Hace un tiempo, el Papa Francisco, en la homilía de una de esas Misas matutinas donde improvisa con acierto y con gracia, decía que no podemos ser cristianos de salón. Cristianos que cumplen y están satisfechos con lo que hacen.
Y ponía en contraste a tales cristianos con San Pablo y su ardor evangelizador, su celo apostólico. Un fervor que le llevó a recorrer el mundo entero, dando a conocer a Jesucristo.
Hoy, en el Evangelio que hemos proclamado, Jesús nos dice la razón de fondo de aquellas palabras del Papa: "Vosotros sois la sal de la tierra... vosotros sois la luz del mundo". Se lo decía a sus discípulos de entonces y nos lo dice también, a vosotros y a mí, ahora; aquí mismo.
Y para que quede más claro, añade: "No se enciende una luz para ser escondida, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos". El mundo necesita de esa luz. Y el mundo de hoy de modo muy singular. Dios nos ha dado participar de la luz de la fe para que lo alumbremos. Para que no escondamos esa fe. Con leguaje moderno: para darle publicidad. Con una diferencia fundamental: la publicidad se hace para aprovechamiento del vendedor; la evangelización, en cambio, redunda en aprovechamiento exclusivamente de los oyentes. Ya hablábamos hace una semana del secreto de la felicidad: ¡Dichosos los...!
"Jesucristo es la luz de las gentes". Así comenzó el Concilio Vaticano II su documento más importante. Quien le sigue no camina en tinieblas (cfr. Jn 12,35-36). Así pues, vosotros y yo caminamos en la luz: queremos caminar en la luz, aunque todos tengamos defectos.
Jesús no dice que ser sal y luz suponga no tener defectos. Lo que dice es que la sal tiene que salar; y la luz tiene que alumbrar. Preguntémonos, pues, con sinceridad de corazón: ¿comunico ami alrededor la sal y la luz de Cristo? ¿Mi vida y mis palabras, se corresponden con las un discípulo suyo? El Papa concluía diciendo: "¡Coraje!". Sí, coraje para predicar a Cristo con la palabra y con las obras; y no en lejanas tierras de misión -decía-, también aquí, en nuestras ciudades. Y yo te pregunto, en nombre del Señor, ¿se manifiesta tu fe en tus conversaciones, en el trato con tu prójimo, en una honradez a carta cabal; en la delicadeza con tu familia, con tus amigos? ¿Sabes defender a la Iglesia cuando es necesario? ¿Te preocupas por esos amigos que no saben nada de Dios y están poniendo en juego su felicidad eterna por cuatro cachivaches de este mundo?
No permanezcas pasivo ante estas preguntas que Dios hace resonar en tu corazón. Y piensa en lo que El te pide: 'Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo' PALABRA — Manuel Ordeig
Domingo Ordinario 5º