La escena que narra san Marcos, en el capítulo 12 de su evangelio, es ilustrativa. Un escriba pregunta a Jesús cuál es el primer mandamiento. La respuesta es conocida: "Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas" y "a tu prójimo como a ti mismo".
La multitud de preceptos de la Ley del Antiguo Testamento, hacía difícil distinguir el más importante, aunque estaba escrito con claridad más de una vez.
Han pasado muchos siglos, y Jesucristo dejó clara la Nueva Ley que debían seguir sus discípulos, como queda patente en el texto al que hemos hecho referencia.
Sin embargo, no pocos fieles cristianos quedarían suspensos si les hiciéramos esa misma pregunta; permanecerían, quizá, E en ese grupo que tienen todas las estadísticas: "no sabe, no contesta ¿Qué pretendo decir con ello? Me refiero al fenómeno frecuente de los que discuten sobre Dios, sobre la fe o sobre la Iglesia, fijándose en cuestiones marginales que suscitan posturas encontradas y a veces beligerantes. Pueden ser creyentes o no creyentes, con práctica religiosa o no, que se enzarzan sobre si la Iglesia permite esto o lo otro, o prohíbe lo de más allá; fundamentalmente cuestiones morales, en buena parte referentes a la sexualidad humana. Diríamos que están en una situación análoga a la de aquellos escribas judíos, que olvidaron el primer mandamiento discutiendo sobre los demás.
Cualquier diálogo sobre la fe conviene mucho orientarlo hacia lo fundamental.
Una vez puestos de acuerdo en lo básico, será oportuno estudiar otras cuestiones secundarias; pero no antes de ver primero lo primero. Es decir, es imposible un diálogo sobre la moralidad del divorcio, de la homosexualidad, de los ensayos científicos con embriones, etc., si no sentamos unas bases previas sobre qué es y qué pretende la fe cristiana. Amar a Dios sobre todas las cosas es uno de los puntos iniciales de la fe. Así como lo es, también, conocer a Jesucristo y seguir su doctrina. Sabiendo, además, que lo de creer y amar a Dios, y seguir a Jesucristo, no son planteamientos teóricos -intelectuales-, sino vitales: aspectos que se trata de vivir, no solo de saber. E, igualmente, lo que se refiere al amor al prójimo.
Toda otra problemática deberá acometerse posteriormente. Invertir el orden es "coger el rábano por las hojas" y, como es lógico, tiene muy pocas probabilidades de resolver las dudas prácticas que presenta una vida cristiana en medio de un mundo, tantas veces alejado de Dios.
El empeño de evangelizar, subrayado por todos los últimos Pontífices, debe plantearse de acuerdo con este orden de importancia que pretendemos reflejar.
Textos Litúrgicos
Monición de entrada
Venimos aquí porque queremos expresar a Dios el culto
que le damos -debemos darle-: el culto de nuestro amor a él en nuestro amor al prójimo.
Acto penitencial
-Porque pretendemos amar a Dios sin amar al prójimo: Señor, ten piedad. R.
-Porque no amamos como tú nos amas: Cristo, ten piedad. R. I
-Porque somos egoístas: Señor, ten piedad. R.
Oración colecta
Señor de poder y de misericordia, que has querido hacer digno y agradable por favor tuyo el
servicio de tus fieles, concédenos caminar sin tropiezos hacia los bienes que nos prometes. Por
nuestro Señor Jesucristo
Lectura del libro del Deuteronomio. Dt 6, 2-6
MOISÉS habló al pueblo diciendo: «Teme al Señor, tu Dios, tú, tus hijos y nietos,
y observa todos sus mandatos y preceptos, que yo te mando, todos los días de tu
vida, a fin de que se prolonguen tus días. Escucha, pues, Israel, y esmérate en practicarlos, a fin de que te vaya bien y te multipliques, como te prometió el Señor,
Dios de tus padres, en la tierra que mana leche y miel. Escucha, Israel: El Señor es
nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Estas palabras que yo te mando
hoy estarán en tu corazón». Palabra de Dios.
Fuente: PALABRA—Manuel Ordeig