Un hogar, una familia. Papá, mamá, Sara y Uxia. Sara tiene 10 años y Uxia tiene 17. Sara es una niña normal, obediente, trabajadora y un poco despistada. Uxia, es un poco retorcida, bastante casquivana, y anhela ir por su cuenta, cuanto antes, muy regular en el estudio.
Un Sábado, papá y mamá aprovechan para trabajar un poco en el jardín, se le hace un poco tarde y ruegan a la pequeña Sara que ponga la mesa.
Sara, que está viendo su programa favorito de televisión, dice que sí, pero continúa ante el televisor, de tal forma que cuando sus padres entran en casa, la mesa no está puesta. Aquello desagrada a los padres, pero no les ofende, porque en la desobediencia de Sofía ha habido poco interés, descuido, poca malicia, ir a lo suyo en algo pequeño.
Pero aquella noche Uxia, que se ha pasado el día, casi entero, en casa de sus amigas, … y que, estudiando, llega tarde, se arregla rápidamente, y sin probar bocado, se despide de sus padres que le recuerdan ciertas normas para salir y el ruego de que no llegue tarde… Uxia se enfrenta a sus padres premeditadamente y les dice: “¡Ya estoy harta de que me digáis a qué hora tengo que regresar! ¡Volveré cuando me apetezca, os guste o no!”. Y, dando un portazo, desaparece. Podríamos hablar del dolor de sus padres etc., pero quizás lo que hoy nos interesa es la aptitud de Uxia. Aptitud interior.
Está claro que en el caso de Uxia hay mayor malicia, una desobediencia buscada y querida, que lleva consigo desprecio a los padres y rechazo de su autoridad. Entre la desobediencia de Sara y la de Uxia, hay una diferencia grave.
Si trasladamos esto al terreno moral de nuestra conciencia, podemos decir que esta es la diferencia que existe, desde el punto de vista de Dios, entre el pecado mortal y el pecado venial; una diferencia inconmensurable. El pecado mortal mata la presencia de Dios en mí; rompe y destruye mi relación con Dios: le doy un portazo y desaparezco. Como el Hijo prodigo. Se impone, que como en el caso del Hijo prodigo, recapacite y regrese a la casa paterna; que puedo, y debo hacer a través del Sacramento de la reconciliación. Confesándome.
Señor, te pido que me ayudes a darme cada vez más cuenta de que mis pecados, son actos míos que te duelen a ti, momentos en los que paso de ti, elijo lo que a mí me viene bien, dejándote a ti o a otros de lado; y por lo tanto mis pecados te duelen. Dame dolor de mis pecados, dolor de amor.
Pregúntate: ¿Cuánto tiempo esperas para confesarte si has cometido algún pecado mortal? ¿Te duelen de verdad los pecados veniales? ¡Madre mía, ponme delante a Jesús en la Cruz, y me decida a pedir perdón y a confesarme!
+ Monseñor D. Samuel G. T.
Párroco de la Parroquia San Ginés de Padriñán