Lo escribía J. Urteaga para la TV, en aquel programa “Siempre alegres para hacer felices a los demás”:
“Ocurrió en un pueblo español. Intervienen como protagonistas: un muchacho enfermo, su familia, una ermita dedicada a Santa María y muchas súplicas.
El chico tiene 14 años, era alegre, dinámico, dicharachero, incapaz de estarse quieto un instante, deportista …; en muy poco tiempo el muchacho ha sufrido un cambio espectacular. Una parálisis progresiva le tiene inmovilizado en un sillón de ruedas. Toda aquella alegría contagiosa se ha transformado en un infierno, especialmente para la familia; en lo humano es inútil, en lo espiritual un pequeño monstruo egoísta. Todos deben servirle, cuidarle, atenderle, desvivirse por él. Todo es poco.
Una luz se ha encendido en el alma de su madre. Le llevaran a la ermita. Rezarán a la Virgen. Le pedirán su curación. Se hará el milagro.
Llegó el día. Ante la reja hay una madre que habla en voz alta con la Virgen, sin que le importe ni poco ni mucho que haya gente en su entorno.
¡María, tienes que cuidar a mi hija! ¡Es mi pequeña! Cúrala María. Que fallen los diagnósticos. ¡Qué no sea cáncer! Esta niña es todo lo que tengo en mi vida. ¡Cómo te la vas a llevar! ¡María, que no sea cáncer! Ella también te lo pide. Me ha dicho que venga a rezarte a la ermita. ¡Anda, María, que no sea cáncer!
Poco después, aquella madre angustiada, santiguándose, abandonó la reja de la ermita.
Es ahora cuando la otra madre, la de nuestro muchacho, se acerca para decirle, al tiempo, con miedo y con dulzura:
¡Hijo!, ¿ya has Pedido a la Virgen …?
Y se realiza el portento.
– Sí, mamá. He pedido la curación … He pedido a la Virgen que no sea cáncer.
Señor, a veces yo también soy un auténtico monstruo por el egoísmo. Si ser cristiano es parecerse a Ti… me tienes que cambiar. ¡Qué piense en los demás! ¡que haga más por los demás que por mí! ¡que ayude, que haga favores, que me dé cuenta de lo que necesitan o de lo que podría alegrarles! ¡Cúrame, ¡Madre mía, y dame un corazón generoso!
En esta Cuaresma también yo necesito un milagro. Volver a Jesús y deshacerme del lastre de mis pecados, que me atan al egoísmo, a mi yo, y encontrarme con Jesús, que me devuelve la alegría de la Filiación divina y me vuelve hacia mis hermanos.
+Monseñor D. Samuel G. T.
Párroco de la Parroquia de San Ginés de Padriñan