las debilidades del prójimo. También es necesario fijar la atención sobre la importancia de la formación humana. “Los años de Seminario deben ser también un periodo de maduración humana. Para el sacerdote, que deberá acompañar a otros en el camino de la vida y hasta el momento de la muerte, es importante que haya conseguido un equilibrio justo entre corazón y mente, razón y sentimiento, cuerpo y alma, y que sea humanamente íntegro. En este contexto, se sitúa también la integración de la sexualidad en el conjunto de la personalidad. La sexualidad es un don del Creador, pero también una tarea que tiene que ver con el desarrollo del ser humano”. Entre las cualidades que deben caracterizar a todo sacerdote hay que tener en cuenta “el sentido positivo y estable de la propia identidad viril y la capacidad de relacionarse en forma madura con otras personas o grupos de personas; un sólido sentido de pertenencia, fundamento de la futura comunión con el presbiterio y de una responsable colaboración con el ministerio del Obispo”. Es en el Seminario donde se ha de ir forjando esta personalidad, aprendiendo con los otros y de los otros, enriqueciéndose mutuamente con las cualidades de cada uno, y preparándose para servir a la misma Iglesia, al mismo Señor. Cuidar la vida espiritual y testimoniar personal y comunitariamente una vida de amistad con Cristo es un factor de primer orden en la promoción vocacional. 
  
  Exhortación final 

 Queridos diocesanos, preocupémonos de fomentar las vocaciones al sacerdocio y apoyemos a
nuestros seminaristas con la oración asidua, el afecto cordial y la colaboración económica, favoreciendo el proceso de su formación para que  sepan dar razón de la esperanza cristiana en el ministerio sacerdotal al que han sido llamados. Encomendando estas intenciones al Apóstol Santiago, al patriarca san José y a la Virgen María, os saluda con todo afecto y bendice en el Señor,   

+ Julián Barrio Barrio, 
Arzobispo de Santiago de Compostela.

Enlaces Parroquiales

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