Domingo XVII Tiempo Ordinario A


Jesús compara hoy el Reino de los Cielos con un tesoro escondido y con una perla preciosísima. Son modos de expresión de la sabiduría popular oriental, que trasmite sus mensajes mediante comparaciones e historias. El mensaje de Jesucristo, en este caso, es muy claro. El Reino es ese modo de vida a que nos invita, donde campean la fe y la caridad; donde la paz es el fruto sabroso de esas virtudes; y donde los hombres pueden encontrar una existencia consumada, por la compañía de Dios en medio de las vicisitudes de esta vida.
Ese Reino no será pleno y total hasta el fin de los tiempos. Pero Jesucristo lo estableció ya en este mundo, aunque sea de modo imperfecto. Todos los hombres tienen abierta la puerta de este Reino, pues Dios a nadie rechaza. Pero, aquí viene la parábola de hoy, no es fácil encontrar esa "puerta El Reino es un tesoro, pero está escondido. No para sustraerlo a la búsqueda de los hombres, sino para que sepamos buscarlo de la manera correcta.
Está escondido pero no lejano. Está muy cerca de cada fiel de la Iglesia, y de todo hombre con una vida recta y sincera. No es preciso hacer largos viajes para encontrarlo, pero sí hay que profundizar. Un tesoro escondido en un campo se supone que está enterrado; y para sacarlo hace falta remover el terreno y ahondar, a veces bastante.
¿Dónde está ese campo? ¿Hay alguna vara, como esas de los zahoríes, que pueda detectar el tesoro? La hay. El campo es nuestra propia vida; la de cada día; con alegrías y dolores; con sus cansancios y sus incertidumbres. Algunos pueden pensar en el tesoro como situado en un lugar recóndito e inaccesible; pero es todo lo contrario. No lo encuentran porque lo buscan lejos. Y está escondido en el lugar más fácil y más difícil: dentro de nosotros mismos y a nuestro alrededor. ¿Y la "varita mágica' para encontrarlo? También es sencilla la oración. Pero una oración bien hecha. No una acumulación de palabras o una repetición de fórmulas; sino un diálogo desde el corazón. Con palabras tradicionales, sise desea, pero "despacio; mirando bien qué dices, quién lo dice ya quién" (cfr. Camino, 85).
Sabiendo además que, una vez encontrado, desenterrar el tesoro requiere trabajo. La oración ilumina, con la gracia de Dios; pero eso no basta. Luego hay que hacer vida propia lo que Dios nos ha hecho ver en la oración. Y esto supone siempre sacrificio. No es posible ahondar en la fe, vivir la caridad, dominar las malas inclinaciones, sin un esfuerzo diario. Yen él habrá que contar con éxitos y fracasos, con adelantos  retrocesos. El hoyo es hondo y el tesoro está abajo del todo.
¿Cuál es el resumen que nos trasmite el Señor? También sencillo: ¡vale la pena! El tesoro vale la pena todos esos esfuerzos y muchos más que tuviésemos que emplear.
PALABRA —Manuel Ordeig
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