“Vosotros me llamáis ‘el Maestro’ y ‘el Señor’ y decís bien, porque lo soy”
Los primeros cristianos hablaban con naturalidad de Jesús como el “Señor”, sabiendo que en el Antiguo Testamento esta denominación estaba reservada para dirigirse a Dios. Mediante numerosos signos Jesús les había demostrado que él tiene poder divino sobre la naturaleza, los demonios, el pecado y la muerte. El origen divino de la misión de Jesús se reveló en la Resurrección de los muertos. Santo Tomás confiesa: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 28). Esto quiere decir para nosotros: si Jesús es el Señor, un cristiano no debe doblar su rodilla ante ningún otro poder.
Fuente: Pastoral Santiago.