Domingo XVI Tiempo Ordinario A

San Pablo, desde la Epístola a los Romanos, nos invita a confiar en Dios: "El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad' y ciertamente es así: Dios nunca abandona a sus hijos.
Pero nosotros, ¡cuántas veces nos quejamos de Dios!... "El Señor no me oye", "Dios se hace el sordo a mis peticiones".. Y lo que sucede, como explica él mismo, es que "nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene".
El Evangelio retrata a unos sembradores que se duermen y dejan entrar el mal -la cizaña- en el campo. Y cuando van al dueño a proponerle una solución, éste les dice que no: que conviene esperar. Probablemente no entenderían la negativa, como no entendemos nosotros el "silencio" de Dios. Por eso nos dice Dios, por el profeta, "mis caminos no son vuestros caminos; cuanto distan el cielo de la tierra, así distan mis caminos de los vuestros y mis pensamientos de vuestros pensamientos" (Is 55,8-9).
¡Cuántas veces pretendemos entender los planes de Dios! y tratamos de que Él se pliegue a nuestro modo de ver las cosas: decirle lo que tiene quehacer. Lo cual supone no poca arrogancia por nuestra parte. Por supuesto, podemos pedir a Dios con total libertad; pero debemos dejar en sus manos la decisión final, que siempre será lo mejor aunque a veces no lo entendamos. "El mismo Espíritu intercede por nosotros... y su intercesión por todos los santos es según Dios". Así San Pablo reitera la invitación a confiar más en Dios que en nuestros proyectos. Y es lógico, si creemos de verdad que somos hijos de Dios, por los méritos de Jesucristo.
Lo que nos sucede con frecuencia es lo que narra el Evangelio: sembramos buena semilla, pero la mala hierba abunda. Y el enemigo del hombre -el diablo- no se da descanso, intentando torcer todas las buenas intenciones; sino hubiera cizaña, él se encargaría de sembrarla. Las rencillas, divisiones, antipatías, recelos, envidias, maledicencias... son la cizaña más abundante en este campo que es el mundo. A nivel mayor se convierten en guerras declaradas. A nivel pequeño son las faltas de caridad con el prójimo que nos rodea. ¡Cuán fácil sería vivir en este mundo sin esas actitudes negativas, que surgen como setas en la convivencia humana!.
No podemos evitar del todo esas cosas, pero conviene mucho estar advertidos para no caer inconscientemente en las trampas del diablo. Y para ello, como decíamos, confiar más en Dios y menos en nuestros puntos de vista. Los "silencios de Dios" ante nuestras peticiones, no son tales silencios. Son una respuesta elocuente, que tiene por fin hacemos entender que los planes de Dios son diferentes y mejores que los nuestros. Quien sabe verlo así, progresará deprisa en su vida cristiana, y, desde luego, hará mucho más amable su vida y la de los demás.
—Manuel Ordeig—
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