MONICIÓN DE ENTRADA
Os deseamos, además de nuestra más cordial bienvenida, lo mejor para vosotros, lo mejor para todos. Y es el amor, esencia del cristiano, lo mejor que podemos poseer. El amor a Dios sobre todas las cosas y el amor a nuestros prójimos, a los próximos y a los lejanos, debe ser fundamental para nuestras vidas. Jesús de Nazaret nos va enseñar hoy algo importante: no se puede abusar del pueblo y menos desde las instancias religiosas, como hacían los fariseos y los maestros de la Ley convirtiéndolo todo en pesada carga imposible de soportar. Jesús lo dijo claro: mi yugo es suave y mi carga ligera… Deciros también que dentro de un par de días nos volveremos a ver en la celebración, el martes, de la Solemnidad de Todos los Santos. Iniciemos, ahora, nuestra eucaristía alegres y confiados.
"Yo soy el Gran Rey, y mi nombre es respetado en las naciones, dice el Señor de los ejércitos. Y ahora os toca a vosotros, sacerdotes. Si no obedecéis y no os proponéis dar gloria a mi nombre --dice el Señor de los ejércitos--, os enviaré mi maldición. Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley, habéis invalidado mi alianza con Leví --dice el Señor de los ejércitos--. Pues yo os haré despreciables y viles ante el pueblo, por no haber guardado mis caminos, y porque os fijáis en las personas al aplicar la ley. ¿No tenemos todos un solo padre? ¿No nos creó el mismo Señor? ¿Por qué, pues, el hombre despoja a su prójimo, profanando la alianza de nuestros padres?"
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL. SALMO 130
R.- GUARDA MI ALMA EN LA PAZ, JUNTO A TI, SEÑOR.
Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad. R.-
Sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre. R.-
Espere Israel en el Señor,
ahora y por siempre. R.-
2ª LECTURA: LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS TESALONICENSES 2 7b-9. 13
Hermanos:
Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor. Recordad si no, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie, proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios. También, por nuestra parte, no cesamos de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes.
Palabra de Dios.
ALELUYA Mt 23, 9a. 10b
Uno solo es vuestro Padre, el del cielo, y uno solo es vuestro consejero, Cristo.
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 23, 1-12
En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo:
-- En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
Palabra del Señor.
Comentario al Evangelio del Domingo.
«Al que más se le dio más se le exigirá ». Bien podría ser éste el mensaje de fondo de la Palabra de Dios de este domingo. Estamos delante de una Liturgia de la Palabra sublime; es verdad, dice San Pablo, no es simple palabra de hombres. Dios, que desde siempre establece su alianza con su pueblo, que encuentra su realización perenne y definitiva en el más humilde de los hombres, pues siendo Dios, Cristo se hizo uno de nosotros para que nosotros participemos de su naturaleza divina. Nos hace volver a nuestro ser primero, recobrando la imagen y semejanza deformada por el pecado. La Palabra de Dios despliega su fuerza y potencial, su eterno dinamismo: acogiendo la Palabra, acogemos al Señor (2ª lectura) que permanece operante en nosotros los creyentes, como cabeza del cuerpo, la Iglesia. Y por eso es cierto que hay diversidad de carismas, pero un solo Señor; que hay diversidad de ministerios, pero un solo camino; que hay diversidad de caracteres, de responsabilidades, de habilidades, servicios, misiones y tareas en nuestra comunidad cristiana, pero todo debe estar bajo una sola ley a cumplir, un mandamiento principal (1ª lectura): amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Somos prójimos, somos necesarios unos para otros, somos hijos y hermanos.
Nuestra realización plena será vivir espontáneamente esa corresponsabilidad y cuidado los unos de los otros. La raíz de la humildad no es un sentido ni siquiera altruista, por muy maduro que éste sea, de solidaridad o ayuda. Sino la conciencia de que hay un solo Padre, Maestro y Señor. Él se ha hecho último, y por eso es primero. Servidor a la mesa de la Eucaristía, alimentándonos con su propio cuerpo y sangre. Humillado y traspasado en la condena infame de la crucifixión, es enaltecido para quitar el pecado del mundo. La atención que prestan las lecturas a los ministros de Dios nos debe hacer caer en la cuenta de la necesidad de santidad de nuestra vida. Ser santos no como algo que nos hace renunciar a cosas, sino como lo que nos hace enfrentar todo lo humano, hasta lo más miserable, de la forma más divina posible: con amor. Es el mejor proyecto de vida, que nos libertará del siempre disponible disfraz de guardar las apariencias. Nadie debería pasar por este mundo sin enfrentarse al deber más alto de nuestra felicidad: tratar a los demás como a uno mismo.
Hagamos lo que decimos, pues no es cristiano decir una cosa y hacer otra. O al menos, digamos lo que estamos dispuestos a hacer, lo que de verdad hacemos, ¡que es tanto!, aunque siempre puede ser más. Esto siempre tiene la ventaja de predicar con el ejemplo.
José Luis Bellón, sacerdote
Fuente: Betania, Diócesis de Mágala.