Celebrando el San Martín. Homilía


Desde una lectura creyente de la realidad, una época no se caracteriza por la influencia ideológica o tecnológica sino por la experiencia sobrenatural que en ella  pueda lograrse. Y los santos en la historia  son  el  signo  de  esta  inquietud.  Pero  ¿quién  piensa  hoy  en  la santidad, siendo la llamada a la santidad lo específico de la vocación de la persona humana? La  santidad es la realización  y disfrute anticipado de los bienes futuros. "Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor". El hombre es imagen de Dios: una copia en busca de su original. 
El santo es como el grano de mostaza, desparramado por la tierra que un día será árbol frondoso si no lo aplastamos al pasar y si las generaciones de hoy no insisten en vivir ignorando a Dios. 

Hoy recordamos a San Martín de Tours, una personalidad polifacética: hombre de gobierno porque las circunstancias lo requirieron, monje por vocación y obispo por  obediencia. Austero, penitente, contemplativo en la acción, peregrino del absoluto, San Martín forma parte de la memoria espiritual de  la Europa cristiana, y nos ayuda a orientar nuestra vida hacia Dios en medio de los bienes y males de este mundo. Fue un testimonio de la libertad de la fe en medio de los cambios históricos que marcan el final del siglo IV, buscando nuevas vías para la evangelización y contribuyendo a suscitar en la Iglesia un nuevo impulso misionero. Activo y enérgico propagador de la fe, protegió a los oprimidos y luchó contra la herejía y el mal, la idolatría y las supersticiones, la miseria humana y  toda iniquidad. Programa pastoral que tiene hoy plena actualidad. Estaba convencido de que la evangelización ha de sustentarse  no en controversias doctrinales pensando en hacer el Evangelio más asequible, sino viviéndolo en toda su integridad.
Los santos nos guían hasta el Cielo, a la vida bienaventurada de la Santísima Trinidad. Son hombres sabios que tienen como centro de su existencia el primado de Dios y del espíritu, que no se juegan lo absoluto por lo relativo, lo eterno por lo transitorio, lo importante por lo urgente. 
Dedicados a Dios y a los hombres, saben interpretar en todo momento los signos  de  los  tiempos.  Su  vida  proyecta  ya  en  el  tiempo  de  nuestra existencia y en la historia, la felicidad todavía no alcanzada en plenitud. Por eso no podemos contentarnos  con una vida mediocre y con una religiosidad superficial. 
San Martín miró a Cristo que vino a hacer la voluntad de Dios en todo momento y circunstancia. Cualquier  decisión  en  la  vida  cristiana  ha de realizarse con una confianza plena en la relación filial con Dios Padre, confianza que no elimina la responsabilidad pero si el miedo. La voluntad de Dios no puede ser un proyecto existente fuera de nosotros. 
Toda nuestra vida está marcada por la iniciativa de Dios que es manifestación de su amor, sabiendo que en nuestra transformación personal, "todo es posible al que cree".
La conciencia de ser elegidos en Cristo nos lleva a humanizamos, a decir sí a la realidad personal y social como algo que forma parte de la historia de la salvación, y a evangelizar la realidad con los sentimientos de Dios que no son otros que los de misericordia. Si vivimos por el Espíritu obremos según el Espíritu.  El hombre supera infinitamente al hombre. Dios nos desborda. Seguir a Cristo no es repetir, sino prolongar de modo siempre nuevo su vida a través de la historia como lo hizo San Martín a través de su caridad pastoral. Situemos toda nuestra vida en la perspectiva de la santidad. El sacerdote es el servidor del designio de amor de Dios y está llamado a dirigir al pueblo de Dios, ofreciendo el sacrificio de la Eucaristía.
"En la obra de Dios el grano de mostaza no necesita ser ni más grande ni más vistoso, le basta su  diminuta dimensión  para que de él crezca un frondoso árbol". Consecuentemente toda nuestra vida debe ser interpretada al servicio del Reino de Dios en quien somos, y existimos. En medio de las dificultades que acumulan nuestra cultura, nuestra debilidad, o incluso nuestra infidelidad, tenemos la seguridad, fundada en  la  esperanza,  de  que  Cristo  va  haciendo el camino con nosotros. Es necesaria la experiencia personal de la fe para recomponer radicalmente la vida cristiana en su dimensión personal y social. 
San Martín, hombre admirado por su sabiduría y amado por su bondad, salió al encuentro de las gentes que andaban como ovejas sin pastor, manifestando su alma de apóstol, siempre dispuesto a ofrecer su vida por las ovejas porque el buen pastor va en su busca, no ejerce el 
poder sobre ellas, no es un funcionario, rígido y observador del propio horario de trabajo y celoso custodio de su privacidad, se conmueve con el corazón y con la mente ante la situación de dispersión que viven, y trata de reflejar en todas sus actuaciones el amor misericordioso de Dios a los hombres. Es duro atreverse a ser lo que se es y a creer lo que se cree. Pero hemos de hacerlo por fidelidad al Evangelio en el que hemos creído, en el que estamos fundados y que nos salva; de lo contrario malograremos nuestra fe. Aceptemos la responsabilidad de que nuestra vida y sus modos personales sean una transparencia del amor de Dios. Cristo nos ha mandado difundir la luz: "si nuestra vida brillase, no habría necesidad de exponer la doctrina; los ejemplos tomarían el lugar de las palabras". 
También hoy decimos con la Iglesia: "Concédenos a los que alimentas con el Sacramento de la unidad, aceptar plenamente Tu voluntad, para vivir como él, la alegría de ser enteramente Tuyos".

+ D. Julián Barrio Barrio
Arzobispo de Santiago de Compostela

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