Por eso nos remueve escuchar a Isaías: "Mis caminos no son vuestros caminos". Esto es, Yo camino en mi Santa e Inexorable Voluntad, que puede coincidir o no {muchas veces no) con lo que pudiésemos haber previsto.
Dicho así podría alguno pensar que estamos a la merced de un Dios cruel o veleidoso. Que somos peones de una Voluntad que no cuenta con nosotros. Eso es no haber comprendido nada del Amor de Dios. Es tan grande su pasión santa por nosotros que todo su proceder va antecedido, acompañado y seguido por el cariño a sus criaturas. "Todo coopera para el bien de los que aman a Dios", como explicaba San Pablo.
Escuchamos en San Mateo una parábola bien ilustrativa: El Señor se compara al dueño de una viña que va contratando a lo largo del día obreros para cultivarla. y lo hace de una forma escogida: unos pronto, otros más tarde y por fin algunos casi al final de la jornada.
Pero cuál es la sorpresa de todos, cuando al final reciben el mismo jornal, idéntica paga. Tanto los que ha trabajado muchas horas, como los que prácticamente no han tocado la azada sino unos minutos.
Es el espectáculo que vemos en el mundo. Los hombres se mueven en su existencia de mil formas diferentes: vidas cortas o largas, con éxitos y fracasos, en riqueza o en carestía.
Pero a la postre lo que cuenta es el premio recibido. Es haber llegado hasta el final para ir al encuentro con Dios, que es misericordioso con todos.
Es la auténtica "igualdad de oportunidades". Delante de Dios todas las vidas son preciosas y valoradas. Cuenta haber ¡ trabajado en su viña, esto es, ir orientados al destino final que no es otro que la gloria de Dios.
Por eso resultan tan equivocados los juicios de los hombres cuando intentan poner a Dios en el rasero de sus planteamientos. ¿Es que Dios quiere más a unos que -gozando de l una inteligencia poderosísima- realizan altas investigaciones de repercusión mundial?
¿O será despreciado el que naciendo con una tara psíquica vive en total dependencia de los otros y prácticamente su vivir parece vegetativo?
La parábola nos dice que este segundo será equiparado por Dios al primero. Es la maravillosa Justicia divina, envuelta plenamente en su gran Misericordia.
Todo esto nos llena de consuelo y nos empuja a una actitud que es difícil pero es el camino de los santos: aprender a descansar, a confiar, a abandonarse en Dios.
Llenamos de tal seguridad que podamos decir con san Pablo: "sé vivir en pobreza y en riqueza Todo lo puedo en Aquel que me conforta".
Nuestra Madre Bendita no avanzó en su existencia sabiendo de antemano lo que iba a ocurrir a su divino Hijo". Avanzó por el claro-oscuro de la fe, siempre confiada como esclava de su Señor.
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