Domingo XX del Tiempo Ordinario C.

Las advertencias de Jesús, en el capítulo 12 de San Lucas, no son fáciles de entender. Nos avisa que no vino al mundo a poner paz, sino división; y esto nos sorprende grandemente. ¿No es el Reino de los Cielos un reinado de paz y de amor? ¿Por qué entonces la división?.

Para interpretar correctamente estas palabras es necesario comenzar señalando que hay una paz buena y otros sentidos de paz no tan buenos.
En efecto, como dijo el concilio Vaticano II, no es paz una igualdad de fuerzas armadas enfrentadas, mantenidas en equilibrio inestable por miedo a la reacción del enemigo. Esto no sería paz, pues la gente viviría en una sociedad llena de miedos.

Tampoco es paz la de los “pasotas”. Aquellos que no quieren saber nada de los problemas de la sociedad y del mundo; que viven encerrados entre cuatro paredes, pendientes únicamente de no ser demasiado perturbados por los demás. Es la paz de los cómodos, de los egoístas, de los que “no quieren líos”; los que dicen ande yo caliente, y a los demás que los parta un rayo. No pocos fieles cristianos -salvando siempre a las personas singulares– viven así. Por eso el Papa Francisco anima a todos a “salir a las periferias”, fuera de la propia comodidad; “a armar lío”, en el sentido de promover acciones e instituciones evangelizadoras y de solidaridad, que remuevan las conciencias y el mundo. La paz de Cristo de orden social, pues la paz es fruto de la justicia: de sentirse tratados con justicia y tratar a los demás igualmente. Y luego, en referencia a la propia conciencia: la paz interior.

Es inútil pretender tener paz, si la conciencia nos acusa de habernos comportado mal. Es decir, un comportamiento ético correcto es condición básica para la paz interior.
Con este sentido hay que entender las palabras de Cristo en el Evangelio. El Señor avisa de que aquella falsa paz es volátil; que para alcanzar la verdadera paz es necesario guerrear contra los egoísmos personales, contra las injusticias de todo tipo, contra la corrupción de las costumbres.

Si un discípulo de Cristo desea la paz interior, tendrá que oponerse a tantos modos de pensar y de vivir que sitúan a los hombres en una falsa paz. Y esta oposición puede provocar la división y el odio: actitudes frecuentes contra los cristianos que desean actuar según una conciencia recta. La historia es testigo de cuántos mártires y cuántos malos tratos han recibido los cristianos a lo largo de los siglos.
Imitemos por tanto a Jesucristo, que van a traer la paz y encontró la incomprensión y la muerte. Seamos fieles a nuestra conciencia a pesar de vivir contracorriente de muchas actitudes habituales del mundo.


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