“En la universidad tenía un grupo de amigas y todas teníamos ganas de irnos fuera. Dos se fueron a Francia, una a Italia, una a Alemania y yo a Inglaterra. Creo que fue una cosa que fuimos contagiándonos un poco entre todas – lo típico: ‘oye, lo del Erasmus está bien”.
Susana Fuertes López es una de los miles de jóvenes europeos que se han contagiado de “lo del Erasmus” durante los últimos años y han ido a otros países para ampliar sus horizontes con una beca de estudiante. En su caso, se fue a estudiar Ciencias Políticas en la Universidad de Newcastle upon Tyne en Inglaterra. El Reino Unido es uno de los destinos favoritos de los estudiantes españoles, además de Bélgica, Italia, Francia, Alemania y Austria.
El programa Erasmus fue establecido en 1987 con el fin de promover intercambios universitarios entre los países miembros de la Unión Europea. A la par del crecimiento del proyecto europeo durante las dos últimas décadas, Erasmus, y otros programas similares, han florecido. En el año académico 2007-08, un total de 180.000 estudiantes hicieron un intercambio con el programa.
España ha estado entre los países más activos, aportando la segunda mayor cantidad de estudiantes al programa, después de Francia, según una encuesta llevada a cabo por la red estudiantil europea ESN en 2008. El mismo estudio señaló que España, junto con Alemania, fue el destino más popular.
“España recibe tantos estudiantes por el clima, el idioma y porque se ha puesto de moda”, dice Adriana Pérez, la representante nacional de Erasmus en España. También explica por qué tantos españoles han decidido apuntarse a las becas en los últimos años: “Los españoles antes no tenían tanto conocimiento del extranjero. Hace 20 años no era normal decir ‘me voy a Lituania”, sostiene. “Pero hoy vivimos en un mundo diferente. Los españoles tienden a ser más abiertos y tenemos muy en cuenta la internacionalidad. Sabemos que tenemos que aprender otros idiomas”.
Una generación de españoles que ha estudiado fuera ahora tiene un gran conocimiento de otros idiomas. Mientras sus padres, en muchos casos, sólo hablan el poco francés o inglés que aprendieron en el instituto, ellos se expresan con soltura en por lo menos una lengua extranjera.
Para la madrileña Susana Fuertes, el reto de mejorar su nivel de inglés era uno de los mayores motivos para ir a Inglaterra, además de viajar y conocer otras culturas. Pero tenía también otra ambición que era imposible realizar en la Complutense de Madrid: vivir por su cuenta. “Aquí en España la mayoría de las personas van a la universidad en el mismo sitio donde viven sus padres, entonces para mí también había un deseo de probar esa independencia fuera que yo sabía que habían probado otros alumnos, otra gente, que yo sabía que vivían fuera de la casa de sus padres y era algo que yo nunca había hecho”, apunta.
Una experiencia nueva
Y según los testimonios de muchos veteranos de Erasmus, desarrollar una cierta autosuficiencia es lo que más les marca durante su estancia en el extranjero. Para los españoles, que viven con sus padres más tiempo que la mayoría de sus vecinos europeos, es especialmente chocante, y a veces lo más duro de la experiencia.
La hermana menor de Susana, Cristina, también se contagió de las ganas de viajar e hizo un intercambio a Bruselas. Resalta cómo los detalles más mundanos se convierten en retos. “Es muy tonto, pero a lo mejor, de hacer tu primera compra y de ir al supermercado dices: ‘¿Y qué papel higiénico compro?’. De repente, son cosas importantes”, afirma.
Todo eso constituye lo que Adriana Pérez llama “el currículum no oficial” que la experiencia Erasmus ofrece más allá de la parte académica y lingüística: manejarse en unentorno nuevo, hacer los trámites que cualquiera debe hacer al llegar a un país.
Ese nuevo sentido de independencia puede causar un choque de culturas al volver a casa. “Acabas pasando de lo que es el concepto de grupo que acabas teniendo aquí –que aquí es como ‘bueno si éste hace esto, pues todos tenemos que hacer esto’”, dice Cristina. “Pasas de eso a ser más autónomo y a decir ‘pues si no me apetece salir no pasa nada. No voy a salir sólo porque sale todo el mundo”.
Obstáculos
Pero empezar de nuevo en otro país también tiene su lado negativo. Según un estudio de ESN, el 16% de estudiantes echaban de menos su hogar al principio de la estancia y el 7% incluso “lloró sin motivo”.
Raúl García hizo un intercambio en Hamburgo, donde estudió el primer año de los cursos de doctorado, en Musicología, y lo ve como la mejor experiencia de su vida. Sin embargo, resalta las dificultades que implica intentar integrarse en una cultura diferente a la suya, especialmente cuando uno va sin ningún conocimiento del idioma nativo: “Al estar solo aprendes mucho, adquieres responsabilidad: trabajando y gestionando lo que ganas y gastas”, reconoce. “Pero al mismo tiempo, echas de menos a personas concretas y a la familia, y el no tener que tomar siempre todas las decisiones. Es muy difícil integrarse con los alemanes. Son muy respetuosos con su espacio vital y con el tuyo. Son educados, pero no te dan su amistad enseguida. Y si no dominas el idioma, no hacen mucho esfuerzo. Al principio un poco, pero enseguida sienten que les estás robando el tiempo con tanta dificultad de comunicación”.
Como muchos que estudian fuera, después de superar la soledad inicial, Raúl acabó pasando mucho tiempo con gente que no era alemana, lo cual le aportó otra experiencia única. “Empecé a quedar con españoles, italianos, marroquíes e iraníes”, explica. “Mis mejores ratos fueron con gente árabe. Son muy divertidos”.
Daniel Bernáez, que estudió Periodismo y Comunicación Audiovisual en Perugia, Italia, reconoce que le pasó algo parecido. “Al final conoces a gente de todo el mundo, pero tengo que reconocer que pasé quizá demasiado tiempo con españoles,” dice.
“Supongo que es inevitable juntarte con la gente de tu tierra cuando estás fuera. No obstante, en la vida diaria había que comunicarse con gente del lugar y estudiantes de otros países”.
Estudiar en otra lengua
Pero Raúl menciona otro obstáculo que pone el idioma: la dificultad que implica estudiar en otra lengua. Él, como muchos otros que han estudiado fuera, dice que por eso la parte puramente académica del intercambio no fue tan importante como otros aspectos. Además, la organización ESN admite que sigue habiendo problemas con respecto a la compatibilidad de las carreras entre muchas universidades del continente, lo cual puede significar que el año fuera no tenga mucho valor académico en el país de origen.
La estancia puede ser dura no solamente para el que viaja, sino también para los que quedan atrás en casa. Muchas veces puede tener un coste emocional y económico para los familiares, que no están acostumbrados a apoyar a un hijo a cientos de kilómetros de distancia.
Los padres de Susana y Cristina estaban a favor de la idea de que sus hijas fueran al exterior para estudiar, aunque fue un golpe no tenerlas en casa como de costumbre. Pero para su madre, Angelines, lo más difícil no fue el tiempo que las chicas estuvieron fuera, sino cuando volvieron de sus intercambios. Vio un cambio en su forma de ver el mundo. De Susana dice: “Yo dije ‘bueno, si habéis cogido algo intelectual y queréis formaros, siempre tendréis más conocimientos en el Reino Unido porque son más universalizados que nosotros’. En ese aspecto sí lo ví, como el nivel cultural, el nivel de más abiertos a otras culturas”. Sin embargo, añade: “Pero después del intercambio me despisté porque ya hizo lo que ella quiso. Y ahí me perdí”.
Lo que Susana quiso era irse a vivir en Latinoamérica después de sacar la carrera en Madrid. Se fue con su novio –un inglés que había conocido en Newcastle– a Ecuador, donde pasaron casi un año trabajando en una comunidad indígena. Ahora Susana está casada con ese chico y viven en Madrid con sus dos hijos.
Para Angelines, una católica practicante, el intercambio tuvo repercusiones incluso religiosas: “A nivel religioso, Susana cambió por completo. Nosotros la habíamos educado en la religión católica y en Inglaterra dejó de practicar todo”.
Otra crítica del programa Erasmus es que no ofrece suficientes recursos económicos a los estudiantes.
Jacinto, padre de Susana, dice que el año que su hija estuvo fuera le costó lo que hubiera costado estudiando en una universidad privada en Madrid (más de 100.000 de las antiguas pesetas al mes). “A las familias les sale caro”, dice. “La beca que te dan es una ayuda, pero no da para vivir”.
Adriana Pérez dice que cuando fue a estudiar a Suiza, en 2005, sólo recibió 180 euros por mes. Hoy, los estudiantes reciben mucho más –300 euros mensuales para estudiantes de Madrid y 500 euros para alumnos de Andalucía, por ejemplo– pero todavía parece poco, dado el alto coste de la vida en la mayoría de los países europeos. Y con la crisis económica todavía teniendo un impacto por Europa, y especialmente en España, los estudiantes universitarios y sus padres están preguntándose si el Erasmus es el mejor uso de su dinero. “Hay alumnos que han renunciado este año,” reconoce Adriana. “Hay un pequeño declive en la cantidad de alumnos por motivos económicos”
Una buena inversión
Mientras Europa se estremece por la recesión, el colapso de las economías de Grecia e Irlanda, y el temor de más caídas parecidas, hay que preguntarse si el proyecto europeo tiene un futuro. ¿Qué importa hablar alemán o italiano y haber vivido en el extranjero si el futuro es tan incierto? ¿No es una frivolidad pasar un año fuera gastando más dinero del que Erasmus ofrece? “No”, dice Stefan Wolff, un académico alemán que trabaja en la Universidad de Birmingham, y que ha escrito sobre la importancia de La generación Erasmus para el futuro de Europa. Wolff refleja cómo las fronteras están cayendo y la fluidez de nacionalidad hoy en día. Nació en Alemania del Este, es un ciudadano alemánbritánico, está casado con una estadounidense y su hijo tiene tres pasaportes. Según este experto en Ciencias Políticas y estudios internacionales, la crisis que estamos viviendo subraya lo unidas que estamos las naciones europeas y la necesidad de una generación que pueda manejarse dentro de esta realidad. “Tal vez veremos menos progreso o algo de estancamiento con respecto al entusiasmo europeo como consecuencia de la crisis económica”, admite.
“Pero es casi inconcebible que dentro de diez años no tengamos un número significativo de líderes europeos que no hayan pasado bastante tiempo trabajando y estudiando en varias partes de la Unión Europea. Esto tendrá gran relevancia en cómo se tratan entre ellos mismos y cómo manejan los problemas a que su generación se enfrentará”.
El hecho de que en 2012 unos tres millones de europeos habrán participado en el proyecto Erasmus desde sus inicios parece reforzar su argumento. Y si Wolff tiene razón, los españoles, que participan tanto en estos proyectos, estarán entre los mejor preparados para liderar esa nueva Europa. Siguiendo esa línea, las nuevas oportunidades que el creciente proyecto europeo ofrezca incluso podrían romper el círculo vicioso que sufren tantos jóvenes españoles –los ‘mileuristas’– en el ámbito profesional. Con más posibilidades fuera de sus propias fronteras, ¿por qué no irse a trabajar a otro país a largo plazo? No estamos en un buen momento ni para Europa ni para España. La crisis está poniendo a prueba a las instituciones de ambas, además de la resistencia de su gente. Pero uno de los méritos que tenemos es el de contar con una generación que entiende lo que está pasando fuera de sus fronteras porque ha vivido ahí, y que está preparada para manejarse en un mundo globalizado. No tienen miedo a lo ajeno ni al futuro.
“El Erasmus te enseña a ver que hay muchos mundos y vidas más allá de nuestra rutina”, explica Daniel. “Te enseña que hay cosas increíbles esperando ahí fuera, a abrir los ojos”. Y para Raúl, es algo positivo: “La experiencia te anima a conocer que hay diferencias. Pero también que compartimos ciertas formas de ver la vida, la moral y la ética. Y sí me hizo sentir parte de un algo cultural-social reconocible, cercano. Y menos paleto con la frase tan típica de aquí: ‘Como en España no se vive en ningún sitio’”.
En el nº 2.736 de Vida Nueva.
Fuente: Ciudad Redonda.