En la primera parte, salimos al encuentro de Jesús con palmas en las manos, aclamándole: "¡Bendito el que viene en nombre del Señor!".
Nos llenamos de júbilo y entramos con Él en Jerusalén, donde la gente le recibe con admiración y entusiasmo. En la segunda parte (el Evangelio de la Misa), presenciamos el prendimiento, el juicio y los malos tratos de los que fue objeto Jesús, hasta concluir en la Crucifixión y la Muerte. Es un contraste que nos deja anonadados: tanta alegría y tanto dolor.
La situación debe ayudarnos a reflexionar. La primera lección será que no debemos apoyar nuestra conducta en la actitud de la gente. Hoy aplauden y mañana critican. Un cristiano actúa -como Cristo- siguiendo, en conciencia, la voluntad del Padre de los cielos. Si el eco de ello es positivo y exitoso, nos alegraremos; pero si es negativo, no nos preocupará lo más mínimo: ya sucedió lo mismo con Jesús hace dos mil años.
responde afirmativamente pero, minutos más tarde, ante la orden de abrir el sepulcro, se atemoriza. Y el Señor se lo echa en cara: —¿No te he dicho que si crees verás?". Y es que la respuesta a esa pregunta supone tal grado de confianza, en Cristo yen su palabra, que resulta muy comprometido decir que sí. También vosotros y yo creemos en Jesucristo. Pero también nuestra fe, como la de Marta, es más de palabras que de obras. Creemos, pero no acabamos de estar seguros de lo que decimos creer. A aquellos escépticos que no aceptan los sucesos sobrenaturales o se sonríen al oír hablar de milagros, "siento deseos de decirles: sí, ahora también hay milagros: ¡nosotros los haríamos si tuviéramos fe!" (san Josemaría Escrivá, Camino, 583).
No se trata de ser "milagreros' sino de estar seguros de Dios y de su amor por nosotros: de ser creyentes cien por cien. Jesús resucita a Lázaro y "muchos judíos creyeron en Él". Pidamos a Dios esa fe. No nos atrincheremos en nuestra incredulidad, y abramos el corazón a la gracia divina.
En dos semanas asistiremos a la Pasión. Muerte y Resurrección de Jesús. Un milagro todavía más extraordinario, porque es consecuencia de su infinito amor por cada uno de nosotros. ¿iQué más prueba podemos pedir!?
Parecería como si, solo viendo un milagro a nuestro gusto, estuviésemos dispuestos a creer. Entonces no tendría mérito. Como dice San Agustín, Dios nos da las suficientes pruebas como para el que quiera creer, lo haga apoyado en buenas razones; pero para quien no quiera, sobran todos los milagros. PALABRA — Manuel Ordeig
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