Monición de entrada
Queridos hermanos, con gran alegría les recibimos y damos la bienvenida a la celebración de esta Santa Misa, en el Tercer Domingo de Pascua, en el que la resurrección de Jesús sigue siendo la Buena Noticia por excelencia. Continúa la Pascua. Sigue el Cirio encendido y las flores y los cantos y los aleluyas. Y, sobre todo, el pueblo cristiano se siente "renovado y rejuvenecido en el espíritu", con la "alegría de haber recobrado la adopción filial". Con el gozo de saber que Cristo Resucitado camina junto a nosotros y nos ha convocado a este banquete, comencemos jubilosos esta Santa Misa.
Acto penitencial
- Tú, el Primogénito de entre los muertos: Señor, ten piedad. R/. Señor, ten piedad.
- Tú, el vencedor del pecado y de la muerte: Cristo, ten piedad. R/. Cristo, ten piedad.
- Tú, la resurrección y la vida: Señor, ten piedad. R/. Señor, ten piedad.
Oración colecta
QUE tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu, para que todo el que se alegra ahora de haber recobrado la gloria de la adopción filial, ansíe el día de la resurrección con la esperanza cierta de la felicidad eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles. Hch 2, 14. 22-33
EL día de Pentecostés Pedro, poniéndose en pie junto a los Once, levantó su voz y con toda solemnidad declaró: «Judíos y vecinos todos de Jerusalén, enteraos bien y escuchad atentamente mis palabras. A Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y que Dios realizó por medio de él, como vosotros mismos sabéis, a este, entregado conforme al plan que Dios tenía establecido y previsto, lo atasteis, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte, por cuanto no era posible que esta lo retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a él: “Veía siempre al Señor delante de mí, pues está a mi derecha para que no vacile. Por eso se me alegró el corazón, exultó mi lengua, y hasta mi carne descansará esperanzada. Porque no me abandonarás en el lugar de los muertos, ni dejarás que tu Santo experimente corrupción. Me has enseñado senderos de vida, me sacia-rás de gozo con tu rostro”. Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: el patriarca David murió y lo enterraron, y su sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como era profeta y sabía que Dios “le había jurado con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo”, previéndolo, habló de la resurrección del Mesías cuando dijo que “no lo abandonará en el lugar de los muertos” y que “su carne no experimentará corrupción”. A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Exaltado, pues, por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo ha derrama-do. Esto es lo que estáis viendo y oyendo». Palabra de Dios.
Salmo responsorial Sal 15, 1-2 y 5. 7-8. 9-10. 11 (R/.: 11a)
V/. Señor, me enseñarás el sendero de la vida.
R/. Señor, me enseñarás el sendero de la vida.
V/. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti. Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios».
El Señor el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano. R/.
V/. Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye intern amente.
Tengo siempre presente al Señor, con é la mi derecha no vacilaré. R/.
V/. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa esperanzada.
Porque no me abandonarás en la región de los muertos,
ni dejarás a tu fiel ver la corrupción. R/.
V/. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R/.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro. 1 Pe 1, 17-21
QUERIDOS hermanos: Puesto que podéis llamar Padre al que juzga imparcialmente según las obras de cada uno, comportaos con temor durante el tiempo de vuestra peregrinación, pues ya sabéis que fuisteis liberados de vuestra conducta inútil, heredada de vuestros padres, pero no con algo corruptible, con oro o plata, sino con una sangre preciosa, como la de un cordero sin defecto y sin mancha, Cristo, previsto ya antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos por vosotros, que, por medio de él, creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, de manera que vuestra fe y vuestra esperanza estén puestas en Dios. Palabra de Dios.
R/. Aleluya, aleluya, aleluya.
V/. Señor Jesús, explícanos las Escrituras;
haz que arda nuestro corazón mientras nos hablas. R/.
✠ Lectura del santo Evangelio según san Lucas. Lc 24, 13-35
AQUEL mismo día (el primero de la semana), dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de re-conocerlo.
Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?”. Ellos se detuvieron con aire entristecido, Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «Eres tú el
único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?”. Él les dijo: «¿Qué?”. Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron”. Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?”. Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída”. Y entró para que-darse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?”. Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encon-traron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Palabra del Señor.