Educar para acoger el don de la vida

Este es slogan escogido para la Jornada por la Vida que se celebrará el 9 de abril coincidiendo con la Solemnidad de la Anunciación del Señor.

«El don de la vida, que Dios Creador y Padre ha confiado al hombre, exige que este tome conciencia de su inestimable valor y lo acoja responsablemente.
Este principio básico debe colocarse en el centro de la reflexión encaminada a esclarecer y resolver los problemas morales que surgen de las intervenciones sobre la vida naciente y los procesos procreativos».

El Magisterio de la Iglesia nos invita a recibir el don de la vida, a tomar conciencia de él. No podemos darlo por supuesto, sino más bien ponderar su significado y acogerlo responsablemente. Hemos de reflexionar sobre la vida como un don para entender de qué manera guiamos nuestra propia vida.

En nuestra cultura nos encontramos con algunas visiones reductivas sobre el don de la vida. Una primera concepción reductiva es considerar la vida humana como un elemento más de una naturaleza general, como si fuera un punto insignificante en un despliegue cósmico. Sin embargo, toda vida humana es única e irrepetible, valiosa y digna, sean cuales sean las circunstancias en las que se desenvuelve.

Una segunda concepción que se propaga en la cultura actual consiste en reducir la vida humana al concepto de calidad de vida, y de este modo se afirma que hay vidas que no son dignas de ser vividas, pues no tienen “calidad” suficiente. Es como ignorar la fuente de la que brota el concepto mismo de calidad de vida, pues si  no  hay  vida  no  puede  haber  calidad.  Además,  queda  abierta la  gran  incertidumbre,  ¿quién  y  cómo  decidir  qué  vidas  tienen  suficiente calidad? ¿Es que hay seres humanos de primera, de segunda o de tercera categoría? La experiencia ética originaria nos permite percibir que todos los seres humanos somos igualmente dignos  y  valiosos.  Los  cristianos  reconocemos  que  hemos  sido  creados a imagen y semejanza de Dios (Gén 1, 27) y que Él nos ama incondicionalmente.

Una tercera concepción consiste en considerar que el valor de la vida es el que la sociedad le da. Una vida sería valiosa dependiendo de su aportación a la sociedad. En una sociedad de consumo el valor de las cosas dependería de la estimación de los diferentes agentes  sociales.  No  obstante,  como  nos  recordó  san  Juan  Pablo  II en la encíclica Evangelium vitae 2, la vida siempre es un bien. Este es un dato de experiencia que interpela la libertad humana. Y es que para Dios todos somos valiosos, únicos e insustituibles. Y sin embargo  algunos  se  empeñan  en  considerar  que  hay  vidas  más 
valiosas  que  otras  e  incluso  que  hay  vidas  que  no  son  dignas  de  ser vividas.

Pero ¿cómo mostrar de modo convincente que toda vida es valiosa? Ante  todo  debemos  recibir  gozosamente  la  propia  vida  con  gratitud, pues solo si nos aceptamos y nos queremos tal y como somos podremos amar y respetar a los demás. Cuando uno se sabe amado incondicionalmente por Dios es consciente de su propia dignidad, y también sabe que los demás son igualmente amados y valiosos. Así podemos ver en los demás a nuestros hermanos, a alguien a quien respetar, amar y ayudar. Y en esta tarea consideramos a la familia como el lugar primero y privilegiado  para  educar  en  la  acogida  del  don  de  la  vida,  pues  el  amor incondicional de la familia permite crecer en la seguridad de ser querido pase lo que pase. ¿Alguien puede imaginar algo mejor que saberse amado incondicionalmente?

La familia es el santuario de la vida porque es el único lugar en el que  cada  uno  es  querido  por  sí  mismo,  independientemente  de  su  curriculum, sus cualidades, sus logros, de lo que tenga o deje de tener.
Y  esto  permite  a  los  miembros  de  la  familia  sentir  una  seguridad,  una estabilidad y una libertad que no tienen parangón.
En  la  familia  se  aprende  a  valorar  la  vida  cada  vez  que  hay  un  embarazo y se recibe la nueva vida con alegría, aunque sea inesperada.

Como afirma el papa Francisco: «Es tan grande el valor de una vida humana,  y  es  tan  inalienable  el  derecho  a  la  vida  del  niño  inocente  que crece en el seno de su madre, que de ningún modo se puede plantear como un derecho sobre el propio cuerpo la posibilidad de tomar decisiones con respecto a esa vida, que es un fin en sí misma y que nunca puede ser un objeto de dominio de otro ser humano. La familia protege la vida en todas sus etapas y también en su ocaso».

Y  si  el  nuevo  miembro  de  la  familia  llega  con  dificultades  o  con  alguna discapacidad, todos se vuelcan en ayudarle y en protegerle.

¡Cuántos  testimonios  de  familias  que  han  actuado  solidariamente  y  que  han  crecido  reconociendo  toda  vida  humana  como  un  don  precioso de Dios! También los que han nacido sanos pueden sufrir lesiones o enfermedades a lo largo de la vida. La familia suele ser el apoyo firme que se encuentra en esas circunstancias. A veces todos tienen  que  hacer  sacrificios  y  esfuerzos  para  cuidar  a  un  padre,  o  madre,  o  hermano  que  ha  tenido  un  accidente  o  una  grave  enfermedad  que  le  deja  postrado  y  que  requiere  de  muchos  cuidados  y  atenciones. Y, a pesar de todos los sacrificios, a veces muy grandes, la experiencia demuestra que hay más felicidad en la acogida que en el rechazo, en la generosidad que en el egoísmo.

Y llega la vejez. Los padres, los abuelos, se hacen mayores y necesitan cuidados. Cuando uno ha recibido el amor y la atención abnegada y sacrificada de sus padres siente con fuerza en su corazón una inmensa gratitud que le lleva a cuidar a sus mayores en el ocaso de sus vidas. A veces no es fácil, y las circunstancias laborales, económicas, el tamaño de las viviendas y otras situaciones lo pueden hacer complicado.

Pero el corazón nos dice que honrar y cuidar a nuestros padres, mostrarles gratitud y amor, ocuparnos de quienes lo hemos recibido todo, es lo justo y nos hace mejores; aunque haya voces que nos digan que son  un  problema  y  que  nos  complican  la  vida,  debemos  continuar  cuidándolos con amor. La familia es el santuario de la vida. En la familia se aprende, sin necesidad de discursos, que la vida de todos sus miembros es digna y valiosa en todas sus etapas.

En esta jornada por la vida encomendamos de modo particular al cuidado materno de la Virgen María a aquellas personas que tienen encomendada la tarea de la educación, el cuidado y el gobierno de las  personas.  Que  promuevan  el  reconocimiento  de  toda  vida  humana  como  un  don  inmenso  recibido  de  Dios,  por  encima  de  su  utilidad o de cualquier otro condicionamiento. De este modo contribuiremos eficazmente a la edificación de «la civilización de la verdad y del amor, para alabanza y gloria de Dios Creador y amante de la vida».

Enlaces Parroquiales

Parroquia San Gines de Padriñan. Comunidad Parroquial.

"TRANSFORMANDO EL MUNDO HACIENDO IGLESIA"