¡Necesitamos personas de fe que nos orienten en medio de las noches oscuras de nuestra existencia!
Cruzar el umbral de la puerta de la fe (cf. Hch 14, 27), es introducirnos en la vida de comunión con Dios y entrar en su Iglesia, anunciando su Palabra y dejándonos transformar por su gracia. “Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna”. Con María, la Virgen del Pilar, peregrinamos hacia Dios, reconociendo la generosidad de sus bendiciones, la sabiduría de su Espíritu y la providencia de su protección.
“Proclama mi alma la grandeza del Señor”. Damos gracias a Dios por la fe que late en nosotros y en la que percibimos la revelación de Dios, “compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia y lealtad, que mantiene la clemencia hasta la milésima generación, que perdona la culpa, el delito, el pecado pero no los deja impunes” (Ex 34, 6s). Ante Dios con la súplica de Moisés decimos: “Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros; perdona nuestras culpas y pecados, y tómanos como heredad tuya” (cf. Ex 34,9), bendiciendo nuestros hogares y nuestros proyectos.
En oración con María hacemos nuestro el mensaje de Jesús: “Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”. Ciertamente para el hombre el gozo es la ley del Señor que nunca coarta la libertad humana y es el sólido fundamento para quienes buscan la felicidad y la paz. Así lo entendió la Virgen María, respondiendo con el “Hágase en mí según tu palabra”, actitud de fe obediencial de quien escucha la Palabra de Dios y la cumple, acogiendo la voluntad de Dios. Ella es “feliz porque ha creído”, interpretando y viviendo los acontecimientos de la historia a la luz de la fe. También la Iglesia, fiel a la Palabra de Dios, sale a nuestro encuentro de manera especial en este Año de la Fe, período que quiere ser una ayuda tanto para los creyentes como para aquellos que buscan un signo concreto de Dios vivo.
Bautizados en Cristo, caminamos hacia el encuentro definitivo con Él, siguiendo el itinerario trazado por María. Es la primera creyente, que acepta plenamente la revelación de Dios, meditándola en su corazón. Creyó y venció la rutina, la cobardía, el conformismo, dando razón de su esperanza en una vida vivida en generosidad y gratuidad. Esto nos debe llevar a contemplar nuestra vida desde la luz que irradia la Madre de Cristo y madre nuestra. Ella caminó desde Cristo en fe y humildad: “Dichosa tú porque has creído... Dios ha mirado la humillación de su esclava, por eso todas las generaciones me dirán dichosa”.
Esta mañana se nos llama a descubrir las raíces de nuestra auténtica religiosidad vivida desde la sintonía con las preocupaciones de la Iglesia y desde la solidaridad con los problemas de los hombres, dándonos cuenta de lo que el Señor quiere para evitar el aturdimiento. Jesucristo, el Enviado de Dios Padre, nos hace hermanos a todos, como hijos de un Único Padre. “Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen”. Fijamos nuestra mirada en Jesucristo, “que inició y completa nuestra fe” (Heb 12,2); en María, la mujer creyente, “bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45); en los Apóstoles quienes “por la fe dejaron todo para seguir al Maestro, vivieron en comunión de vida con Él y fueron al mundo entero a llevar el Evangelio a toda criatura”; en los discípulos de Jesús, que instruidos por los Apóstoles se reunían para rezar, celebrar la Eucaristía y compartir los bienes; en los mártires que han derramado su sangre por la fe en Jesús, perdonando a sus perseguidores; en las personas consagradas que quieren seguir de cerca a Jesús para vivir en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la caridad promoviendo la justicia del Evangelio; en los hombres y mujeres de toda edad a lo largo de la historia del cristianismo que han confesado “la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio de su ser cristiano: en la familia, en la profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban”.
Hemos de ponerlo todo al servicio del Evangelio: lo que somos y lo que tenemos, imitando la actitud del apóstol Santiago, cuya tumba es referencia de la tradición apostólica que fundamenta nuestra fe. La Madre de Jesús se apareció al apóstol Santiago para alentarlo en la ardua tarea de la evangelización. Desde entonces el Pilar es considerado como “el símbolo de la firmeza en la fe” y el Apóstol Santiago la estrella que guía a esta Iglesia Compostelana que guarda piadosamente su tumba y a la Iglesia en España orientándonos en el compromiso de la nueva Evangelización, siendo testigos firmes de la fe en medio de las dificultades que podemos encontrar en procesos difíciles, ambiguos y no religiosos. ¡Queridos diocesanos, no es pequeña nuestra responsabilidad! ¡Necesitamos personas de fe que nos orienten en medio de las noches oscuras de nuestra existencia! Esto supone la conversión y el vivir la fe en donación diaria desde la fraternidad.
Este año de la Fe es como “una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo…, que llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hech 5, 31)”. Manifestemos esta conversión en una confesión más convencida y esperanzada, en una celebración más intensa de la fe en la liturgia, particularmente en la Eucaristía, y en un testimonio cada vez más creíble de aquello que profesamos. Con la inteligencia de la fe hemos de contribuir a la inteligencia de la realidad, llevando al hombre la experiencia de Dios. “Resistid fuertes en la fe”, exhortaba san Pedro a los primeros cristianos en un ambiente pagano. No debemos ceder al puro conformismo y a la cobardía.
En este solemne contexto del Año de la Fe, del cincuentenario del Concilio Vaticano II y de vigésimo aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, hago pública la convocatoria del Sínodo Diocesano a cuya celebración invito a todos los diocesanos, niños, jóvenes y adultos para mayor gloria de Dos y bien de la Iglesia, pidiendo que encomendéis a partir de ahora esta intención para que podamos entender los caminos de Dios con propuestas creativas y accesibles, y demostrar con la propia vida que el Evangelio es la verdad que nos hace libres. ¡Renovarnos caminando desde Cristo! Santa María, Virgen del Pilar, “faro esplendente y de gloria, consolida la fe de un pueblo que no se cansa de repetir en la Salve: Muéstranos a Jesús”. Con confianza invocamos tu protección materna y te pedimos que se fortalezca nuestra fe, en medio de las dificultades que podamos encontrar. Amén.
D. Julián Barrio Barrio
Eucaristía de aperuta del Año de la Fe en la Archidiócesis de Santiago de Compostela
Fuente: Pastoral Santiago.