La providencial pedagogía divina nos permite descubrir a lo largo de los tiempos litúrgicos la preocupación de Dios por llamarnos a cada uno de nosotros a la conversión del corazón. Todos los años, los tiempos litúrgicos son un verdadero tiempo de gracia que nos ofrece los recursos para encontrarnos con Dios y vivir la familiaridad con Él, asumiendo nuestra condición de hijos de Dios y hermanos los unos de los otros. Este acompañamiento litúrgico de la Iglesia nos sirve para acercamos a la historia y a la figura de Cristo
: desde su nacimiento a su muerte y resurrección.
La Cuaresma es uno de esos momentos fuertes en los que, si cabe hablar así, la gracia de Dios se desborda aún más si estamos dispuestos a recibirla. Efectivamente es un tiempo propicio para la oración, el ayuno y la limosna, en el que recorremos el camino de Jesús en su subida a Jerusalén para dar cumplimiento a las promesas mesiánicas que el pueblo de Israel había recibido en su historia. La peregrinación que se inicia con el rito del Miércoles de Ceniza nos orienta hacia la conversión y a la contemplación de la definitiva salvación que entraña la noche de Pascua.
Dice el papa Francisco en su mensaje para esta Cuaresma de 2019 que “este misterio de salvación, que ya obra en nosotros durante la vida terrena, es un proceso dinámico que incluye también a la historia y a toda la creación”. La propuesta del Papa nos invita a trabajar en el cuidado de la creación, “cooperando en su redención”, porque como dice el lema de este año “La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios”.
Esta llamada a difundir la esperanza de la resurrección en el mundo, como realidad creada, y en el tiempo, como realidad en la que se ha encarnado el Señor, nos recuerda el Papa que “está amenazada, hoy y siempre, por la fuerza negativa del pecado y de la muerte”. La armonía que Dios había previsto desde el inicio se ha visto quebrada por la fragilidad del hombre, por su desobediencia, por su querer arrogarse el papel y la función de Dios. El pecado original nos remite al misterio del mal y de la muerte.
Dice el papa Francisco en su mensaje para esta Cuaresma de 2019 que “este misterio de salvación, que ya obra en nosotros durante la vida terrena, es un proceso dinámico que incluye también a la historia y a toda la creación”. La propuesta del Papa nos invita a trabajar en el cuidado de la creación, “cooperando en su redención”, porque como dice el lema de este año “La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios”.
Esta llamada a difundir la esperanza de la resurrección en el mundo, como realidad creada, y en el tiempo, como realidad en la que se ha encarnado el Señor, nos recuerda el Papa que “está amenazada, hoy y siempre, por la fuerza negativa del pecado y de la muerte”. La armonía que Dios había previsto desde el inicio se ha visto quebrada por la fragilidad del hombre, por su desobediencia, por su querer arrogarse el papel y la función de Dios. El pecado original nos remite al misterio del mal y de la muerte.
El camino hacia la Pascua nos llama precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos..
El papa Francisco nos recuerda que el pecado “interrumpió la comunión con Dios, con los demás y con la creación, a la cual estamos vinculados ante todo mediante nuestro cuerpo”. Al romperse aquella relación estrecha con Dios se fracturó también la “relación armoniosa de los seres humanos con el ambiente en el que están llamados a vivir, de manera que el jardín se ha transformado en un desierto”.
De ahí que todo ser humano, que ha sentido la necesidad de esconderse de Dios en el jardín como Adán y Eva, y se ha visto en la circunstancia de caminar en la sequedad del desierto, necesite el apoyo que viene de lo alto en la persona de Cristo. En Él percibimos la realidad de los cielos nuevos y la tierra nueva. El “camino hacia la Pascua nos llama precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la gracia del misterio pascual”.
En este momento en que tanto se habla de la pederastia, de la inmadurez y de la falta de sinceridad en las personas de la Iglesia, pero en el que no se está reconociendo el trabajo de quienes cuidan en este contexto la realidad parroquial para llevar adelante la tarea evangelizadora, hemos de valorar a quienes están cuidando la parroquia, dándole calor de hogar y resaltando el valor de la comunión y del perdón mutuo para que quienes se han ido y deciden volver, sientan el gozo de haber llegado. Consideremos la parábola del hijo pródigo para evitar el riesgo de ser como el hermano mayor que siempre han estado al lado del Padre pero que no se siente identificado de corazón con su realidad misericordiosa.
Si nuestra actitud ha sido la del hermano menor, no tengamos miedo a volver a la parroquia sabiendo que vamos a ser bien acogidos y que encontraremos el calor del hogar en ella. No dejemos “transcurrir en vano este tiempo favorable”. Ya sabemos dónde está el “camino de verdadera conversión” y quién es “Camino, Verdad y Vida”.
De ahí que todo ser humano, que ha sentido la necesidad de esconderse de Dios en el jardín como Adán y Eva, y se ha visto en la circunstancia de caminar en la sequedad del desierto, necesite el apoyo que viene de lo alto en la persona de Cristo. En Él percibimos la realidad de los cielos nuevos y la tierra nueva. El “camino hacia la Pascua nos llama precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la gracia del misterio pascual”.
En este momento en que tanto se habla de la pederastia, de la inmadurez y de la falta de sinceridad en las personas de la Iglesia, pero en el que no se está reconociendo el trabajo de quienes cuidan en este contexto la realidad parroquial para llevar adelante la tarea evangelizadora, hemos de valorar a quienes están cuidando la parroquia, dándole calor de hogar y resaltando el valor de la comunión y del perdón mutuo para que quienes se han ido y deciden volver, sientan el gozo de haber llegado. Consideremos la parábola del hijo pródigo para evitar el riesgo de ser como el hermano mayor que siempre han estado al lado del Padre pero que no se siente identificado de corazón con su realidad misericordiosa.
Si nuestra actitud ha sido la del hermano menor, no tengamos miedo a volver a la parroquia sabiendo que vamos a ser bien acogidos y que encontraremos el calor del hogar en ella. No dejemos “transcurrir en vano este tiempo favorable”. Ya sabemos dónde está el “camino de verdadera conversión” y quién es “Camino, Verdad y Vida”.
+ Julián Barrio Barrio
Arzobispo de Santiago de Compostela
Fuente: Barca de Santiago, Revista Diocesana